Miedo a jugar
Cuando era chaval jugaba con mi hermana Bego a aguantar la respiración cuando entrábamos en un Lidl. La cosa era mantenernos sin respirar hasta que descubríamos una marca conocida. Avanzábamos por los pasillos entre tanta marca insólita buscando inútilmente un nombre familiar hasta que se nos saltaban las lágrimas de risa antes de sufrir una fatal congestión. Eran nuevos en el país y su oferta nada tenía que ver con la que los españolitos reconocíamos. Pronto vendieron los after-eight ésos y el juego decayó.
Ayer lo recuperé con mis niños. Con una variante, claro, que es lo que hacen los que diseñan juguetes para seguir teniendo cuota. Ahora que sois mayores se os puede contar que la nave del espacio aquella del star-wars de baratillo era la de star-trek con nuevas pegatinas. Bueno, pues eso. Obligados por la figura materna a acudir a esos centros comerciales que ya están decorados para el mes del frío, jugamos a aguantar la respiración hasta que viéramos algo relacionado con la Navidad.
Bolas y espumillón; soldaditos cascanueces; ramas de arbolitos con su nieve de corcho pegada; tambores y gordos vestidos de rojo y así avanzábamos cada vez más colorados hasta que resoplamos antes de la asfixia. Nada. La variante del juego no es comercializable porque así no da risa. Da bastante pena, la verdad. Ni un recuerdo a quien nace para dar nombre a las fiestas y, ya de paso, para dar vida eterna a quienes la celebran y a los que no. Nada.
Los que asomamos el pescuezo por aquí no andamos perdidos, ya lo sé. En la oscuridad del mundo celebramos la llegada de la luz que disipa las tinieblas, pero es que con esta noche tan cerrada cada vez da más miedo salir fuera a jugar.