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3 de marzo de 2020 0 / / / / / / / / / / / / / / / / / / / / / / / / /

Terremoto en el PP vasco

Ha causado sensación la noticia de que, desde Madrid, ha sido destituido el Presidente del PP vasco, Alfonso Alonso, y sustituido por Carlos Iturgaiz.

Circula la idea de que Alfonso Alonso representa una corriente del PP partidaria de un acercamiento o, al menos, mantenimiento de buenas relaciones con el PNV, mientras que, desde Madrid, desean una política más “españolista”; por expresarlo de alguna manera.

Desde estas líneas queremos exponer los principios tradicionalistas que marcan el camino justo, evitando ambas desviaciones.

Lo primero que hemos de aclarar es nuestro rechazo total al nacionalismo vasco. No a lo vasco, que defendemos a fuer de tradicionalistas, sino al nacionalismo.

El nacionalismo lo hemos combatido desde nuestra juventud, como defensores del Carlismo. Ya, en nuestros escritos de hace setenta años, calificábamos al nacionalismo de anti vasco. Y para ello nos basábamos en los escritos de Sabino de Arana y en lo que observábamos en la propaganda nacionalista.

El vasquismo del PNV es pura etiqueta. Llaman vasco a algo nuevo, copiado de las ideas de la Revolución, a lo que visten con retazos de nuestro folklore y nuestra lengua. Es notorio en Sabino de Arana, su afán de reformarlo todo. Y reformarlo a su gusto. Eso es prueba de que lo que existía, como vasco, no le gustaba. Como ejemplo tomaremos su postura ante la Marcha de San Ignacio y la oración del Padre Nuestro. La conocida letra de la Marcha de San Ignacio, contiene muchas palabras comunes con el castellano. A eso Sabino lo denominaba “euskera mordollo”, vascuence despreciable. Él compuso un texto nuevo que sus partidarios se esforzaron en imponer y que, afortunadamente hoy nadie canta. Inventó una nueva versión del Padrenuestro y del Obispado de Vitoria se la devolvieron con el ruego de que “aplicase sus teorías lingüísticas a otros textos menos venerables que la Oración del Señor.

Hemos tomado esos dos ejemplos – podríamos haber citado más – para demostrar que nuestra oposición al nacionalismo vasco esta fundada en nuestro amor por lo verdaderamente vasco.

En el campo centralista liberal, algunos consideraron que debían acercarse a lo vasco. Y se acercaron al nacionalismo, con lo cual transigieron con lo anti vasco y, por anti vasco, antiespañol. Eso ha pasado en el PSOE y en el PP. En el PP vasco, parece que se da una reacción contra esa transigencia y que la destitución de Alonso es una prueba de ello. Ese cambio de orientación se traducirá en unas posturas afines al centralismo liberal. Esto tampoco es aceptable. Si el nacionalismo es anti vasco, el centralismo liberal es antiespañol. Hace lustros que los carlistas vascos calificamos de separadores a los centralistas.

La solución está en el fuerismo, del que el nacionalismo vasco se separó desde Sabino de Arana, aunque cuando le ha convenido se ha cubierto con el disfraz de fuerista. Y el fuerismo hay que entenderlo bien.

No se basa el fuerismo en una soberanía residente en el pueblo. Es éste un error extendidísimo que hay que eliminar. Recurramos a las Partida de Alfonso X, cuando define los Fueros como usos y costumbres que el legislador convierte en ley, a petición de sus súbditos. Don Carlos VII demostró que comprendía muy bien los Fueros cuando, durante la segunda guerra, los ayuntamientos de Guipúzcoa le pidieron normas de actuación. Les contestó: ¿Qué queréis que os diga? Las necesidades de vuestros pueblos las conocéis vosotros mejor que yo.

La variedad de España es una realidad. Las necesidades del Valle del Roncal – por poner un ejemplo – no son las mismas que las de Valdepeñas. Hay unas diferencias que los Fueros armonizan, permitiendo distintas instituciones para ambas entidades locales. Los Fueros armoniza y une lo diferente, como dicen los tomistas que hace la filosofía del aquinate. Y armonizan lo que ya es diferente, es muy distinto que crear diferencias. Que es lo que pretenden los separatismos.

Hemos vivido cómo el PP arrastró en el País Vasco a muchos tradicionalistas que creían, o fingían creer, que defendían lo nuestro. La experiencia ha demostrado que los que nos mantuvimos leales al trilema Dios Patria y Rey y seguimos tocándonos con la Boina Roja teníamos razón. Aunque quedásemos en minoría.

El PP sufre hoy las consecuencias de haber transigido con los errores del liberalismo. Y no es capaz de encontrar un camino, cegado por el afán de recuperar los votos que en la ultimas décadas ha perdido. Abandonaron la verdad de la Tradición y hoy se encuentran con las manos vacías.

No podemos terminar estas líneas sin dedicar un recuerdo a los carlistas, que, con la mejor buena fe, se unieron a las filas del PP y terminaron siendo víctimas de ETA. A los conocidos nombres de Iruretagoyena y Ordóñez podíamos añadir algunas decenas de nombres más. Y a los dirigentes del PP, que se han acercado al nacionalismo, recordarles que han pisoteado su sangre.

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