La Iglesia, por supuesto, tenía razón
Esta semana ha ocurrido un hecho científico que será noticia fugaz en los periódicos e informativos, pero que tiene, no obstante, una importancia capital en la historia de la medicina regenerativa. El martes 20 de noviembre de 2007, los investigadores de la universidad de Kyoto, en Japón, dirigidos por Shinya Yamanaka, y de la universidad de Wisconsin, en Estados Unidos, encabezados por James Alexander Thomson (tras el fraude del coreano Woo-suk en 2005 se precisan dos equipos independientes que verifiquen el mismo avance para que se considere fiable), anunciaban que habían logrado crear una célula pluripotencial a partir de células adultas humanas.
Por resumir de forma escueta el alcance de este avance, destacaremos, como han hecho todos los medios de comunicación, que a partir de ahora ya no será preciso el uso de células embrionarias, bien procedente de embriones congelados, bien de la creación de los mismos por clonación, para obtener células madre pluripotenciales. El desarrollo científico deja así sin argumentos a los defensores de la creación y destrucción de seres humanos en fase de embrión para investigar en el campo de la medicina regenerativa, cuando afirmaban que era el único camino para obtener resultados positivos y “curar enfermedades”.
He querido echar un vistazo a la prensa generalista (la que lee la mayoría de los españoles informados) para ver como se acoge esta noticia. Para no dejarme influir por medios digamos más o menos embebidos de valores cristianos, he optado por consultar la noticia en el diario oficial de la moral relativista, el progresista “global” El País. La noticia merece dos páginas, a cargo de Milagros Pérez, y se puede decir que, en líneas generales, hace una descripción bastante precisa del tema para tratarse de prensa no especializada. Con todo, se hace un cierto lío en la segunda página entre células pluripotenciales (pueden dar lugar a cualquier célula, pero no a un individuo), células totipotenciales (pueden dar lugar a un individuo completo) y células estaminales (células creadas por la naturaleza para perpetuar la especie), al considerar que el núcleo desdiferenciado de unas células adultas de ratón reprogramadas hace un año en el experimento precursor de Jaenish (del Instituto White Head, en Estados Unidos) podía dar lugar a un individuo completo al introducir su núcleo en un óvulo de ratón, conservando las características de la célula donante. Tal camino de clonación no es exactamente lo mismo que se ha hecho en este caso. Tales confusiones no las sufrirán los lectores del Portal Avant! puesto que hace ya dos años tratábamos estos términos y conceptos en un artículo anterior.
En realidad, lo que entonces apuntábamos, es decir, que el camino de avance de la medicina regenerativa iba por el éxito de las células adultas desdiferenciadas y no por el de las embrionarias, no ha hecho más que confirmarse en este tiempo. Las células embrionarias, dejando de lado lo más importante, esto es, que proceden del asesinato de seres humanos (bien “sobrantes”, bien creados artificialmente con este propósito), presentaban problemas añadidos importantes, como la dificultad de conducir artificialmente su diferenciación, y sobre todo su capacidad oncogénica, esto es, de crecer anómalamente y producir cánceres. Este problema, que proviene del hecho fundamental de que estamos manipulando células y seres vivos cuyos mecanismos apenas comprendemos parcialmente (en una versión renovada del aprendiz de brujo), ha sido el principal obstáculo para la investigación en esta línea (si no podemos curar el cáncer por desconocer adecuadamente su origen genético ¿cómo vamos a controlar el crecimiento oncogénico de las células embrionarias, que conocemos menos aún?), y ha supuesto el fracaso de todas los estudios terminales que, al calor del incentivo económico de obtener el material de investigación barato y la teórica facilidad para desarrollarse, habían generado estas células. La desdiferenciación de células adultas, con ser un proceso más lento y caro, ha demostrado resultados mucho más sólidos, y ya existen equipos que curan enfermedades con células adultas desdiferenciadas parcialmente. Es la fábula de la liebre y la tortuga, actualizada. Con la diferencia de que la liebre asesina seres humanos para llegar antes a la meta.
La meta es, por supuesto, la curación, en un futuro, de enfermedades causadas por degeneración celular. Pero, no lo olvidemos, para los investigadores supone un doble aliciente más: el del prestigio profesional (pasar a la historia, vaya) o simple vanagloria, y el de la ganancia económica que obtendrá el que patente la célula madre “panacea”. Mucha, mucha ganancia. El camino para llegar a esa meta parecían las células embrionarias, pero ahora que las evidencias científicas van en otro camino, todos se apuntan en esa dirección. No lo olvidemos, antes de elevar a los altares de la ciencia ética a, por ejemplo, el señor Thomson, de Wisconsin, apasionado defensor de la investigación con células embrionarias hasta hace muy poco.
