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14 de septiembre de 2022 0

La comunidad política primitiva (I): Familia y hogar

FAMILIA Y HOGAR

Introducción. La familia, base de la sociedad

La teoría política del modernismo ha girado siempre en torno a la relación entre el individuo y el estado moderno. Los sistemas de pensamiento que ha dado a luz, el liberalismo y el socialismo en sus diversas variantes, han explorado esta relación desde muchos y muy distintos ángulos.

La tradición política cristiana, más específicamente católica, en cambio, jamás ha puesto en duda que toda comunidad política está sustentada y deriva naturalmente de una comunidad humana. El estado es sólo una superestructura al servicio de esa comunidad humana, y únicamente en aquello que lo precise.

La historiografía y la antropología vienen en nuestro auxilio para conocer cuál es el origen de la sociedades humanas, y su consiguiente vertiente política. El conocimiento no pisa con firmeza antes de la domesticación de animales (ganadería) y plantas (agricultura), el llamado neolítico, que es cuando la sedentarización alumbra la aparición de las civilizaciones, si bien no sería aventurado suponer que muchas de las características que veremos, ya existían antes de esta capital transformación.

Todo comienza, naturalmente, con un varón, una mujer, y sus hijos. Aquello que posteriormente hemos dado en llamar la familia nuclear. El “hombre en estado de naturaleza” de los filósofos ilustrados, ese maleable individuo asocial, cuya cesión pactada de derechos al poder y el consiguiente “contrato social” que firma, dan lugar al estado moderno y su teoría política (hoy dominante en Occidente), jamás existió. Todos venimos de un padre y una madre, y por tanto nos hemos criado y formado en una familia. No hay evidencia arqueológica de que el constructo filosófico del “hombre-individuo natural” haya existido jamás: incluso admitiendo la evolución darwiniana, los antecesores primates de los que vendría nuestra parte material, ya vivían agrupados en familias. Toda su vida.

Los niños emancipados por sus madres solteras apenas se valen por sí mismos que se describen en la supuesta “sociedad primigenia” del perniciosísimo Emilio, pertenecen a la vida personal del propio Rousseau, que abandonó a cinco de sus hijos en terroríficos orfanatos, y no a la realidad de la sociedad humana más primitiva.

 

El hogar. La oikos y sus implicaciones religiosas, sociales, jurídicas y económicas

Más importante que cualquiera de las características que posteriormente repasaremos hallamos este axioma: cada familia tiene una casa, un domicilio, un hogar. Y el hogar es tan consustancial al ser humano, que incluso cuando no estamos en uno, nos lo creamos, haciendo más confortable allí donde nos alojemos, sea en prisión, en un camarote en alta mar, o en un campamento militar. Los hombres tendemos a crear hogar (precisamente, los anglosajones llaman “sin hogar” a los marginados sociales). Está en nuestra naturaleza.

A la casa familiar los griegos le llamaban oikos (en las sociedades pastoriles y nómadas el equivalente es la tienda portátil). El oikos es la base de toda estructura social. Es en la familia donde se establecen las primeras normas morales (sociales), basadas en la autoridad de los padres sobre los hijos, la igualdad esencial de estos entre sí, el respeto mutuo, la lealtad, la cooperación entre los miembros, y el reconocimiento de los derechos y las obligaciones que a cada uno le correspondan en justicia, según su naturaleza y el lugar que ocupa en la jerarquía. Este es el auténtico y original derecho privado (los autores clásicos consideraban que el derecho público empezaba a partir de la relación suprafamiliar). Estas normas son el origen de la Costumbre, es decir, el germen de la ley social que prescribe lo lícito e ilícito a cada uno de sus miembros, y cuya fuente primigenia es la familia (derecho consuetudinario, cuya más conspicuo ejemplo es el mos maiorum de los romanos), por contraposición a la ley positiva que emana de los magistrados encargados de la legislación y que es siempre posterior.

Por cierto que el primero de los acuerdos o contratos de esa ley social natural es el matrimonio. Está documentado en todas las culturas que antes de la aparición de la escritura y la legislación de los magistrados civiles, existía un lazo recíproco reconocido socialmente entre varón y mujer para procrear y educar a sus hijos y formar un hogar. La antropología lo ha hallado en pueblos primitivos descubiertos en época moderna. Este contrato es una constante, aunque sus condiciones varíen entre culturas (con respecto a la permisión de la poligamia, o a la distribución de la herencia, por ejemplo).

