Se ha cumplido medio siglo del “Contubernio” de Múnich, un caramelo envenenado de la misma Revolución
(Por Carlos Ibáñez) –
Causó una gran impresión en toda España la reunión celebrada en Múnich por una serie de políticos, unos del exilio y otros del interior. Corría el año 1962. Habían transcurrido veintitrés años desde la Victoria de 1939 y el Régimen no se había asentado. Descansaba casi exclusivamente en la persona del General Franco. Un régimen basado en una persona es, por fuerza, provisional. Así lo entendíamos todos; tanto los que soñaban con la “segunda vuelta”, o sea la revancha de su derrota, como los que nos manteníamos fieles a la Victoria. Entre éstos, muchos nos impacientábamos porque no se avanzaba hacia una situación definitiva.
Vistas desde hoy las cosas, comprendemos la razón de aquel no avanzar que nos impacientaba. Éramos una minoría los que proclamábamos que la Victoria suponía la restauración de la España tradicional con todas sus consecuencias. Gran parte del bando vencedor estaba anclada en eso tan funesto para España como “poner tronos a los principios y cadalsos a las consecuencias”. Habían luchado en el campo nacional contra las consecuencias del liberalismo. Pero seguían fieles al liberalismo, del que no habían llegado a captar lo funesto de sus principios.
Restaurar la España tradicional no hubiera supuesto dar la victoria al partido carlista. Los carlistas no funcionamos como partido. No luchamos por lucrar a nuestros hombres con el disfrute del poder. Nos conformamos con que los gobernantes, sean quienes sean, se guíen en su actuación por los principios de la España tradicional. Y eso es lo que había que haber hecho. Y sólo se estaba haciendo en muy pequeña parte. Y aún esa contaminada por los resabios del liberalismo que había imperado en España durante los cien años anteriores.
Surge entonces una iniciativa que pretendía dar a España la solución necesaria. Se cubrían con los bellos ropajes que usa el liberalismo cuando no ocupa el poder. Salvador de Madariaga inauguraba las reuniones proclamando: “Aquí estamos todos menos los totalitarios de ambos bandos”. Efectivamente: si nos fijamos en las principales personalidades, el propio Madariaga y José María Gil Robles, ninguno había participado en la contienda. Pero entre los asistentes no faltaban extremistas de ambos lados que renunciaban, o aparentaban renunciar, a su anterior extremismo.
Quienes no estuvimos en la reunión de Múnich fuimos los carlistas. Dada la división en que nos hemos movido y el poco caso que, en muchas ocasiones, hacemos a las directrices de nuestros dirigentes, no habría sido imposible la presencia en Múnich de algún grupo tradicionalista, aunque hubiera sido tan reducido como el que, un lustro antes, había acatado a Don Juan.
La postura de nuestra gente ante el régimen variaba. Había carlistas que aún confiaban en que Franco restauraría la Monarquía Tradicional. Los había, por otra parte, que se habían enfrentado con el Caudillo desde los tiempos de la Cruzada y se movían en la clandestinidad. Pero ninguno de ellos se acercó Múnich. Un honor para nosotros, prueba del fino olfato de nuestra gente ante los disfraces de la Revolución.
Porque la reunión de Múnich no era otra cosa que el envoltorio dorado del caramelo envenenado que nos ofrecía la Revolución.
El talento de Madariaga le llevó a proclamar que con la reunión terminaba la guerra que había comenzado el 18 de julio de 1936. Muy bonito y seductor. A un culto sacerdote le oímos elogios a una frase del discurso que decía: “no es admisible en Europa un régimen que todos los días envenena a Sócrates y crucifica a Jesucristo”.
Había que haberle dicho al pensador liberal que lo que intentaban él y los presentes en la reunión era la legalización de grupos cuyas doctrinas propugnan la crucifixión de los seguidores de Jesucristo y que terminan envenenando a los que razonan como Sócrates. Que eso es lo que estamos viendo hoy.
A los españoles que lean estas líneas, les pedimos que mediten sobre lo que supuso la reunión de Múnich. Que paren mientes en la situación a que nos ha llevado aquello tan atractivo. Y que lo apliquen a la actualidad. Que entre las voces que protestan ante el caos que nos dominan, no se dejen engañar por las que defienden el sistema. Nada de lo que se haga por mantenerlo será de utilidad para el bien de los españoles.