¿Somos anarcos los carlistas?
(Por Javier Garisoain) –
No me acostumbro a que los llamamientos más insistentes al orden, la prudencia y el cumplimiento sumiso de las normas estén viniendo de los que hasta hace cuatro días eran hippies, contestatarios, gentes subversivas, marginales, filoetarras o insumisos. Me he criado en la Pamplona de la kale borroka y se de lo que hablo. Hay cuadrillas que antes preparaban cócteles molotov y ahora se han especializado en hacer leyes y decretos.
Y no me refiero solo al COVID con todo su vaivén de preceptos farisaicos. Una vez conquistado el poder, alcanzada una hegemonía cultural, el “prohibido prohibir” de los perroflautas del 68 ha sido cambiado por el “prohibido disentir”.
Esto demuestra dos cosas: que todo ese culto a la rebeldía de las tribus urbanas que se ensalzaba como el colmo de la libertad mientras unos y otros se dedicaban a socavar los últimos principios de la cristiandad era una impostura. Y, en segundo lugar, que al final toda sociedad necesita, como siempre ha afirmado el pensamiento tradicional, un “unum”, una misma fe común. Un ideal al que servir como pueblo, aunque sea mentira.
Ahora que ya, definitivamente, somos nosotros los rebeldes no mintamos como ellos. No olvidemos nunca que la contrarrevolución no es una revolución de signo contrario sino que consiste en hacer lo contrario de la revolución. Dejemos claro que nuestra insumisión es sólo una herramienta para destruir su tiranía. Porque nuestra vocación es la de levantar de nuevo una civilización cristiana. Que somos gente pacífica y que nos gusta construir.
Soy carlista. Pertenezco a una vanguardia que lleva 200 años levantada en armas y en almas contra el orden mediocre que instauró con mentiras la revolución liberal. Nosotros podríamos por tanto, no sin motivo, erigirnos en el prototipo del rebelde, del justiciero solitario, del anarco. Sin embargo, salvo por alguna inevitable adherencia romántica, los carlistas no hacemos de la protesta el núcleo de nuestra acción. No queremos engañar exigiendo una libertad disoluta y genérica en la que no creemos. No somos anarquistas. No podemos sentirnos halagados por las caricaturas que nos pintan como el loco trabucaire que siempre está enfadado, siempre contra todo y contra todos. No es verdad. Nosotros no somos los que viven exagerando e idolatrando la libertad, nosotros queremos un buen gobierno.
Sépanlo aquellos que sonríen ante la imagen entrañable del carlista cascarrabias. Nosotros no nos contentaremos con ser una minoría más o menos tolerada. Nunca nos rendiremos. Nosotros queremos una reconquista plena y todo lo que no sea eso serán escalas necesarias, pausas inevitables. Y aquél orden con el que soñamos no estará al servicio de ninguna ideología… o volveremos a sublevarnos. Estará presidido por la justicia, para que haya libertad y nadie tendrá que presumir de anarco para defender su dignidad frente al poder porque el poder estará en su sitio, limitado por encima por la autoridad y por debajo, por el servicio.
Por algo Valle-Inclán comparaba al Carlismo con una catedral. Porque la inmediatez de nuestra sublevación a la contra no nos impide soñar con lo que ha de venir después. Porque nuestro horizonte no es tanto la destrucción imprescindible de las estructuras de pecado sino la reconstrucción de un orden cristiano.
Un comentario en “¿Somos anarcos los carlistas?”
Antonio Jesús Sanabria Santiago
Totalmente de acuerdo, Javier. Si puedo añadir algo, he de decir que el concepto de revolución es un tanto equívoco. La única revolución que subvirtió el orden preexistente fue la ilustrada burguesa. A partir de ese retorno a la exclavitud, que desapareció por la vida consecuente de los cristianos (recordemos a las Santas mártires Felicidad y Perpetua) todo ha ido encaminado a la perpetuación y aumento del esclavismo. El sindicalismo inicial surge de trabajadores cristianos en forma de bolsas de trabajo, formadas por aquellos campesinos expulsados de las tierras de la Iglesia por quienes las compraron en subasta bien baratas, donde se valoraba las situaciones de necesidad más acuciantes y buscaban el trabajo para ellos, absteniéndose los que tenían una situación algo menos apurada de concurrir a la demanda cobrando menos. Cuando Marx consigue de parte de sus amos imponer la teoría de la vanguardia, ven la forma de seguir manteniendo su poder. Es difícil de entender que se hable del “camarada Mao”, un chino que estudió e la Universidad de París en la primera mitad del s. XX, como si fuese un campesino de los que se meten en el barro hasta las rodillas para sembrar arroz.