Es muy difícil conocer los ideales que movían a las personas en el neolítico, donde no hay restos escritos, pero podemos afirmar que poseían una firme creencia en algún tipo de vida después de la muerte. Pocos rasgos hay más característicos de las civilizaciones primitivas que los enterramientos complejos, con frecuencia en estructuras megalíticas, y muchas veces con evidentes signos de rituales funerarios (ajuares con adornos o instrumentos tanto cotidianos como valiosos, recipientes con comida, cuerpos pintados postmortem, o incluso sometidos a procesos como la cremación parcial). Es evidente (y esto se puede rastrear hasta el paleolítico) que para las primeras comunidades humanas, una parte del ser humano no moría al fallecer, y pervivía de algún modo, probablemente en la cercanía física de sus familiares supervivientes. Este animismo es el culto religioso más antiguo que se conoce, y la antropología lo ha corroborado en las sociedades más primitivas descubiertas en época moderna. En estadios más posteriores se constatan cultos diversos a fuerzas de la naturaleza: al sol (alineaciones astronómicas de megalitos), a la fecundidad de la tierra o de la mujer (exvotos y estatuillas feminoides) o a la fertilidad de los ganados (ídolos animales). Estas creencias, particularmente las de la vida ultraterrena, eran practicadas y transmitidas evidentemente en el seno de la familia (las tumbas neolíticas eran usualmente comunitarias, conteniendo restos de miembros de varias generaciones del mismo grupo familiar).

Naturalmente, el oikos también es una unidad económica y productiva. Una parte sustancial del tiempo, energías y capacidades de sus miembros se destina a procurarse el sustento. Cada familia funciona como una comunidad de bienes, en la que todos contribuyen con su trabajo a las necesidades de todos, cada uno según sus posibilidades y medios.

Con la domesticación de animales y plantas, agricultura y ganadería se convirtieron en la base para obtener alimentos y otros productos secundarios (lino, pieles, cuero y lana para vestidos, huesos para herramientas, etcétera), relegando a la caza y la recolección a un papel secundario (salvo la pesca, que mantuvo su relevancia para los habitantes de las orillas de mares y lagos). La obtención de comida siguió siendo en el neolítico, como en tiempos anteriores, la principal ocupación de los hombres, y también su principal fuente de riqueza. Pero ahora, al producir alimentos que se podían almacenar (grano, legumbre, carne y pescado salados), desaparecía la incertidumbre hacia el futuro que caracterizaba a las sociedades seminómadas previas a la domesticación de animales y plantas. Además de crear la comunidad política derivada de la sedentarización, la agricultura y la ganadería provocaron un aumento poblacional inédito en la historia.

Podemos asegurar en este punto (sin descartar que fuera anterior) la aparición de la primera especialización en el trabajo, que fue aquella realizada según el sexo. Especialización derivada de la condición de gestante y lactante de la mujer, y de la fortaleza física del varón. Determinismo casi hormonal, podríamos decir.

En efecto, el periodo vital de fertilidad de una mujer dura unos veinte años aproximadamente, la mitad de su vida (o más) en las sociedades primitivas. Durante ese tiempo es probable que efectivamente estuviese embarazada o dando el pecho la mayor parte del tiempo, sobre todo los primeros años. Ambas condiciones (sobre todo en los meses inmediatamente anteriores y posteriores al parto), limitaban su autonomía, y hacían más eficiente que se ocupase de las tareas más cercanas al hogar, es decir, aquellas más sedentarias, donde podría atender mejor a su estado grávido y a sus hijos más pequeños. Eso incluye cuidar del huerto doméstico y los animales de corral (cerdos, aves, conejos…), así como aquellas tareas “bajo techo”, principalmente el hilado y tejido de vestidos, procesado de alimentos (molienda, cocción, fabricación de productos lácteos o alcohólicos, etcétera), alfarería doméstica, cestería, fabricación de adornos personales, e incluso la metalurgia más primitiva, cuyos inicios se han demostrado en hornos domésticos.

