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18 de octubre de 2022 0

La comunidad política primitiva (y V): El reino

EL REINO

La aparición de los reinos

Con mucho, los reinos fueron la estructura política compleja más frecuentes en la Edad del Bronce, casi normativa. Algunos estaban constituidos por unas pocas ciudades-estado sometidas a una preeminente (por ejemplo los diversos reinos amorreos de Siria). Aquellos que tenían afinidades religiosas o lingüísticas se constituyeron robustamente, dando lugar a entidades políticas que trascendieron los siglos (señaladamente el reino de Egipto o los mesopotámicos en torno a Babilonia).

La acaparación sin precedentes de influencia, autoridad y potestad, genera para el rey un acúmulo de bienes suplementario a la propia actividad económica de la Polis. Los tributos de otras ciudades-estado y los botines de guerra aumentan los bienes personales de la familia reinante. Con el desarrollo de la monarquía, la figura del rey acumula tanta autoridad (principalmente por medio del fenómeno de divinización, rey-sacerdote, y paternalización. rey-padre), que llega a constituirse en una institución propia, autónoma por completo de la asamblea de patriarcas o del consejo nobiliario (si es que no los suprime, como en el característico caso egipcio). Abandona definitivamente la figura de super-magistrado, y su mera existencia se justifica a sí misma. Ello provoca repercusiones crematísticas, por ejemplo que los miembros de la comunidad deban pagar un tributo específico al rey sin relación con actividad económica alguna (a modo de reconocimiento material de su autoridad), o que ciertas actividades económicas queden reservadas al dominio del rey (por ejemplo la propiedad de todos los yacimientos minerales del subsuelo).

 

La megalópolis

El exceso de bienes que acumula la familia reinante genera otras consecuencias. Esos bienes son invertidos principalmente en aumentar la influencia del propio monarca, lo cual se lleva a cabo de diversos modos: desde construir fastuosos palacios o templos, hasta organizar grandes festejos (eco de los primitivos banquetes comunales) para celebrar fechas simbólicas en el reinado. También se reparten bienes entre familias clientes (así como las magistraturas y honores), y característicamente el monarca buscará familias con miembros de valía personal pero escasa fortuna a los que toma a su servicio, encumbrándolas y convirtiéndolas en una nobleza cortesana sumamente leal al trono, que queda enfrentada a la nobleza terrateniente o comercial de las Polis antiguas. Todos estos gastos convertirán la corte del rey en un imán que atraerá muchas familias y bienes de otras partes, para servirle.

Este acúmulo de riqueza y población beneficiará a la sede real y dará lugar a la aparición de lo que podríamos llamar de forma anacrónica (el término es moderno) megalópolis, es decir ciudades mucho más grandes que una Polis normal, donde reside el poder político supremo. Una Polis de Polis” que necesita al rey y su reino para descollar entre el resto de ciudades-estado que lo constituyen. Usualmente esta megalópolis real será la ciudad de origen, o de instalación en el momento de su auge, de la dinastía reinante (Babilonia, Assur, Hatussas). Algún caso veremos de ciudad escogida conscientemente entre otras Polis por su situación estratégica o política (el caso más evidente sería Menfis, en la frontera entre el Alto y Bajo Reino de Egipto). Algunos monarcas optaron, por diversos motivos, por erigir ciudades de nueva planta para su sede real (La Ciudad del Horizonte de Atón, en Tell El Amarna, la Persépolis de los Aqueménidas o las innumerables Alejandrías del Magno serían algunos de los ejemplos más relevantes). La megalópolis medra por la presencia del rey y su corte en ella, como centro de acúmulo de bienes cortesanos y de toma de decisiones políticas. Aunque en las fases más primarias del reino los monarcas provenientes de otra ciudad-estado podrán desplazar la corte a su ciudad nativa, con el tiempo, el resto de las Polis aceptarán el estatus, y la megalópolis se convertirá en ciudad real independientemente del cambio de dinastía. La presencia de la megalópolis, así como la dinastía (familia reinante) serán dos de las características que dotarán de personalidad y unión a los reinos en el futuro, cuando el aumento de población y riqueza desplace a las ciudades-estado (que seguirán conservando, no obstante, su preeminencia sobre su territorio propio) de la alta política.

