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12 de agosto de 2021 1

Los hijos de Boabdil

(Por Miguel Angel Bernáldez) –

No me refiero a los hijos de sangre, no. Me refiero a sus hijos espirituales, aquellos que lloran como mujeres lo que no saben o quieren defender como hombres.

Son las eternas plañideras que lamentan lo mal que están los tiempos, lamentan más concretamente cómo está España, lo malos que son los políticos, cómo abusan todos los partidos del sistema. Todo lo critican y todo lo ven mal, y no les voy a negar yo que las cosas están mal, que el sistema político que padecemos sea malo, peor, perverso, pero como Boabdil, sus hijos espirituales lo mejor que saben hacer, quizá lo único es lamentarse de todo, criticarlo todo y no hacer nada para arreglarlo. Lo más, votar cada cuatro años y dejar su conciencia tranquila. También saben muy bien criticar a los que hacen algo, a los que no son hijos espirituales de Boabdil y trabajan para no llorar mañana lo que no han sabido o querido defender como hombres.

Son los neocátaros, los puros, purísimos ellos, especializados en criticar a todo el que trabaja desde su cómodo sofá complaciéndose de su gran sabiduría. Critican y se miran en el espejo como hacían los fariseos contemplando su alto grado de perfección porque, piensan que nunca se equivocan. El que no hace nada no tiene el riesgo de sufrir, ni arriesgarse, ni dar la cara pero, ¿el que no hace nada no se equivoca? ¿no hacer nada implica imposibilidad de pecar? Supongo que eso pensarán. No recuerdan que también existe el pecado de omisión.

Lloran hoy, y llorarán mañana, y pasado mañana porque acostumbrados a no hacer nada, ya nada saben hacer. Y como Boabdil, después de enjugar sus últimas lágrimas se perderán en la Historia, sus vidas serán inútiles como un erial. Al menos Bécquer lo dejó escrito en una de sus magníficas rimas:

Mi vida es un erial:

flor que toco se deshoja;

que en mi camino fatal,

alguien va sembrando el mal

para que yo lo recoja.

Bien los describió el poeta y mejor todavía cuando decía:

¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

Porque es cierto están muertos en vida, muertos y solos, que la soledad es compañera de la desidia.

Dejan pasar las hora, los días, los años y siempre igual:

Hoy como ayer, mañana como hoy,

¡y siempre igual!

Un cielo gris, un horizonte eterno

y andar… andar.

Moviéndose a compás como una estúpida

máquina el corazón:

la torpe inteligencia del cerebro

dormida en un rincón.

El alma, que ambiciona un paraíso,

buscándole sin fe;

fatiga sin objeto, ola que rueda

ignorando por qué.

Voz que incesante con el mismo tono

canta el mismo cantar,

gota de agua monótona que cae,

y cae sin cesar.

Así van deslizándose los días

unos de otros en pos,

hoy lo mismo que ayer… y todos ellos

sin gozo ni dolor.

¡Ay! ¡a veces me acuerdo suspirando

del antiguo sufrir!

¡Amargo es el dolor; pero siquiera

padecer es vivir!”

Al menos Becquer confesaba que padecer es vivir y que por mucho que se escondan y huyan del dolor este les va a encontrar aunque sea debajo de la cama.

Todo esto, que he escrito me lo ha motivado el que, antes de ayer, estuve en Jerez en la Misa anual que se celebra en el aniversario de Antonio Molle. No se quedó en su casa, se sumó al Alzamiento y se jugó la vida hasta perderla en Peñaflor el 10 de agosto de 1936. Él se arriesgó, y perdió la vida en el empeño. Esta vida, se entiende, que no la Eterna. Y la perdió en un cruel suplicio donde el sufrimiento físico sería extremo, pero no tuvo que llorar por lo que no hizo y el tiempo de vida que Dios le concedió VIVIÓ, no se conformó con ser un muerto viviente, ni se dedicó a lamentarse lo mal que estaba todo en España aquél 1936.

 

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Un comentario en “Los hijos de Boabdil

  1. José+maria

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