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11 de octubre de 2016 0

¿Qué corresponde hacer al Carlismo en esta coyuntura?

carlismohoyUn carlista no tiene una ideología; un carlista es una persona poseída por unos ideales, de un modo no muy diverso a como es poseído por el Espíritu Santo un verdadero creyente. Al grito inicial de ¡Altar y Trono! abigarrado, feroz, confuso, en la urgencia de enfrentarse con la fuerza a una novedad disolvente y tiránica, las sucesivas derrotas y traiciones fueron dotando a la Causa de la reflexión que impone la calma. El trilema Dios, Patria y Rey legítimo ha sido decantado durante doscientos años por insignes y profundos pensadores, acaso los mejores, y sin duda los más nobles de cuantos ha dado la postrer y agonizante Hispanidad.

De esta meditación ha surgido el hallazgo de que el carlismo no es sino la última defensa- no sólo teórica, sino vívida y real- de la Cristiandad frente al monstruo liberal. Tenemos el orgullo de heredar la épica resistencia de los últimos cruzados de Occidente contra su propia decadencia. La reivindicación de la ley natural, del derecho público cristiano, de la doctrina social de la Iglesia, que pone a Dios en el centro y al Bien Común en el horizonte, frente a la triple separación de la razón frente a la fe, del mundo humano frente al sobrenatural y del individuo frente a la comunidad; triple negación de Dios (al modo petrino) de los hijos de satanás en la política. Triple negación de la cual nacen todos los engendros que aparecen uno detrás de otro: liberalismo, sofismo, positivismo, materialismo filosófico y práctico, ateoescepticismo, democratismo, subjetivismo, hedonismo, relativismo, voluntarismo, pansexualismo, ideología de género, cientifismo, egotismo, antinatalismo, estatalismo avasallador, cosificación del ser humano, cultura de la muerte… uno tras otro los ven aparecer en sus vidas las personas de bien y los combaten desordenadamente, mareados por tantos ataques simultáneos a su concepción del mundo, desorientados al ver sus valores y familias asaltados desde tantos frentes y ¡ay! sin guías ni oficiales que se pongan ya al frente de la resistencia. No pocos- muy humanamente- abandonan la trinchera y gimen en sus casas, deseando que acabe la lucha ya, aunque sea con derrota.

Eso es porque se les ha hurtado la espina dorsal de su forma de entender el mundo, y la razón de su combate. Y esa causa primera está en los sagrarios, y no en las asambleas de fundaciones.

Esa es la riqueza, esa es la fuerza, esa es la gran aportación del carlismo a la política. La deordenar todo en un sistema lógico de jerarquías de autoridad y Bien, desde la cabeza sobrenatural hasta su consecuencia cotidiana más nimia. Ese es el tesoro que legaron nuestros padres y nosotros debemos ofrecer a nuestros contemporáneos. Una tarea, una responsabilidad, una carga.

Esa lucha no es simplemente teológica. Como no puede ser de otra manera en lossustentadores del realismo en todos sus significados filosóficos y políticos, viene acompañada de la defensa de la encarnación real e histórica de ese modelo de Cristiandad en nuestras tierras hispanas. En la defensa de España y de las Españas, en la defensa de los usos y costumbres elevados a ley que son los fueros, en la defensa, en fin, de ese Rey que era gobernante, árbitro, capitán, juez… pero sobre todo era padre. Un padre que velaba por los suyos, porque eran súbditos y no extraños, porque eran hijos y no siervos, porque- en fin- eran hermanos a los que proteger y no contribuyentes a los que sangrar. Un padre terrenal, reflejo (pálido) del Padre eterno. Un padre con el que la patria hispana se convirtió en señora de medio mundo, luz de la Cristiandad y baluarte contra los enemigos de Cristo.

Estas cualidades, que ahora muchos aconsejan olvidar para “ponerse a tono con los tiempos”, son- sin embargo- las que hay que reivindicar, las que nos hacen verdaderamente prácticos y actuales. Ellas nos ayudaran a explicar la Tradición al siglo XXI; Tradición dinámica, Tradición que suma y añade, y no resta ni cambia. Tradición llena de contenido auténtico, y no puro marketing de verborrea vacía para poder alcanzar el poder por medio de la urna degradante, tan plastificada como los derechos políticos de los que creen en ella como mecanismo de reforma y mejora. Olvidan que si el alma no se convierte, la política no se mejora jamás, pues nadie puede dar de lo que no tiene.