Por otra parte, el éxito de reinos vecinos en el comercio y la conquista animará a otras ciudades-estado a unirse y elevar un rey para poder defenderse mejor de las amenazas ajenas.

 

Rey guerrero

Como comentamos previamente, una de las razones más probables para la aparición de los reinos fue el criterio de eficiencia. Fundamentalmente desde el punto de vista militar. La mejoría de las técnicas agropecuarias e industriales, y el desarrollo del comercio a larga distancia provocan un aumento del número y calidad de los bienes disponibles. Sin embargo, estos son acaparados por las ciudades-estado. Para otras entidades políticas menos desarrolladas, como las tribus pre-polis o los clannes, el acceso a estos bienes por medio del intercambio resulta deficitario. Muchas de estas entidades optarán por las expediciones de saqueo en las ciudades-estado más próximas y ricas. Ante agresiones a gran escala, en las que la ciudad-estado no se puede defender sola, la presencia de un rey que movilice recursos militares rápidamente para la campaña, resulta mucho más eficaz que las alianzas puntuales entre ciudades-estado o incluso que las ligas, ya que estas precisan muchas reuniones entre diversos magistrados autorizados por sus asambleas o consejos nobiliarios (esto se verá plásticamente, ya en época clásica, cuando los reyes de Roma derroten en varias ocasiones a la Liga Latina, o el rey Filipo de Macedonia haga lo propio con las diversas ligas de ciudades-estado griega formadas para tratar de frenarle). La agilidad de una convocatoria real a la guerra y la presencia de un mando único convence a muchas ciudades-estado amenazadas para apoyar la creación de una monarquía que las reúna.

Los reyes llevan a su máximo desarrollo el empleo de las campañas militares como arma política, empleo que ya hemos visto en tiempos anteriores. En el caso de los reyes de la Edad del Bronce, las grandes campañas de conquista, empleando la abundante mano de obra militar (tanto noble como plebeya), procuraban numerosas ventajas. La más obvia, la incorporación al reino por la fuerza o la amenaza de otras ciudades-estado que aportarían nuevos tributos al monarca, haciéndolo más fuerte. Si la ciudad-estado víctima se resistía, una campaña victoriosa daría lugar a un premio extra en forma de saqueo de bienes y esclavos, que se repartiría entre los conquistadores, pero en el que el monarca se llevaría la parte principal.

En los casos de reinos más evolucionados, sobre todo a partir de la Edad de Hierro, las campañas de conquista sobre entidades políticas más básicas (tribales no-polis o clanes) serán seguidas de una anexión y deliberada implantación de la ciudad-estado, elevando a un pueblo más señalado que otros, o al menos más conveniente para el conquistador. La progresión forzada de la entidad política menor a una más evolucionada normalmente provocará la inclusión de la misma en la vida política del reino vencedor, convirtiendo al antiguo enemigo en fuente de riqueza y escudo militar frente a otros enemigos. Vemos ejemplos en la conquista del reino de Kush por los egipcios (cuya cultura posterior estaría profundamente influida por el modo de vida y gobierno egipcios) o las numerosas fundaciones y anexiones de Alejandro Magno y los diádocos en Asia Central o los romanos en Europa y norte de África.

