La gran manifestación, un acto para meditar despacio

Desde luego no es mi Rey, pero no deja de producirme cierta compasión el verlo delante de una multitud de desalmados. Delante de ellos para evitar que los fascistas del independentismo conviertan los asesinatos en su gran manifestación épica. Recibiendo pitadas e insultos para paliar la incapacidad del Presidente del Gobierno para asumir ese papel. Tolerando provocaciones, banderas independentistas, insultos. Parecía, un poco, la víctima, rodeada de miles de verdugos, con la excepción de los amantes de la libertad que, luchando contra corriente y contra el totalitarismo catalufo portaban banderas españolas.
No es mi rey por muchos motivos personales y de su familia, de su origen. Un rey carlista nunca se hubiera comportado así sino que hubiera ordenado desde su trono y jamás hubiera permitido que las cosas llegaran hasta donde han llegado. Un rey carlista no se mezcla con ese tipo de gente, simplemente pone Orden en nombre de la gran nación española y de la libertad de los que lo somos, hasta del recuerdo de nuestros antepasados.
Pero su gesto no deja de producirme una cierta pena, percibirlo como alguien que está luchando por algo justo aunque sea desde orígenes, y con medios equivocados. Vaya desde aquí una cierta empatía.