Sentirse vasco
Diferencias entre los vascos
Por lo que hemos leído, el término “vasco” aparece en España en el siglo XVIII, como traducción del “basque” qua ya usaban los franceses. Anteriormente se denominaban vizcaínos, alaveses y guipuzcoanos a los naturales de estas tierras. Y era usual denominar vizcaínos a los que hoy se llaman vascos. Así vemos que Cervantes emplea tal vocablo en múltiples ocasiones. Incluso en el texto de historia de nuestra niñez, se nos decía que, en la batalla de Pavía, “el vizcaíno Juan de Urbieta había hecho prisionero al Rey Francés”. Se trataba de un guipuzcoano de Hernani.
Es archisabido que el vascuence no se habla en gran parte de la actual CAV. En algunas comarcas no se ha hablado nunca. En otras se ha perdido, aunque quedan testimonios en la toponimia. Los naturales de las comarcas alavesas ribereñas del Ebro, a los procedentes de zonas vascoparlantes les dicen: “los vascos”. En mi pueblo, cuando se dice de alguno que “es vasco”, se trata de un vascoparlante, procedente de otras comarcas de Vizcaya. En mi niñez, conocí a un vizcaíno de las Encartaciones, que para referirse a las tierras de la margen derecha del Nervión decía “el vascuence”.
Resumiendo: los que vivimos en la CAV, en las zonas en que no se habla vascuence, nos tenemos por menos vascos que nuestros convecinos vascoparlantes.
Añadamos ahora que en, nuestra niñez, el partido nacionalista vasco se basaba en la raza. A pesar de que en sus filas ya formaban elementos que carecían de apellidos vascos, a los no nacionalistas, que tampoco teníamos tales apellidos, nos trataban con aire de superioridad.
Por eso no sabemos si tenemos derecho a denominarnos vascos. Ni nos preocupa. Si proclamamos bien alto nuestra condición de vizcaínos. Porque el Señorío de Vizcaya es una realidad de siglos. Supone unas instituciones políticas y una forma de ser que no tienen nada que ver con los sueños de Sabino de Arana y de sus epígonos. Nos orgullece leer en la obra del P. José María Iraburu, “Hechos de los Apóstoles de América”, que cuando el escritor peruano Felipe Guamán hace un elogio de Guánuco, el pueblo de su familia dice así:
Es de la corona real, que desde los Incas fue así, fiel como en Castilla los vizcaínos.
Y eso es lo que queremos ser vizcaínos y comportarnos como hombres fieles. No queremos más.
Lo vasco es español
Pero el nacionalismo ha mitificado lo vasco. Y decimos la mitificado porque le ha atribuido una excelencia basada en ilusiones. Ala vez que le atribuye unas virtudes imaginarias, olvida de otras cualidades reales.
Porque lo vasco es español. De diferente manera que lo gallego o andaluz, pero español.
Es evidente que la lengua castellana es el latín corrompido por quienes hablaban vascuence. Si recurrimos al GERO, primera obra de cierta importancia, publicada en vascuence, comprobaremos la gran influencia que sobre la misma tuvo la “Guía de Pecadores” de Fray Luis de Granada. No en vano su autor, Pedro de Axilar, se había formado en la universidad de Salamanca.
El novelista francés Pierre Lotí, escribió sobre el País Vasco, que conocía por a ver estado destinado en Bayona. Es muy conocida su novela Ramucho que dio lugar a una ópera. Repetidas veces dice que lo vasco, de Francia, es “una influencia del Sur”.
Al leer un tomo de la monumental “Euskalerriaren Yakintza” de Azkue, nos maravilló comprobar que cantidad de canciones infantiles que se recogían en vascuence, las cantábamos en castellano, en nuestro pueblo.
Los conocidos coros de Santa Águeda, no son tradicionales en Guipúzcoa, y sí lo son en las comarcas norteñas de la provincia de Burgos.
Las cofradías de Nª. Sª. del Rocío, se acompañan de un instrumento musical rudimentario similar al chistu vasco. Y la jota vasca, tiene el mismo compás que la aragonesa. Y así podríamos seguir hasta el infinito.
Las ilusiones de hoy
El nacionalismo vasco ha imaginado un tipo de vasco que no responde más que a los sueños de Sabino de Arana. Quedaron atrás los tiempos de nuestra adolescencia en que los nacionalistas presumían de sus apellidos vascos. Ya entonces los había que ocultaban el apellido castellano paterno utilizando el vasco de la madre, o viceversa. Otros suprimían de sus apellidos alaveses el patronímico López, o Fernández para quedarse con el toponímico. Incluso conocimos al hijo de un burebano que cambiaba su Gómez a Gomezetxea. Hoy, familiares nuestros ocupan cargos en el PNV sin tener ni un apellido vasco entre los 16. Y no digamos nada de un representante de dicho partido en el Parlamento, hijo de inmigrantes. Sus padres ya se integraron en Euskadi y le bautizaron con un nombre “vasco”. Sus padres, ignorantes de lo vasco, tomaron por vasco un invento de un periodista suletino del siglo XIX.
Por mor del sistema político actual, hoy se nos considera vascos a todos los naturales de Vizcaya, Álava y Guipúzcoa. Pero nadie puede borrarnos la idea de que son más vascos los que hablan el idioma, que los que no lo hablamos. Y el idioma se adquiere en los brazos de la madre. Se puede estudiar, aprender y dominar otro distinto. Pero, aunque sean muchos los que consiguen “saberlo”, mejor o peor, el idioma materno tiene un carácter dominante en cada uno.
Y como nadie quiere ser menos que su vecino, todos queremos ser muy vascos. Aprender el vascuence es bastante difícil y no todos lo consiguen. Surge entonces el “aficionado a vasco”. El también denominado “agurparlante”. Toma unos cuantos vocablos de vascuence y los incorpora a su lenguaje. Ese sí que se “siente vasco”. Y el muy iluso, nacido y criado en el Bilbao que habla castellano, se cree que nació en Apatamonasterio.
Resumiendo, salvo en el hecho de hablar vascuence, no acertamos a concretar qué es ser vasco. Por tanto, no comprendemos qué es sentirse vasco. Por eso en los que vemos presumir de que “se sienten vascos” apreciamos un idealismo, ausente de la realidad, comparable al anciano, que mencionamos, en un escrito anterior que se sentía como un joven de veinticinco años.
Y lo malo es que ese idealismo, sin fundamento de ninguna clase, es el que condiciona la acción política de los gobernantes.