Regionalismo y Reino de Valencia
Se puede decir que el Reino de Valencia es creación de un hombre. El rey Jaime I fue el impulsor principal (contra la opinión de sus ricoshombres) de esa cruzada que terminó en la conquista y creación del Regne, partiendo principalmente de territorios de la taifa de Valencia en 1236.
Fue un reino de nueva planta organizado en base al romanismo de la escuela de Bolonia (profundamente regalista), sobre un sustrato de tradiciones previas, algunas islámicas (de sus habitantes nativos) y otras aragonesas o catalanas de los colonos. Un territorio donde la vida urbana tuvo mucho mayor peso que la rural y nobiliaria. Sus cortes fueron casi invariablemente realistas y opuestas a la influencia de los poderosos, y bien podrían haber sido modelo de esas cortes orgánicas y verdaderamente representativas de todos los cuerpos sociales que el tradicionalismo doctrinal siempre propugnó y que agostaron progresivamente el autoritarismo de los Austrias y el absolutismo de los Borbones.
A lo largo de su historia, el Regne ha presentado varias características singulares y, en cierto modo, ejemplares para el resto de las Españas.
En primer lugar, ha sido una región eminentemente agrícola y minifundista, con escaso peso de la aristocracia terrateniente, y progresiva importancia de la industria y el comercio. Nunca existieron exageradas diferencias sociales entre valencianos, la mayoría de ellos pequeños propietarios.
Asimismo, fue acendradamente católica, con gran impacto de la religiosidad popular, todavía visible en el mundo rural, pese a la progresiva secularización contemporánea.
Tercero, es una región de connatural bilingüismo, antiquísimo y no impuesto, con una correspondencia casi exacta de las comarcas valencianoparlantes en la costa con las castellanoparlantes en el interior. La convivencia jamás ha supuesto ningún problema hasta la llegada del nacionalismo subvencionado desde el gobierno catalán, con escaso efecto aunque los resultados de las últimas elecciones pudieran sugerir lo contrario. En esa armonía hay una enseñanza muy aprovechable para nuestra patria sacudida por el odio territorial.
Asimismo, hay varias comarcas valencianas que pertenecieron anteriormente a otros reinos hispanos, como por ejemplo la plana de Utiel o el campo de Villena, incorporadas desde Castilla en varios momentos de la historia. También hay pobladores provenientes de otras tierras que se han instalado entre nosotros, desde los murcianos que habitan el bajo Segura desde hace siglos, hasta los castellanos, aragoneses o andaluces que acudieron a las nuevas industrias circundantes de las grandes ciudades en el siglo XX. Ni aquellas ni estos han presentado jamás problemas de integración importantes.
El tradicionalismo en el Regne de Valencia fue fuerte, sobre todo en el interior de Castellón y Valencia. Como en otras partes de España, el regionalismo valenciano decimonónico se nutrió de muchos carlistas desencantados tras las derrotas en los campos de batalla. Conoció un cierto auge en la provincia de Valencia, pero- arrancado de su raíz católica y tradicionalista– su prolongada decadencia ha concluido por absorción en el gran partido conservador del sistema y los atomizados grupos valencianistas sin más programa que agitar la bandera identitaria. En su sustitución, mezquinos cantonalismos y rivalidades aldeanas elevadas a proyectos políticos, llamado en prensa el problema de “la vertebración pendiente de la Comunidad Valenciana”, resultado de haber machacado la sana autonomía de los municipios desde hace más de dos siglos.
En buena medida, también en el Regne el carlismo supone, para los desencantados con el centralismo estatista, la alternativa al nacionalismo destructor. Saber lidiar con ese problema, sacar lo mejor de nuestras cualidades históricas y mantener vivo el proyecto de un Reino de Valencia fiel a sus raíces dentro de unas Españas unidas es el reto para los tradicionalistas valencianos.
Artículo originalmente publicado en el Portal Avant! de los carlistas valencianos