Más aún, esta desdiferenciación extrema que parecen haber logrado los equipos japonés y estadounidense, probablemente sólo sea una etapa del proceso. Ellos mismos informan de los problemas que pueden generar sus procedimientos para no despertar la euforia prematura. Por ejemplo, los japoneses, para lograr la desdiferenciación, utilizaron un retrovirus. Tal vector no se puede emplear en la práctica clínica: no se puede infectar a alguien con un virus incurable para tratarle de una enfermedad. Los yanquis, por su parte, han empleado varios genes para obtener la desdiferenciación, un de ellos un oncogen (o gen que provoca cáncer). Otra contrariedad. Es más, de hecho las células adultas desdiferenciadas al extremo han resultado ser, como las embrionarias, tendentes a la oncogenia. Parece existir un clara inclinación de las células más indiferenciadas al crecimiento descontrolado y al cáncer. ¿Por qué, pues, los embriones humanos, llenos de células indiferenciadas en la naturaleza, no se convierten en cánceres, en vez de en personas sanas? La sabiduría de la vida, que aun no podemos conocer (si es que algún día llegamos a conocerla completamente), pero ya deseamos manipularla (principalmente por dinero, no nos engañemos). Probablemente el futuro se halle en células adultas mínimamente desdiferenciadas, provenientes del propio paciente (evitando el rechazo que generan las embrionarias) y de tejido sano del mismo órgano: la auto-reparación, con manipulación más clínica que experimental, mínima pero eficaz. El abandono definitivo de la piedra filosofal de una célula totipotencial mágica, que más de un investigador de laboratorio espera que le permita convertir en oro lo que toque.
Para terminar, he querido fijarme, en el diario de PRISA, en las valoraciones éticas del caso, que son las que más nos interesan, a nosotros (los católicos) y a ellos. Ante todo, hasta la semana pasada, la “opinión común” era la del triunfo de la moral utilitarista: si en un futuro servía para curar enfermedades, poco importaba que el embrión fuera persona o no. Debía ser sacrificado, y quienes se oponían a ello eran prisioneros de una moral superada y obsoleta que entorpecía el avance de la ciencia. Todo el pensamiento filosófico (con escaso conocimiento, en general, de los términos técnicos del asunto), todos los medios de comunicación, y todos los partidos políticos del sistema (Unió democrática de Catalunya dijo en voz baja que, hombre, habría que reconsiderar el asunto con detenimiento, para callarse rápidamente) estaban de acuerdo con ese planteamiento. La ley de técnicas de reproducción humana asistida, aprobada sin oposición por el parlamento a principios de 2006, y contra la cual nos manifestamos los carlistas en un comunicado, permitía y alentaba todo tipo de barbaridades experimentales con los embriones humanos: despiezarlos, crearlos ex novo, mezclarlos con células de animales… Solamente la Iglesia y algunos grupos de científicos éticos concienciados y minoritarios (triste es decirlo) se oponían a estas salvajadas y defendían la dignidad del ser humano no nacido. Cuando los medios (incluido alguno liberal y supuestamente neoconservador) hablaban del “conflicto ético” de la investigación con células madre embrionarias, era con hastío, y añadiendo comentarios de investigadores o políticos que ponían a parir a quién no seguía la moral relativista. Con el actual ministro de sanidad, Bernat Soria (el más mediático y politiquero, pero no el más brillante de los investigadores con embriones), a la cabeza.
Pues bien, ahora descubro, gracias a Milagros (¡Milagro!) Pérez y al diario “global” que hay un gran gozo porque “el hallazgo deja obsoleta la polémica sobre embriones y clonación” y que “para obtener tejidos humanos no será necesario crear ni destruir embriones”. Y lo dicen como si ellos no llevaran más de 5 años apostando por la destrucción de embriones y hubiesen tildado con todos los epítetos más oscuros al que se oponía por motivos éticos. Mucho me congratulo en la recién descubierta sensibilidad de PRISA y la progresía hacia el debate ético y el respeto por los embriones. Es más, el artículo destaca la siguiente declaración de José López Barneo (Laboratorio de investigaciones biomédicas de la universidad de Sevilla): “toda la disputa que tanto ha entorpecido la ciencia, unos por tratar de frenarla, y otros por acelerarla en exceso, ha sido estéril. Una vez más la ciencia ha puesto las cosas en su lugar”. Aparte del ciencismo manifiesto de suponer a “la Ciencia” (así, sin más) como una especie de oráculo objetivo e infalible (como mucho se podría hablar así del método científico, con todas sus limitaciones, pero no de un campo donde tantos errores humanos, obstáculos insalvables y sobre todo, intereses, existen), se necesita tener poca vergüenza (por parte de la autora y el diario) de ufanarse con tales descubrimientos y alegrarse con la “finalización de la polémica” cuando todo lo acontecido en la última semana DA LA RAZÓN A LA ÉTICA CRISTIANA EN LA MEDICINA Y A LA IGLESIA CATÓLICA, SU PRINCIPAL VALEDORA.
