Partitocracia carísima
(por Javier Urcelay)
El ERE al que se ha visto obligado Podemos, despidiendo a más de la mitad de su plantilla y cerrando nueve de sus sedes regionales, ha vuelto a poner de actualidad el tema del dinero de los partidos, uno de los tabúes mejor guardados de la Democracia.
Y es que el sistema de partidos, además de desnaturalizar la participación y la representación del pueblo en los asuntos públicos, nos sale por un riñón.
Según detalla la Ley Orgánica del Régimen Electoral, cada partido obtiene 21.167 euros por cada escaño obtenido en el Congreso o en el Senado. Teniendo en cuenta que disfrutamos de 350 diputados y 208 senadores elegidos por los ciudadanos, la suma se va 11.811.186 euros que salen de nuestros bolsillos para ir a parar directamente a las arcas de tan benéficas instituciones.
El reparto de los jugosos casi 12 millones de euros resulta lógicamente desigual: el PP, con 137 diputados y 120 senadores, recibirá 5.439.919 euros, mientras que Vox, con 33 diputados y cero senadores, ingresará 698.511 euros, o sea, entre nueve y diez veces menos.
Pero esto es solo pago por congresista. Además de esta tajada, los partidos políticos reciben 0,81 euros por voto conseguido para el Congreso. Considerando los 22.974.562 votos emitidos, los partidos obtienen por este concepto 18.609.395 euros. Que sumado al capitulo anterior, arroja la no pequeña cifra de 30.420.581 euros.
Esto no es todo, porque en España tenemos 17 parlamentos regionales y un total de 1.199 diputados autonómicos, y las Comunidades Autónomas también subvencionan con sus presupuestos -quiero decir, con nuestro dinero- en función de los escaños conseguidos y los votos obtenidos. Cada Comunidad Autónoma paga una cantidad diferente por escaños, entre 11.000 y 27.000 euros, por lo que podemos tomar unos 19.000 euros como media. Ello da como resultado otros 22.781.000 euros, y ya llevamos 53 millones de euros para la buchaca de los partidos.
Y todavía nos queda por añadir la subvención autonómica por voto recibido, pongan ustedes otros 10 ó 15 millones de euros más. O sea, vamos por unos 70 millones a distribuir, antes de considerar la subvención por concejal obtenido en las elecciones municipales, que añaden otro sumando a la cuenta, y no pequeño, como pueden entender habida cuenta del número astronómico de concejales que hay en España, donde cada pueblecito necesita sentir que tiene su propio petit parlament.
Notará el lector que no he hablado del sueldo de diputados, senadores, diputados autonómicos y concejales, que salen también de las arcas públicas. Para hacerse una idea, el sueldo oficial de un diputado nacional es de 43.776,46 euros. De esos que tenemos 350, es decir, una partida en salarios de sus señorías de 15.321.761 euros. Sólo del Congreso. Sumen ustedes los demás capítulos.
Decíamos al principio que de nada de esto se habla, y que el asunto de los dineros de los partidos y para los partidos es tema tabú. Como puede verse, hay cosas para las que si alcanzan consenso.
Es lógico, porque no conviene que se sepa que el sistema alternativo de Procuradores en Cortes elegidos mediante sufragio orgánico, con mandato imperativo y juicio de residencia, es gratis. Los Procuradores son elegidos por las entidades de la soberanía social -regiones, municipios, sindicatos y corporaciones profesionales, universidades etc-, desempeñan su representación con carácter temporal y no hacen de la política su forma de vida. Tienen dietas pero no un salario como Procuradores, porque tampoco necesitan dedicación completa (esta manía compulsiva de hacer continuamente leyes para todo, malas y que hay que cambiar cada dos años -entre otras cosas por no haber escuchado a los agentes de la soberanía social a quienes afectan- es una de las gratuidades del parlamentarismo). Es decir, no hay que alimentar a 300.000 políticos profesionales -entre cargos electos, asesores, liberados de los partidos etc- que se estima que viven en España del tinglado partitocrático.
La partitocracia no solo no promueve la democracia, en cuanto gobierno del pueblo, sino que representa su secuestro:
-El sistema de partidos saquea de las arcas públicas, siendo lo de “las cuotas de sus afiliados” una leyenda urbana, es decir, una parte insignificante de sus presupuestos
-El sistema de partidos crea diferencias económicas entre unas formaciones y otras que constituyen desventajas competitivas insuperables. Comparen ustedes, en términos futbolísticos, el presupuesto del Real Madrid y el del Almería y llévenlo luego a la política, para que les hablen de igualdad de oportunidades.
-El sistema de partidos establece barreras de entrada insalvables para nuevas formaciones que quieran acceder a la arena pública. No tendrán dinero ni para colocar una pegatina en una farola. Así la política se convierte en un coto cerrado.
-El sistema de partidos crea una clase política profesional que defiende su permanencia con el mismo furor que cada uno de nosotros defendemos nuestro puesto de trabajo. Y que, para ello, pasarán por donde haya que pasar. La lista de ejemplos parece innecesaria.
-El sistema de partidos hace que la cúpula de cada partido -que determina quien sale y quien no sale en la foto- se convierta en una oligarquía caciquil y autocrática. ¿Cómo puede promover una democracia quien dentro de su casa ejerce una dictadura?
-Las listas cerradas y la disciplina de voto, impuesta con una disciplina férrea, son los mecanismos por los que el sistema asegura su mantenimiento. Sobre ambas cosas, ni un desliz. ¿No les llama la atención cómo los tertulianos y comentaristas políticos -correas de transmisión y paniaguados de las sedes de los partidos- evitan esta cuestión?
– El sistema de partidos se mantiene gracias al interés de todos los que participan en él en que el sistema se mantenga. Y eso a pesar de que los políticos están en las primeras posiciones del ranking en descrédito popular.
En definitiva, el sistema de partidos es un cáncer que divide a los ciudadanos en facciones artificiales y cainitas, y drena las energías de la nación, impidiéndola acometer proyectos colectivos de envergadura y largo alcance.
El sistema de partidos deja al margen al pueblo, le disuade de la participación en la cosa pública, le ahuyenta de la asunción de sus responsabilidades en la vida comunitaria, le aparta de los ámbitos de sus competencias naturales, le suplanta en la representación de sus intereses y le somete cada cuatro años al espejismo de creerse protagonista de la democracia echando su papeleta en una urna, en un acto mediatizado por el despliegue de una campaña electoral emotivista y cuajada de promesas que nunca se cumplirán.
La conclusión de que solo los partidos políticos y la partitocracia son el único medio de asegurar la libertad política es una imposición ideológica irracional y sin base alguna. El supuesto de que no existió la libertad hasta que la trajo la Revolución Francesa es un mito antihistórico. La afirmación de que la democracia es el menos malo de los regímenes políticos queda desmentida cada día por la evolución de las democracias en todo Occidente hacia el bloqueo, la ingobernabilidad, los populismos, la demagogia y la corrupción.
El sistema de partidos no tiene nada que ver con la democracia en sentido etimológico, sino que es una forma de poder ejercida por unas facciones que parasitan la vida nacional, viven de sus recursos e impiden la genuina participación y representación del pueblo en las tareas de gobierno.
La partitocracia constituye un régimen que, en nombre de una libertad abstracta, destruye cada una de nuestras libertades concretas y ejercitables.
Pero ya sabe usted: le han contado que no hay más que esto o una dictadura, y usted ha optado por creérselo, sin permitirle si quiera plantearse si existen alternativas teóricas o si, incluso, existieron de hecho, durante siglos, en la mejor tradición política de nuestra propia Monarquía tradicional.