Un vizconde en Almería
El virgitano José Barrionuevo Soto atravesó en 1872 la Península desde su pueblo a Oñate con una mochila llena de oro familiar para financiar a las tropas carlistas. Nadie supo entonces a ciencia cierta qué se movió en el corazón de este arrogante alpujarreño para atravesar España en pos de una causa que él creía noble: la de instaurar en el trono a Carlos VII como legítimo rey de España, frente al italiano Amadeo de Saboya, en la III Guerra Carlista, una más de aquellas luchas cainitas del XIX que sembraron el Norte de España de sangre por Dios, por la patria y por el rey, pero que apenas tocaron de refilón el sur almeriense.
Este muchacho de Berja, descendiente de Tesifón Barrionuevo alcaide de la Alcazaba durante el siglo XVI, con solo 18 años se alistó voluntario en el ejército del Norte y tras varias batallas como la de Montejurra, donde recibió heridas graves de cañón, fue ascendiendo a teniente del II Batallón de Navarra, Capitán, jefe de la Real Intendencia y Gentilhombre de Carlos VII.
A pesar de que muy pronto, como intendente, tuvo que enfrascarse en una labor más burocrática que de riesgo en el campo de batalla, el alto mando carlista Barrionuevo emprendió también una disparatada y secreta misión desde el cerco de Navarra hasta Almería, con su boina roja y su camisa caqui, para sublevar su plaza natal, atravesando las filas liberales, aunque fracasando en su acción. Cuenta su hoja de servicio, conservada en el Museo del Ejército, que mantuvo también una arriesgada entrevista con el rebelde cura y guerrillero Santacruz que dio como resultado que gran número de las fuerzas de la partida se incorporasen a la disciplina de los ejércitos de Carlos María de Borbón.
En Almería nunca hubo a los largo del XIX, desde las primeras guerras carlistas del 33 al 40, que enfrentaron a los generales Zumalacárregui con Espartero, un gran venero de ideología carlista, más allá del clero y de instrumentos propagandísticos alimentados por la vieja hidalguía como los periódicos El Observador, El Porvenir o La Juventud Católica. Llegó a constituirse en esos años 30, no obstante, una Junta Carlista alentada desde el frente del norte por Basilio García y que tuvo en Almería como principales guerrilleros emboscados en la Sierra de Gádor a Juan Arráez y Joaquín Hernández, con los que acabó finalmente, tras varios combates, el político local José Jover y Giral, padre político del marqués de Cabra.
A finales del XIX destacaron por hacer un pronunciado proselitismo carlista en la ciudad de Almería los clérigos Eusebio Arrieta, el inefable Bartolomé Carpente Rabanillo y el patricio José María Acosta Oliver, que llegó a ser ayudante del general Dorregaray. Fue desterrado a Francia y a su vuelta, en 1890, fue alcalde y fundó la Tertulia Carlista de Almería, que se reunía en la sede del Círculo Mercantil, entonces ubicado en la Plaza de San Pedro. José Barrionuevo, volviendo al protagonista de esta historia, fue hecho prisionero por los liberales en una misión en Cataluña, ya con Alfonso XII proclamado rey. Después fue desterrado a Francia y desde allí viajó a Londres, Argelia y Brasil hasta que volvió a su Berja natal, donde falleció en 1908.
Antes, en 1891, Carlos María de Borbón, le concedió el título oficioso de vizconde de Barrionuevo por los méritos adquiridos como Administrador de la Real Intendencia, que fue reconocido como título del Reino en 1982, por el monarca Juan Carlos I.
El título fue heredado por su nieto, José Barrionuevo Barrionuevo, hijo de su hija, Marta Barrionuevo Ríos, y padre de José Barrionuevo Peña, quien fuera ministro del Interior y de Transporte durante los gobiernos socialistas de Felipe González.
El nieto de aquel virgitano que atravesara España cargado de oro, tremolando un estandarte con la flor de lis, fue un almeriense exótico donde los hubiera: historiador, practicante, ingeniero, electricista, policía armada, constructor, parralero, terrateniente, dueño de un castillo y de un Museo, político de Unión Nacional Española (UNE) y presidente de la Casa de Almería en Madrid. Nació en Berja en 1913 y falleció en Almería 1989, la ciudad en la que presentó su candidatura como alcalde en 1976, frente a Monterreal.
Fue también un enamorado del arte y de la historia y protagonizó hechos singulares como querer pagar en el Metro de Madrid con un billete de la República, justo cuando su hijo era ministro de Transportes.
En Berja poseía un Museo particular de arte antiguo y de recuerdos familiares -aseguran que mitad real y mitad fantasía- anejo a la ermita de La Merced, también de su propiedad. En esa finca familiar con casa solariega, conocida por él mismo como Mansión del Rey Carlos VII, se podía ver –aun se puede- parte del sepulcro de San Tesifón, uno de los varones apostólicos y primer obispo virgitano; un salón alpujarreño admirablemente adornado con un retrato al óleo de Carlos VII, un cuadro de Aben Humeya, piadosas reliquias, marfiles, rosarios, vidrios y monedas del imperio romano. También había un pequeño rincón dedicado a la uva de barco, armas y armaduras, colecciones de alfanjes y otras curiosidades valiosas como un molino de viento, la estatua yacente del Lucio Otogerio, obispo virgitano.
De hecho, una de las grandes aspiraciones vitales del vizconde, cuyo título lo porta ahora su hija Matilde, fue la de reponer una sede episcopal en su querida Berja. De Lucio Otogerio, El vizconde aseguraba que fue quien concertó con Tariff, en el siglo VIII, la entrega de la ciudad al ser ocupada por los árabes.
En 1973, José Barrionuevo adquirió en pública subasta el Castillo de Huércal-Overa, sobre la Sierra de Almagro, por 105.000 pesetas. Fue construida esta fortaleza en el año 959 y fue alcaide el capitán Barrionuevo, quien también lo fue de la Alcazaba de Almería en 1569 y del Castillo de San Andrés en Carboneras. Llegó a tener una guarnición de 32 hombres. Su sueño fue convertirlo en Museo, conservando el aljibe y el polvorín, aunque un incendio en 1985 lo destruyó en parte.
Barrionuevo, casado con Matilde Peña Valdivia, fue también primer presidente de la Casa de Almería en Madrid y convirtió parte de su casa en propiedad en la primera sede de esta institución ya extinta, que servía de prontuario a todos los almerienses que llegaban a Madrid. El vizconde era hijo del exportador José Barrionuevo Manrubia y sobrino de Luis Barrionuevo Manrubia, comerciante de calzado en Almería.