Ojo con el proteccionismo
El fenómeno de Donald Trump en EEUU y el auge de los nacionalismos europeos están poniendo en boga el proteccionismo económico. Algunos toman el proteccionismo como una ideología social que mejora la economía de un país así como las condiciones de sus trabajadores. En realidad, el proteccionismo podría favorecer más a la partitocracia y al establishment empresarial del país, perjudicando a las clases medias. Una cosa es defender la economía nacional y otra muy distinta abogar absolutamente por el proteccionismo. Un país necesita dosis alternas de competencia y de protección para mejorar su tejido productivo. Poco riesgo atrofia el músculo económico. Demasiado riesgo rompe la economía. Por otra parte, el proteccionismo económico alimenta a las empresas nacionales con los salarios de las clases medias, que tienen que sustentar con su consumo la ineficacia económica de un sector no rentable en condiciones de competencia. Proteger artificialmente a una empresa o a un sector nacional debería ser siempre una situación provisional.
La discusión entre proteccionismo y total apertura de mercados es uno de los ejes del debate económico actual. Donald Trump, Presidente de los Estados Unidos, quiere frenar los tratados de libre comercio y establecer un sistema arancelario más caro para las empresas no estadounidenses. La idea que Trump predica es que EEUU pierde con respecto a los productos mexicanos o asiáticos. Por otra parte, el Brexit también ha supuesto una ola de proteccionismo. Este ha sido provocado por el rechazo a la inmigración y el gasto económico que suponía el sostenimiento de la UE para las arcas británicas.
EEUU y Reino Unido están en contra de la libre competencia en la actualidad. “Made in USA” y “Buy UK” son los nuevos esloganes de la política patriótica anglosajona. La principal razón que esgrimen para perjudicar a los productos extranjeros es mantener empleos patrios y sostener una industria nacional que no es rentable en condiciones normales de competencia. En definitiva: el proteccionismo alivia la fiebre pero no cura la enfermedad económica. Es útil durante un tiempo, para no perjudicar a los trabajadores a corto plazo, pero no sirve para salvar a un sector de la muerte económica a largo plazo. La infección se soluciona con antibióticos y no con analgésicos. Proteger demasiado el producto nacional conlleva que los vecinos tengan que asumir esos costes en el precio final o en la calidad de la manufactura o el servicio. Por tanto, finalmente el producto nacional quedará desprestigiado frente al extranjero en el propio país, debilitando finalmente la propia economía. La solución puede ser más grave que la enfermedad. Al final el proteccionismo solo protege a la partitocracia y a los altos cargos las grandes empresas, que están a salvo del futuro incierto de una economía incompetente.
En un país como España, la trampa del proteccionismo podría hacer mucho daño. La corrupción del sistema político reinante; la partitocracia; y una economía que en sectores estratégicos como las telecomunicaciones es prácticamente un oligopolio con riesgos de oligarquía… son factores que incrementan el riesgo de empobrecimiento de nuestro país. Lo que más nos interesa como país es hacer músculo frente a otros países y seguir compitiendo en el mercado internacional para mejorar nuestras infraestructuras productivas y comerciales. La libre competencia en Europa nos obliga a ser sagaces frente a la preponderancia de los países centroeuropeos. La supervivencia económica fortalece.
La soberanía económica es otra cuestión importante. La perdemos en la medida en que no somos competitivos y no somos patriotas. Es decir, si las iniciativas emprendedoras nacidas en España, aunque proyectadas para ser multinacionales de éxito, se comprometieran más y mejor con los españoles, recuperaríamos la soberanía económica para España. El euro o la Unión Europea nos han restado poder político y económico a los españoles, pero en realidad, es la falta de patriotismo empresarial y de emprendimiento lo que nos condena a esta situación actual de mediocridad.