Un problema sucesorio
La familia real de Modernistán, tenía tres descendientes, el mayor, Pedro, de veinte años era considerado como una persona brillante y muy inteligente aunque algo caprichoso por saberse el heredero al trono. Su hermano Jacinto, era menos brillante, más introvertido y amante del estudio de la naturaleza. La tercera era Vanesa, se parecía mucho a su madre, de igual nombre, pero un poco más rellenita, lo cual no le venía nada mal.
Daban muy buena imagen en las revistas de corazón y pasaban la vida sin más preocupación que la de pensar el lugar de residencia para sus próximas vacaciones.
Pero todo esto cambió cuando estos tres personajes empezaron a modernizarse, porque pensaron que así estarían más a tono con las corrientes políticas que soplaban por Modernistán por obra y gracia de los que mandaban, que no eran ellos ni sus progenitores, ciertamente. Empezó la infanta Vanessa, un buen día, a sus catorce añitos, apareció con un enorme tatuaje multicolor en cierta parte de su cuerpo que a ustedes poco les importa. El disgusto de su real padre fue monumental, mayor el de su madre, aunque lo disimulaba. Pero les duró poco por obra y gracia del infante Jacinto, que por fin, al cumplir los dieciocho años y considerado mayor de edad por la ley, decidió salir del armario públicamente, con enorme regocijo de la prensa y del lobby gay. La casa real consideró muy seriamente apartar al infante de la familia, pero se lo pensaron demasiado porque, a la velocidad que estaban discurriendo los acontecimientos, lo mejor era ponerse de perfil, y hacer como si no hubiera pasado nada, al fin y al cabo, era un toque de modernidad el que podía aportar su hijo a la monarquía.
Pero el remate del desaguisado dinástico ocurrió cuando el príncipe Pedro, se ausentó para unas merecidas vacaciones y volvió como princesa Marta. O sea que se había operado todo lo que tenía que operarse y se hormonó todo lo que tenía que hormonarse y volvió hecho una auténtica vampiresa de los años 30. Su padre, se pasó un mes en la UCI con el corazón como un ciclomotor, porque en el fondo era un antiguo, mucho más que su madre, que supo guardar la compostura como correspondía a su rango. Mientras tanto los modernistañoles, se lo estaban pasando en grande, comentaban: “Nos quitarán el pan, pero nos dan circo”.
Mas, como siempre tiene que haber alguien que venga a aguar la fiesta. En uno de los periódicos de mayor tirada, salió en primera plana el recordatorio de que la Constitución del país decía que: “La Corona de Modernistán es hereditaria. La sucesión en el trono seguirá el orden regular de primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las posteriores; en la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el mismo grado, el varón a la mujer, y en el mismo sexo, la persona de más edad a la de menos”. Es decir que el príncipe Pedro al pasar a ser princesa Marta perdía sus derechos en beneficio de su hermano. La princesa Marta, o sea el príncipe Pedro, protestó y alegó que sus derechos los tenía antes de ser transexual, con lo cual se formó un gran debate nacional en la que todos opinaban y nadie se ponía de acuerdo, mientras tanto el candidato a príncipe, el infante Jacinto, se casó con su compañero sentimental Gregorio, con lo que se aumentó el follón dinástico, pues había quién decía que de nada serviría un futuro rey que no pudiera tener descendencia. Así que todos los ojos fueron a parar a la infanta Vanessa, que por aquel entonces se había vuelto a tatuar, pero esta vez a su real padre le importó un pimiento, porque el pobre, había perdido la cabeza de tantos disgustos y su madre, como siempre, haciendo de esfinge, tal y como mandan los cánones. La verdad que esta mujer llegaba a ser un poco “esaboría”.
Pero claro, siempre tiene que salir algún machista, y hubo quien alegó por televisión que el infante Jacinto era gay, cierto y también era cierto que se había casado con otro gay, pero en cualquier momento podría recuperar su condición anterior de varón y casarse con una mujer, “como se hacía antiguamente”, iba a decir “como Dios manda”, pero supo corregirse a tiempo, esto privaba, según él a la infanta de cualquier derecho.
No obstante, el príncipe Pedro, es decir, la princesa Marta, seguía en sus trece de que él era el/la heredero/a.
La infanta, a estas alturas se había tatuado ya hasta el D.N.I., y se había colgado de la oreja derecha, cinco zarcillos de esos que no sé porqué ahora se les llama piercings o como narices se diga y escriba.
Todo pareció arreglarse, cuando un sesudo parlamentario, propuso modificar la Constitución en beneficio de la infanta Vanessa, que por aquel entonces estaba enganchada a la Marihuana y a la Maricarmen. La Marihuana era la droga y la Maricarmen una de las cocineras de la casa real, pero en cuanto esto se supo, su real madre, la puso de patitas en la calle, sin importarle lo más mínimo las leyes laborales, que en realidad servían para bien poco. Pero el presidente del gobierno se negó en redondo a modificar la Constitución porque podía ser, según decía, abrir la caja de Pandora. Y como controlaba su partido que a su vez controlaba el Parlamento y el poder Judicial, pues no hubo forma de solucionar el desaguisado. A todo esto, el lobby de los LGBT estaban exultantes y se habían vuelto fervientes monárquicos, todo lo contrario que los devotos de los partidos del régimen, que cada vez eran más republicanos aunque les costara reconocerlo.
¿Que cómo se resolvió el problema? Pues muy fácil, hubo un consenso entre los partidos del sistema y resolvieron que como ninguno de los tres hijos del rey iba a tener descendencia, tenían que buscar a alguien o a algo que fuera capaz de ser símbolo de la nación y que al mismo tiempo fuera capaz de reproducirse sin ofender a los LGBT, ni recaer en antiguos vicios políticamente incorrectos. Por fin los sesudos políticos dieron con la solución y un día en plena sesión del parlamento presentaron al sucesor a la corona: Un hermoso helecho traído de la Selva de Irati, que como se reproducía por esporas, no tendría ningún veto por ningún lobby, ni siquiera por la Iglesia porque no dejaba de ser un ejemplo de castidad.
Y de esta forma, el actual jefe del estado de Modernistán es un frondoso helecho, a título de planta rey. Y con la sucesión garantizada.
A partir de entonces, en los sellos y las monedas de aquel divertido país aparecía un esplendoroso helecho. Y el escudo de la nación también cambió y se le añadió un helecho en el mismísimo centro, y le daba al escudo una tonalidad verde francamente deliciosa.