La vuelta de los mamelucos
Por si alguien no lo recuerda, los Mamelucos eran tropas egipcias que se ensañaron con el pueblo de Madrid. No puedo evitar ciertos paralelismos. Dentro de unos días estaré en Guinea Ecuatorial sometido a todas las enfermedades tropicales que por allí pululan. Pedí cita para vacunarme de la fiebre amarilla. Al llegar al centro ubicado en Francisco Silvela nº 57, la señora, o ente, que allí gestionaba el ordenador, no encontraba mis datos. En un lado de la balanza está el hecho administrativo, desde luego lamentable. En el otro la posibilidad de contraer enfermedades graves o, incluso, mortales. Evidentemente pudo más el hecho administrativo. ¿Qué importa a nuestros gobernantes una vida de más o de menos? Es mucho más importante la gestión burocrática o burrocrática, ahora que se cambian tanto las palabras. La solución fue que me picaran a gusto los señores mosquitos. Otro hecho curioso es que entre los médicos siempre ha existido una cierta ética. Por ejemplo atender a huérfanos, viudas, médicos enfermos, lisiados, en riesgo, etc. Es esa una de las fuentes del llamado Juramento Hipocrático. Desde luego los can-cerberos (y pongo el guión deliberadamente) ya se encargaron de cortar al acceso al cuadro médico. Eso sí, un vigilante de seguridad, metido en obesidad mórbida, pretendía tutearme porque claro, “todos somos iguales”. Le expliqué con detalle por qué no somos iguales. Lo de menos es su escasa formación. Lo de más son sus escasos modales. Y esta es nuestra España que prefiere no cambiar un papel antes que salvar una vida.
Hace poco llevé a una de mis hijas para un certificado de “asuntos sexuales” (certificado absurdo que acredite que no ha tenido problemas sexuales) que ahora piden a todo el mundo. Viendo su rostro angelical y lo que allí le solicitaban notaba una cierta desproporción. A un rostro angelical pidiéndole no sé qué cosas que se le ocurren más bien a nuestros famosillos analfabestias y a los políticos sacaperras.
En fin, un trato habitual de checa soviética. Hasta las vestimentas con el peinado a la Revolución Francesa hacían juego con su “modus operandi”. Y es que hay modus operandi que, a lo mejor, se van acercando a “causas belli”. Menos mal que probablemente estamos casi al final de los tiempos y ya no hay horas o meses ni para eso.
En fin, no faltan razones para ser carlistas. Antes más, es difícil dejar de serlo o no serlo. Mientras tanto los esbirros cargan contra el pueblo llano con la furia de aquellos mamelucos que, al final, y después de muchos devenires, no acabaron bien. ¿Qué podemos hacer con esta gente que cobra de nuestros impuestos para maltratarnos? ¿Ser objetores fiscales? ¿Acabar en los tribunales? ¿Escribir como lo hago yo? O, tal vez, esperar que este pueblo hibernado alguna vez reaccione y los ponga en su sitio, desde luego con caridad, justicia y ausencia de violencia. En definitiva, a casa o a pedir limosnas por las esquinas.