Doscientos años llevamos de depredación liberal de la riqueza espiritual y material de nuestra Patria. Dos siglos en los que la cabeza de las naciones ha devenido en una sociedad rota, dividida, mezquina y depravada, dominada por la plutocracia e intoxicada por la demagogia, ahogada por la crisis moral y económica. Agoniza este sistema partitocrático llamado de la Transición, y pasará como pasaron el caótico parlamentarismo cristino, la corrupta Restauración turnista, la oligárquica dictadura primorriverista, y su reverso la terrible segunda república. Como pasó también el franquismo, cuya cabeza y cuadros prefirieron entregarse al amigo de Washington antes que restaurar la Monarquía tradicional y pactista, y así lo han pagado (y lo hemos pagado).

Cinco siglos hace del nacimiento de la clarividente mística española que afirmó que nada debía turbarnos, nada debía espantarnos, que quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta. Nosotros lo tenemos, porque le hemos dejado habitar en todo nuestro ser, y no únicamente en la intimidad de la conciencia. Y con esa paz podemos y debemos aconsejar calma a los que se agitan y soliviantan por una simple elección municipal o autonómica, en la que el ala progresista y socialista del liberalismo ha derrotado al ala conservadora, como si ello significase algo realmente relevante en el gran plan de satanás o en el infinito plan de Dios. ¿Que puede venir una persecución? Mucho ha tardado, visto que hemos permitido crecer a la cizaña y enseñorearse del trigo sin hacer nada. Quiera Dios que esta sirva para nuestra salvación y la de España, pues ninguna espada templada se forja sin darle martillazos.

Pase lo que pase, nosotros hemos edificado sobre la roca sólida de Cristo, sobre el ejemplo firme de nuestros antepasados, sobre la saludable coherencia entre ideas privadas y políticas. ¿Qué tenemos que hacer ahora? Nada distinto de lo que tenemos que hacer en todas las épocas: transmitir el mensaje, evitar que caiga en el olvido lo que fue y vale la pena mantener, reformar lo que degeneró. Llamar a todos a la salvación en la vida pública tanto como en la personal. Enseñar que lo que el modernismo llama involución es volver al buen camino, tras décadas extraviados entre las zarzas y los cardos que nos alejan de nuestro destino mientras nos lastiman y dañan.

¿Cómo hacerlo? Por todos los medios disponibles: círculos, asociaciones, cofradías, revistas y medios digitales, periódicos y radios, charlas, conferencias y coloquios, en la familia y en el trabajo, en la parroquia y entre desconocidos, declaradamente o con discreción, fomentando o engrosando candidaturas independientes en comicios municipales, con campañas de propaganda o estableciendo relaciones con otras asociaciones no estrictamente tradicionalistas.

Y hacerlo todos juntos, buscando la unión de todos los defensores del cuatrilema, por encima de personalismos, o de marcas más o menos oficiales cuya función es servir a la Causa, no sustituirla por siglas. Y formarnos bien, bebiendo de los clásicos de la filosofía cristiana o del pensamiento tradicional hispano, así como de los eruditos contemporáneos que nos ayudan a entender los tiempos actuales desde la óptica católica.

Y buscando, al fin, el encuentro con la dinastía. Aquella dinastía que en un momento de la historia se extravió de la Tradición al olvidar que no se puede perfeccionar algo si se destruye primero. Aquella dinastía que hoy regresa para preguntar por los suyos. Un encuentro para enamorarnos no de las personas, sino de los principios; no de los títulos, sino de Cristo Rey y su obra en los hombres y sus comunidades políticas.

Encomendemos esta labor al custodio de España, Santiago Apóstol, para que nos proteja, al Espíritu Santo, que se derrame en abundancia sobre nosotros para llevar a cabo con acierto y constancia la ilusionante tarea de regenerar nuestra sociedad, nuestra patria.

Publicado en el número 94 de “Reino de Valencia”

Publicado en el número 134 de AHORA INFORMACIÓN

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