Sobre la Fiesta del Cordero
Por Javier Manzano Franco—
La Fiesta del Cordero (Eid al-Adha) es una de las celebraciones más significativas dentro del calendario islámico, que conmemora el sacrificio que, según el relato coránico, Ibrahim (Abraham) estuvo dispuesto a ofrecer a Alá (Yahvé): la vida de su hijo, finalmente sustituida por la de un cordero. Este acto fundacional, repetido de generación en generación, vincula lo sagrado, la comunidad y la naturaleza mediante un gesto ritual de enorme carga simbólica.
En su forma tradicional, el sacrificio no es un mero trámite alimenticio: la matanza ritual implica olor, sangre, tacto, cantos y plegarias, un tejido sensorial que remite a un tiempo anterior a la abstracción racionalista moderna. Allí donde se mantiene intacto su sentido original, la Fiesta del Cordero es también un recordatorio de la dependencia mutua entre el ser humano y el mundo animal, así como de la conciencia de la muerte como parte inseparable de la vida.
Es cierto que el sacrificio no es ajeno a la tradición europea ni a la española. Antes de la llegada del cristianismo, los pueblos europeos practicaban sacrificios animales (e incluso humanos) como ofrendas religiosas y, aún hoy, la tauromaquia conserva elementos sacrificiales: la muerte pública y ritualizada de un animal ante una comunidad reunida, con su liturgia, códigos y simbolismo propios. Sin embargo, estas formas sacrificiales pertenecen a un linaje cultural distinto: el cristianismo abolió el sacrificio sangriento en el culto, reinterpretando la noción de “sacrificio” en términos incruentos (la Sagrada Eucaristía), y la tauromaquia se ha desarrollado a lo largo de los dos últimos milenios en un marco histórico y simbólico netamente católico, pero no pagano y mucho menos islámico.
Por ello, aunque el sacrificio como idea no nos sea ajeno, el de la Fiesta del Cordero pertenece a una cosmovisión religiosa distinta de la cristiana y no forma parte de la tradición europea posterior a la cristianización. Que el islam haya estado presente en la Península durante siglos no significa que exista una continuidad orgánica entre Al-Andalus y la comunidad musulmana realmente existente hoy, fruto de la inmigración reciente.
En las sociedades urbanas contemporáneas, además, el sacrificio corre el riesgo de convertirse en un acto mecánico, desprovisto de la plena densidad ritual y “ecológica” (que no ecologista) que tenía en contextos rurales arcaicos o seminómadas: la relación directa con el animal y con la tierra se debilita y lo que fue un gesto de reciprocidad y comunión se reduce a mero formalismo.
En España, la visibilidad pública de la Fiesta del Cordero es, en realidad, un signo de pluralismo religioso pero causado por el globalismo. Equipararla a celebraciones históricas como la Navidad, la Semana Santa o el Corpus Christi supone ignorar el hecho de que estas últimas forman parte de un ciclo festivo que ha modelado la identidad cultural española durante siglos. La centralidad de ese ciclo va más allá de lo exclusivamente confesional: se trata de un núcleo simbólico compartido que ha impregnado el arte, el calendario, el lenguaje y la vida pública.
Por ello, la transigencia que pueda tenerse con la Fiesta del Cordero como elemento identitario de una cultura foránea no implica aceptarla como equivalente en el plano simbólico y cultural a las celebraciones católicas que vertebran la historia festiva y la vida pública de España. En un país plural, como lo fue la Castilla de San Fernando y sus descendientes, cada comunidad puede celebrar sus ritos, pero reconociendo que no todos ocupan el mismo lugar en la memoria y en la estructura simbólica de la Patria.