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21 de octubre de 2019 0 / /

Tra(ns)ición

Con motivo de los conflictos de Cataluña, don Alejo Vidal Quadras ha hecho unas manifestaciones en el programa de Intereconomía, recalcando que se está destrozando la magnífica operación de la Transición. Otros muchos personajes, de la derecha del sistema actual, se han referido a la Transición, con grandes elogios a la misma.

Como carlista que ha vivido el franquismo y la Tra(ns)ición, me permito afirmar que no hubo tal Transición, sino una inmensa Traición.

Fue inevitable

La traición no fue obra de un día. Se preparó a lo largo del gobierno del General. En un artículo anterior hemos llamado la atención sobre el hecho de que, durante el mismo, no se hizo lo necesario para la restauración de la España tradicional. Que era en lo que tenían que haber terminado el Alzamiento y la guerra posterior.

Son muy conocidas las dificultades que tuvo el general Mola para conseguir el apoyo de los carlistas. Mola no podía aceptar las condiciones que le ponían, a saber:

1º Anulación de la legislación anticatólica.

2º Salir con la Bandera rojo y gualda.

3ºSupresión de los partidos políticos como elemento de gobierno.

Transigió Mola por influencia de Sanjurjo. No podemos saber de la sinceridad de Mola, ni de nadir, cuando lo aceptó. Pero el hecho real es que a los dos meses de la guerra las dos primeras condiciones ya estaban cumplidas. Y no por la fuerza que pudieron hacer los carlistas, sino porque era lo que procedía para que los españoles se incorporasen a la lucha. Se generalizó el grito de ¡Por Dios y por España! Y bajo el mismo se consiguió la victoria. Lo que nos dio la victoria, el espíritu de la España tradicional, era lo único que podía haberla asegurado. No se hizo y ahora venimos pagando las consecuencias.

La Tra(ns)ición no fue obra de ningún genio personal. Ni de una colectividad impulsada por un espíritu superior. La Tra(ns)ición fue algo inevitable dada la trayectoria que había seguido el régimen. Sus ejecutores materiales eran continuadores de quienes lograron la victoria de 1939. Se ha querido ensalzar la participación de los vencidos de entonces. ¡Pura retórica sin fundamento! Se encarece lo que cedieron para llegar al acuerdo. No cedieron nada. Porque, derrotados y exiliados, nada tenían. Se limitaron a aceptar lo que les daban los vencedores. Y su postura era la única que podían adoptar.

Lo que las derechas del sistema actual ven como una postura generosa de los vencidos en 1939, nosotros lo vemos como un “déjame entrar que yo haré lugar”. Entraron aquellos que, de momento, no exigieron la exhumación de Franco, ni incendiaron Barcelona. Pero hicieron lugar a los que en el fondo ya estaban proyectando ambas hazañas.

Y las derechas que abrieron la puerta a los partidos vencidos no fueron generosos, sino culpables de una inmensa ceguera política, cuando no de una traición.

Los carlistas lo veíamos venir. Mientras por la televisión presenciábamos la jura de los Principios del Movimiento Nacional, recordábamos el refrán vasco: oien itza ta oraren putza, bardin (la palabra de esos y el cuesco del perro, los mismo)

Por eso no hacemos ningún caso a los defensores del sistema actual cuando nos dicen que lo que está sucediendo no es democracia. Con ese cuento ya vino Ortega y Gasset en tiempos de la República. Cuando hizo famoso su “no es eso”. Los carlistas le contestamos “¡sí es eso! ¿por qué había de ser de otra forma?” ¡Sí es eso! Fue entonces, con la República. Ha sido así, con el simulacro de monarquía que tenemos. Seguirá siendo así si no prescindimos de los principios de la Revolución. Que lo sepan todos los españoles.

La reconciliación ya estaba hecha

El exministro Margallo, queriendo magnificar la conducta de quienes hicieron la Tra(ns)ción recordaba con orgullo un hecho del que él había sido protagonista: cuando en el Parlamento, en 1979) le dio la mano a Carrillo. Pues a ese señor y a otros que emplean el mismo argumento, les recordamos que, en la taberna de mi padre, ¡en 1940! compartían porrón de vino un carlista que había pasado once meses de cautiverio en las prisiones de Bilbao, un nacionalista que había hecho la campaña de miliciano y, al caer prisionero, pasado unos meses en un campo de concentración y el antiguo conserje de la Agrupación Republicana, local. Cualquiera pensará que los personajes que presentamos no tienen la relevancia de Carrillo y Margallo. Pero ¿en democracia no somos todos iguales?

Para nosotros tiene más significación el episodio que presentamos, porque a sus protagonistas les unía lo real. Los tres eran silleros y habían trabajado en el mismo taller. Los tres eran vecinos de un mismo pueblo. ¡Y a los tres les gustaba el vino!  A Margallo y a Carrillo no les unía nada que se pueda vivir fuera del papel.

En miles de pueblos ocurrieron episodios como el que comento. Y si quieren un ejemplo de personajes relevantes, mencionaremos el matrimonio de una nieta de Franco con el nieto del Coronel que fortificó el Madrid Rojo. ¡La reconciliación estaba lograda mucho antes de la Tra(ns)ición!

Por eso advertimos a los españoles que reaccionan contra el actual estado de cosas, que no se queden a medio camino. Que no se limiten a combatir los síntomas (usando el lenguaje médico) Que vayan a la raíz del mal. Este no es otro que el liberalismo. Hay que borrarlo de la faz de España y restaurar la Tradición.

No pedimos que se nos dé el poder a los carlistas. Lo primero porque no estamos en condiciones de ejercerlo. Lo segundo porque no queremos “nuestro” triunfo. Queremos el triunfo de la España tradicional. La España de todos. La única España posible.

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