Post-Ítaca
Cuando Lluís Llach era joven, tenía pelo y estaba menos arrugado, nos emocionó con su versión musicada de la poesía Ítaca de Constantino Cavafis. Nosotros, pobres adolescentes, todavía no distinguíamos mucho la compleja realidad. Inocentemente pensábamos que una cosa era la poesía o la música, y otra la política. Aún no habíamos leído a Althusser o Gramsci, entre otros autores que nos ilustrarían sobre lo ilusos que éramos. Era bonito por aquel entonces escuchar las empalagosas canciones de Lluís Llach mientras empezábamos a fumar nuestros primeros “Ducados”, creyendo que tanto esa música como el tabaco no eran insalubres.
Era también una época donde aún creíamos que la realidad era tan evidente que no podía ser negada. Y una canción que habla de un viaje a una lejana isla, simplemente era una canción. No habíamos descubierto los símbolos y significaciones que la progresía quería inculcarnos a través de la estética. Muchos de mi generación creían que Ítaca era el destino de un viaje que fácilmente arribaría. Era la utopía que se hacía realidad, a veces bajo forma de un paraíso comunista, a veces como una Cataluña independiente. Daba igual si fuera una Cataluña proisraelí o propalestina, soviética, liberal o democristiana. Lo importante no era el contenido de Ítaca sino salir de donde uno estaba: la realidad; porque ésta es dura y debemos afrontarla tal y como nos viene y zarandea y en medio de las tormentas de la vida no tenemos derecho a viajes imaginarios.
Todos estos conocimientos nos llegaron demasiado tarde y con demasiadas canas, pues ya no sirven para convencer a nadie de que Lluís Llach no tienen ningún derecho a dárselas de independentista. Simplemente es un desarraigado de su sangre y tradición familiar. Lo que él denomina independencia de Cataluña, simplemente es la proyección del deseo de independizarse de su propia historia familiar. Y por eso no es de extrañar que le guste más África que Cataluña. Pero tampoco nos sorprende. Dicen que estamos en la época de la “posverdad” (no hemos conseguido descifrar qué significa, pero debe ser importante). Algunos dicen que la posverdad es la consagración de las emociones sobre la verdad objetiva a la hora de configurar creencias populares u opinión pública. Por lógica, en la era de la posverdad, Ítaca debe morir para dejar paso a la Post-Ítaca.
De ahí la tentación de releer la poesía de Cavafis, para intentar redescubrir analogías de este molesto e interminable viaje a una isla, que para más inri tiene titularidad griega. Ello –no sabemos si Romeva lo tenía calculado- podría provocar el primer incidente catalano-griego desde la época de los almogávares. Como decíamos, en este mundo de la posverdad hay que rememorar ciertos significados no sea que estemos embarcados en un avión de Ryanair, pilotado por Puigdemont, camino de Bélgica y no en un romántico trirreme camino del mar jónico.
La relectura de la poesía no deja de ser reveladora y se descubre un nuevo contenido perfectamente asimilable a lo que ha estado haciendo el independentismo con la mayoría de catalanes. Rezan unos versos: “Ten siempre en tu mente a Ítaca / La llegada allí es tu destino / Pero no apresures tu viaje en absoluto / Mejor que dure muchos años”. Ahora se entiende todo. La tomadura de pelo ha sido tan brutal que ha alcanzado hasta a la azotea de Lluís Llach. Ítaca –se desprende de todo el poema de Cavafis- no es verdaderamente el objetivo del viaje. La finalidad es el viaje mismo, pues cuando lleguemos a Ítaca podemos encontrarla pobre (Como la hipotética Cataluña independiente), apunta el poeta, pero nos habremos enriquecido con las experiencias del camino (menudo consuelo). Para esto no hacía falta Cavafis, estas reflexiones también podrían firmarlas los de la CUP y plasmarla en su programa electoral.
Nadie podría hacer descrito mejor el “procés”, el proceso interminable, como nuestro poeta griego. Como versionaba nuestro bardo independentista de tía falangista, mejor que el viaje dure muchos años. Traducimos: mejor que la independencia no llegue nunca. Llegar a puerto implicaría descubrir la triste verdad del engaño. El independentismo es el proceso y el proceso es el independentismo, un viaje eterno lleno de sentimientos y experiencias que dan sentido a vidas sin sentido, evacuadas por el nihilismo posmoderno y necesitadas de posverdades que oculten la Verdad. Así se resume la política catalana. Nos han tomado el pelo y Lluís Llach es la demostración empírica.