O sea, vienen a decir, que estamos muy contentos porque nos han quitado la razón y nos han dejado como un trapo, y nos alegramos de que se acabe esta polémica, que nosotros decíamos artificial, en un sentido que deja por tierra nuestros argumentos. Como diría una amiga mía: con dos cocos. De la calaña de estos moralistas del todo a cien da cuenta el argumento por el cual se alegran de que ese gran avance científico, la matanza de embriones, ya no sea necesaria: no habría habido suficientes mujeres donantes de óvulos para la clonación. Eso lo dice todo. Por si a alguien le queda alguna duda, el broche del artículo de marras: “otra preocupación estéril que ayer se esfumó y que muestra la vertiginosa aceleración del conocimiento científico”. La defensa del embrión no nacido, es “una preocupación estéril”. Al menos nos queda el consuelo de saber que, en el fondo, y a pesar de la aplastante legitimidad con que pretendían presentar toda esta matanza, eran conscientes de la animalada que suponía la ley de febrero de 2006. También, el admitir que ahora termina la polémica, viene a poner de relieve que son unos mentirosos: siempre habían sostenido que la moral católica se oponía a “la investigación con células madre”, pese a que la Iglesia decía bien claro que a lo que se oponía era al descuartizamiento de seres humanos para hacer avanzar esa investigación. La confusión y el engaño les había venido bien para obtener el apoyo de la mayoría de la población (que no sabe apenas nada de estos temas y que confía en que los medios le transmitan una información veraz), e incluso muchas asociaciones de enfermos crónicos, engañados en su buena fe y aprovechando su desesperación, pero sabían muy bien que era falso. Con este artículo lo demuestran: el problema no era la investigación, sino el origen embrionario de las células madre.
El País al menos tiene la decencia de admitir que la Ley del año pasado ha quedado bruscamente obsoleta y superada. La investigación va en otra dirección, y no necesitará las ingentes reservas de embriones que ponía a su disposición el gobierno y el parlamento español (y el jefe de estado con su firma). El diario de mediapro, la Sexta y los amigos del presidente Rodriguez, Público, llevaba en ese mismo día en portada la siguiente falsedad “ya hay células madre embrionarias sin embriones”. Nosotros ya sabemos que no son “células madre embrionarias sin embriones”, sino células madre pluripotenciales de origen no embrionario. Podría tratarse de una simple ignorancia del redactor, pero conociendo el género, con seguridad es otra manipulación más. El titular aparece al lado de este otro: “los belenes levantan ampollas en los colegios”, que ya dice todo sobre la basura impresa en que consiste ese papelín. Tras ver esto, me he absuelto de la obligación de leer el artículo entero, en la seguridad de que nada importante me he perdido, y probablemente me he ahorrado mala bilis.
¿Qué hemos de hacer los católicos ante esta noticia? Pues alegrarnos. Aunque no sea por caminos éticos, sino de pura practicidad, al menos el Señor nos aleja del asesinato de semejantes nuestros y nos lleva por la senda de la investigación con moral humanista cristiana y respeto a la vida. La Conferencia episcopal española debería sacar un rápido comunicado donde se dijera, con diplomacia, amor fraterno, caridad y delicadeza, NOSOTROS TENÍAMOS RAZÓN. Y los seguidores de la moral utilitarista, (que son legión, como los seguidores de la Bestia en los últimos días del Apocalipsis), estaban equivocados. Y debemos también todos los católicos rezar. Rezar por todos esas personas en sus primeras fases de la vida, que han sido asesinadas, sin darles tiempo a desarrollar el hombre o mujer que en ellos había. Y luchar, seguir luchando para que en las nefastas fecundaciones in vitro no haya “embriones sobrantes”. Si no podemos (que debemos) acabar con la procreación antinatural, al menos evitemos que los padres dejen abandonados a varios de sus hijos “fabricados”. Y pelear. Pelear contra ese genocidio cotidiano y tan oculto de 400 niños asesinados en nuestro país legalmente cada día.
Y dar Gracias. Dar gracias a Dios porque no abandona a su pequeño rebaño. Porque, a pesar de que cosechemos muchas derrotas terrenas, el Señor no se ha olvidado de nosotros, porque escribe recto con renglones torcidos, porque obrando el bien y diciendo la Verdad se sigue la puerta estrecha y la senda empinada que conduce a los hombres a la salvación y a las naciones a la felicidad, el orden y la justicia. Y ese es el camino que debemos seguir, pese a quién pese y cueste lo que cueste. Y se burle quién se burle. Y no dudar ni perder la fe en nuestra Madre, porque, una vez más, y como siempre, la Iglesia, por supuesto, tenía razón.
Artículo publicado originalmente en el portal Avant! de internet de los carlistas valencianos