La yurtas de los pueblos de las estepas, aún hoy, son montadas por las mujeres. Entre los pueblos sedentarios, no obstante, la construcción con materiales sólidos, por el esfuerzo físico que implica, es oficio de varones.

La fabricación de herramientas, en cambio, parece que estaría repartida entre ambos sexos, confeccionando cada uno aquellas que fuese a emplear en su actividad particular (por ejemplo agujas y punzones las mujeres; hachas y puntas de flecha los varones). Nuevamente las sociedades primitivas descubiertas en tiempos modernos confirman estas observaciones.

El varón, por tanto, se ocupaba complementariamente de las tareas “lejos del hogar”, como la agricultura extensiva (cereales y leguminosas, mucho más tarde árboles frutales), la ganadería de pastoreo (ovicápridos y bóvidos, posteriormente equinos), la caza y pesca… recursos todos que exigen alejarse del hogar para su obtención. Asimismo, por su mayor altura y masa muscular media, los varones se ocupaban de las tareas más exigentes físicamente: obtener materias primas como leña, piedra o metales, construcción (edificios, canales, pozos, silos, etcétera) o transporte de cargas.

Económicamente hablando, se da la circunstancia de que normalmente las tareas de las que se ocupa la mujer van destinadas principalmente al consumo de la propia familia, mientras aquellas que realiza el varón, por su naturaleza, tienden a generar excedentes, los cuales se pueden intercambiar por otros productos para la familia. Como veremos, esto tiene importancia vital para comprender el papel de los varones en el ciclo económico

Vemos así que de forma inconsciente el varón tiene “su mundo” fuera del hogar (aunque recordemos que lo necesita igualmente) y la mujer dentro del hogar. Asimismo, el varón realiza actividades que le llevan a la relación con otros varones, y la mujer con otras mujeres, creándose poco a poco dos subsociedades paralelas, la viril y la femenil.

Vale la pena recordar que en la sociedad más básica, los niños también contribuyen en todos los niveles. En el aspecto económico, apenas son capaces de andar solos, se les atribuyen trabajos apropiados a su edad y capacidades: los más pequeños realizan tareas sencillas (recoger leña, traer agua, recolectar frutas silvestres, cuidar de sus hermanos menores), y los niños más mayores se incorporan como aprendices de las actividades del progenitor de su sexo. A la edad de la madurez sexual, lo que llamamos la adolescencia, los muchachos ya estaban preparados para llevar a cabo los trabajos correspondientes a su sexo, casarse y formar su propia familia. Y de hecho, muchos lo hacían ya a esa edad. Se ha comprobado que en las sociedades primitivas el matrimonio se producía poco después de la madurez sexual, sobre todo entre las mujeres.

¿Cómo se gobernaba esa oikos, célula básica social? Ante todo, por la autoridad de los padres sobre los hijos (patriarcado/matriarcado), en base a las normas o costumbres propias de la familia. Entre marido y mujer se producía una división de autoridad paralela a la de sus actividades: el varón gobernaba en aquello que tenía relación con lo de “fuera de la casa”, y la mujer mandaba en aquello que correspondía a “dentro de la casa”, y a cuanto correspondía a los hijos no destetados (entre uno y dos años de edad). Un sistema de leyes comunes a todos los miembros de la familia, con un reparto preciso y admirable de tareas, responsabilidades y autoridad del modo más eficiente y justo. La solidaridad era obligatoria entre todos los miembros de la familia, e incluso de la familia extendida (cuidado de hijos y enfermos, ayuda en las necesidades materiales, defensa solidaria ante amenazas, sostén de los padres en su ancianidad, etcétera). La ley suprema era la Ley de la sangre, la solidaridad obligada con los miembros de la familia nuclear, primariamente, y con los de la familia extendida, secundaria y progresivamente, tanto más débil cuanto más lejano es el vínculo (ley bien resumida en el famoso proverbio gitano: “yo contra mi hermano, mi hermano y yo frente al resto de gitanos, con los gitanos frente a los payos”).

Así funcionó la humanidad durante miles de años, y hasta una época relativamente reciente.

(Nota de redacción: este primer artículo forma parte de un conjunto más extenso que iremos publicando con un ritmo semanal en un total de cinco partes)

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