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1 de junio de 2017 0 / / / /

Menéndez Pelayo o la perennidad del espíritu español

Por Alfredo Alonso García
Filósofo. Real Sociedad Menéndez Pelayo
Autor de “Menéndez Pelayo, España y su unidad” (Madrid, Aportes 2016)

Cada 19 de mayo, estudiosos de la obra del Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912) acuden a su Biblioteca de Santander ‒“la meca” del hispanismo‒ para reconocer públicamente la fecundidad de su oceánica producción bibliográfica. Unámonos al homenaje, en su 105º aniversario de su fallecimiento, evocando su pensamiento que no ha perdido su actualidad en el tiempo presente.
El polígrafo santanderino continúa erigiéndose hoy en “despertador de la conciencia española”, y en baluarte defensor de la grandeza de España y la altura de miras de sus naturales. Sus enseñanzas presentan el patriotismo como el amor al estilo de vida y a la cultura característica de la tierra en donde uno nació o vive, frente a actitudes etiquetadas como “nacionalistas”, que tozudamente persisten en reafirmar las diferencias propias de “su” cultura y en enfrentarse “por sistema” contra todo lo existente fuera de ella. Por lo que no debe soliviantarnos aquel que cuestiona la naturaleza de nuestra patria, especialmente si muestra falaces argumentos, ya que sus posturas incorporan como prácticas habituales la sospecha y la crítica, propias de nuestra época contemporánea.
Lo que metafísicamente España es ‒pese a quien le pese‒ se ha ido configurando con el paso de los siglos, conformándose lo que actualmente es: una colosal entidad histórica, política, cultural y social. El dilatado recorrido histórico del pueblo español ha servido para fraguar su ser, su tradición, su personalidad y lo que justifica la unidad del diverso conglomerado de sus comunidades agrupado bajo una sola bandera. Los principios fundamentales y perennes de la vida nacional beben del espíritu o “genio nacional” ‒como le gusta llamarlo al polígrafo‒, siendo precisamente ese “genio” el garante que proporciona la continuidad histórica y espiritual a España como entidad nacional.
Don Marcelino apartándose de “exageraciones nacionalistas”, opta por potenciar las singularidades de cada región española, que enriquecen y complementan al tiempo tanto al conjunto de la nación como al resto de regiones que conforman España, sin prescindir, por tanto, de su unidad como patria. El polígrafo declaró públicamente su predilección por la cultura catalana, un afecto únicamente superado por su “Montaña” natal (Cantabria). Así lo manifestó en Barcelona el 27 de mayo de 1888 en un discurso que pronuncia en lengua catalana durante unos Jocs Florals. En él agradece a Cataluña lo mucho que le influyó en su formación académica, y elogia su lengua declarando que aquellos Jocs constituían “una de les més enérgiques afirmacions del sentit tradicional de la nació espanyola”.
Menéndez Pelayo manifestó un infatigable amor al estudio y al trabajo, sin abandonar los principios y valores de la fe católica que profesaba, lo que en absoluto le obstaculizó para actuar siempre con rigor científico, como corresponde al investigador que sinceramente busca la verdad ‒natural inclinación de la persona inherente en nuestra humana naturaleza‒. Su hermano Enrique lo sintetizaba diciendo que “amaba a Dios sobre todas las cosas y a los libros como a sí mismo”.
El polígrafo afirma que resulta innegable que el Cristianismo es el “instrumento” con el cual históricamente España ha alcanzado su máximo esplendor de “unidad de conciencia nacional”, hasta el punto de identificar “lo español” con “lo católico” e incluyéndolo como un elemento esencial en la forja de su entidad. España como nación no se fundamenta en la unidad de lengua (tanto el castellano como el catalán, el gallego-portugués y el vascuence son todas ellas lenguas españolas), ni en la unidad de raza (el pueblo español es resultado del mestizaje de muy diversas razas presentes en la península Ibérica a lo largo de los siglos), ni tampoco en la unidad cultural; sino lo que históricamente ha mantenido unidos a los españoles es su fe católica, la cual se erige en el principal elemento integrador del pueblo español ‒concluye el santanderino‒. Así, España resulta expresión de un proyecto común, en el que nacionalidad y religión se identifican.
Don Marcelino nos llama a aceptar nuestra Historia por completo y a demostrar un sano orgullo por ella, porque posee nobles virtudes morales y los altos proyectos del pueblo hispano. Y nos encomienda que mantengamos el alto concepto histórico que España posee, porque siempre ha tendido a resurgir de sí misma (con mayor o menor acierto): “en medio de la profunda decadencia que agotaba las fuerzas de nuestra nación, todavía el talento y la firmeza de algunos ilustres varones, unido al prestigio tradicional de nuestra grandeza pasada, alcanzaba a mantener en apartadas regiones el decoro de nuestra monarquía; esfuerzo verdaderamente milagroso y muy digno de ser considerado y agradecido”.
La aplicación de las enseñanzas del polígrafo permitiría generosas y definitivas respuestas a aquellas “problemáticas” que distorsionan nuestra propia convivencia en común como españoles, con soluciones que emanan de las bases culturales vertebradoras de nuestro “espíritu nacional”: la fe católica y la institución monárquica, pues sin estas referencias actualmente no puede comprenderse ni el ser de España ni el sentir de “lo español”.

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