Opiniones discrepantes sobre el manejo de la pandemia
Por Miguel Ángel Pavón Biedma
Hay opiniones discrepantes sobre las verdades oficiales que, día tras día, son transmitidas repetidamente por los medios de información y control social. Examinemos algunas de ellas:
El Dr. Jayanta Bahttacharyu director del Centro de Demografía y Envejecimiento de la Universidad de Stanford afirma que la mortalidad del Covid-19 es de un 0.2% del total de los afectados. Es escasa. Inferior a la de la gripe. Se han aplicado, masivamente, test basados en la llamada PCR (Reacción en Cadena de la Polimerasa). Son caros. Los test basados en antígenos son más baratos y útiles para grandes grupos de población. La PCR debería ser utilizada, casi exclusivamente, en grupos de riesgo como mayores de 70 años, diabéticos e hipertensos. El “rastreo” cuando nos referimos a un virus con alta capacidad de transmisión, que supera cualquier intento de control, es imposible en la práctica. Propone, por tanto, estrategias basadas en la protección de “grupos de riesgo” y desaconseja los confinamientos masivos.
En Suecia, el epidemiólogo Anders Tegnell, de la Agencia de salud pública, establecía dos objetivos: que la capacidad del sistema no fuera sobrepasada y proteger a “los grupos de riesgo”. Admitía que la protección a las residencias de ancianos no fue efectiva, en ese país, y eso explica una alta mortalidad inicial. Sin embargo, y con el paso de los meses, las cifras de morbilidad y mortalidad son inferiores a las de los países aledaños. El citado epidemiólogo, a pesar de recibir numerosas críticas, sigue afirmando que su planteamiento fue correcto. En cualquier caso los datos de mortalidad son semejantes, o verdaderamente inferiores si se cuantifican en un periodo superior al de varios meses, con la diferencia de que que economía no se ha visto gravemente mermada. Conseguir una “inmunidad de rebaño” es un efecto paralelo deseable.
En resumen, es muy posible que una estrategia basada en atención temprana, información y recomendaciones, con especial protección a los grupos de riesgo, hubiera permitido el dualismo de atención médica correcta sin grandes mermas económicas. Al mismo tiempo sigue pendiente un verdadero debate sobre las residencias de ancianos y sobre la situación real, sanitaria, de las mismas. Quizás esté aquí el verdadero problema del que, por cierto, casi nadie quiere hablar. En años posteriores es muy posible que los grandes paradigmas imperantes sean expuestos como ejemplos de “error y mala praxis”.