Un melómano en la Ópera de Nueva York
Como muy bien saben ustedes, el ser humano es el único ser de la naturaleza que entierra a sus congéneres desde el principio de los tiempos, dándonos información de la sociedad en que vivían .
Y lo llevamos haciendo aproximadamente desde hace unos 100.000 años. Todo tipo de tumbas, sepulcros, monumentos y rituales acompañan nuestra existencia a lo largo de la historia ¿Qué movería a los primeros hombres a dar sepultura a sus muertos ?¿ Qué los inspiró?
Se ha especulado mucho y la teoría más aplaudida es, que desde el principio se creía en el más allá, en otra vida después de la muerte.
En la antigüedad, se enterraban fuera de las ciudades, pero cerca de las mismas para no olvidarse de los seres queridos, las catacumbas fueron el refugio de los cristianos perseguidos, allí eran enterrados, más adelante algunos cristianos ricos cedieron terrenos para sepultar a sus hermanos de religión, siendo este el nacimiento de los cementerios como instituciones cristianas. Hubo épocas en que las Iglesias también se practicaban enterramientos.
Como vemos, desde los primeros cristianos, seguimos con ese impulso primero del ser humano y lo tenemos como una de las obras de misericordia, enterrar a los muertos y que nos invita a rezar por los vivos y los difuntos.
Dicho esto, voy a lo quería decir. El otro día, tuvo lugar un suceso un tanto peculiar y estrafalario ocurrido en el Metropolitan de Nueva York. Donde los espectadores, acudieron a ver la representación de la obra “Guillermo Tell”, cuando en el descanso, después del segundo acto cundió el pánico, unos músicos de la ópera dieron la voz de alarma y llamaron a las unidades especiales antiterroristas dando por cancelada la representación que tenía que haberse celebrado por la noche: “La italiana en Argel”
¿Qué ocurrió?
Ocurrió que Roger Kaiser, de Dallas, que ahora pide disculpas, fue el responsable del caos y dijo que arrojó al foso de la orquesta las cenizas de su amigo fallecido de cáncer hacía unos cuatro años, al que había prometido esparcir sus cenizas por varios teatros, para que el difunto pudiera disfrutar eternamente de la música. He puesto un ejemplo muy ilustrativo de lo que está empezando a ocurrir con nuestros difuntos y ya hemos escuchado en otras ocasiones algún que otro caso sonado, como el hijo que se lleva a su padre en tetabrik a ver el Betis o el que al echar las cenizas del difunto al mar, el aire se las devuelve y se traga parte de ellas, el que se esnifa a su padre…¡¡¡Un horror!!! Y así un largo suma y sigue.
Supongo que muchos hacen lo que el corazón les marca, o se dejan llevar por la moda, por la economía, etc, sin llegar a darse cuenta de que les quitan la dignidad a la persona fallecida en nombre de no sé qué original nueva idea que se les ocurre tanto al pariente como al fallecido. ¿Pensaría Roger Kaiser que en los distintos teatros nunca se barre ni limpia? ¿Dónde irían a parar esos restos? ¿Al cubo de la basura ? ¿Y si algún alma generosa se le ocurriera que su padre o madre estuviera presente entre los vecinos del barrio y nos lo pusiera en el café?
Pienso que dejando aparte casos estrafalarios o creencias tipo New age, en realidad lo que está ocurriendo es que se está dejando de creer en Dios y por lo tanto en la trascendencia del ser humano. Ya no se cree que el cuerpo de los difuntos están llamados a resucitar un día y por lo tanto, se considera que sólo es un cadáver, y que lo único que importa es deshacerse de ese cadáver lo más fácil y cómodamente posible. Y pienso que nuestra Madre la Iglesia hace muy bien tratando que los cristianos sigamos tratando a nuestros muertos con la dignidad que merecen y que enterremos a nuestros fallecidos y en caso de no poder ser, llevar las cenizas a algún columbario donde reposen en paz. Y de esta forma contribuir además a preservar nuestra, cada día, más débil fe.