Téngase en cuenta que los reyes llevan al pináculo una práctica que ya tenían los príncipes: algunas de sus familias dependientes aportan guerreros entrenados como su principal contribución (en vez de bienes materiales). Estos varones dedicados en exclusiva a la guerra, pero no por la riqueza de su familia, sino por la munificencia real (en ocasiones extremas incluso extranjeros, para que su vinculación e identificación con el pueblo sobre el que gobierna el rey sea mínima o inexistente), van a jugar un papel fundamental en la afirmación de la potestad real. En tiempo de paz ejercerán de guardia de corps del rey, ejecutando sus sentencias, y protegiendo su familia. En guerra, serán el núcleo leal y altamente motivado en torno al rey guerrero, tanto infundiendo ánimo al resto de luchadores (sean nobles o plebeyos), como disuadiendo de traiciones o deserciones. Estos auténticos antecedentes de los soldados profesionales llegarán a tener una importancia política fundamental en los reinos más grandes y poderosos: podrán por sí mismos (o con escasa ayuda) ser suficientes para llevar a cabo expediciones o rechazar invasiones (de modo que el monarca no deba ni siquiera reunir a los nobles para la tarea, haciéndose independiente así de una de las herramientas más eficaces de los nobles para influir en el monarca). Aumentando la autoridad e influencia del monarca, serán la palanca real para incrementar su potestad frente a sus súbditos, y en algunos casos serán claves para apoyar o evitar la sustitución de la familia reinante, o de un miembro de la misma por otro.

 

Rey juez

Otro criterio de eficacia lo vemos en el papel del monarca como supremo juez. En ese sentido, serán los reyes los creadores del derecho positivo, al ser los primeros en dejar constancia impresa de la Costumbre en forma de códigos de leyes, en principio como manual para uso de los magistrados-jueces subalternos nombrados por el rey para dirimir los pleitos en su nombre (aunque muy significativamente, se suponía que cualquiera podía apelar directamente al rey para que viese su caso). Los más antiguos están en Mesopotamia: el de Urukagina (ensi de un pequeño reino en torno a Lagash en Sumeria) en la Edad del Bronce temprana, es el primero del que se tiene constancia. El primero cuyo texto se conserva es el de Ur-Nammu, rey de varias ciudades sumerias. El más célebre entre los primitivos es el de Hammurabi, rey de Babilonia y Mesopotamia. Ha de tenerse en cuenta que al redactar los códigos de leyes, los monarcas podían interpretar las normas de la costumbre, ejerciendo así (y creando jurisprudencia, pues quedaba registrado para futuros casos similares) la autoridad que previamente habían ejercido la asamblea o el consejo de nobles. Bajo pretexto de ejercer una mejor justicia, el rey podía incluso modificar el mos maiorum tribal, alumbrando así el eterno conflicto entre el derecho positivo y el derecho natural que ha llegado hasta nuestros días.

Porque en sus códigos escritos los monarcas tenderán a reforzar toda norma de autoridad suprema, e incluso en ocasiones a introducir leyes que fortalezcan la legitimidad de los reyes, habitualmente por medio de los fenómenos de divinización y paternalización que ya comentamos. Esta modificación de la costumbre en beneficio propio, influirá en el futuro en la relación que el rey mantendrá con la asamblea de patriarcas y el consejo nobiliario. Cuanto mayor sea la modificación de la costumbre, menor será el apego de la asamblea de cabezas de familia por la monarquía. Cuanto más débil se muestre el monarca, más capacidad de influencia recuperarán los nobles.

 

EPÍLOGO

Hemos hecho un repaso a los diversos condicionantes humanos, sociales, religiosos y económicos que configuraron a las comunidades humanas desde la domesticación de animales y plantas hasta la Época clásica. Comunidad política que parte desde la familia hasta el monarca, en una serie de instituciones que, con sus propias particularidades, van reproduciendo el modelo familiar hasta llegar a la comunidad política mayor que pretende ser una familia de familias, sustentada por una costumbre propia que se convierte en ley y que teóricamente las asambleas y magistrados deben sustentar.

La autoridad y potestad de los reyes de finales de la Edad del Bronce será el modelo (con las variantes lógicas) para todas las organizaciones políticas posteriores, prácticamente hasta el Renacimiento. Los autores cristianos bajomedievales afirmarán la responsabilidad del monarca hacia el pueblo, y en los principios de la modernidad los filósofos políticos crearán el concepto de “soberano”, un ente teórico que absorberá toda la autoridad y potestad que antaño ostentaban en sus ámbitos los cabezas de familia, los patriarcas, la asamblea, el consejo de nobles, los magistrados y finalmente los príncipes y reyes. Ese ente destruirá, en aras a la eficiencia suma, todas esas estructuras previas. Primeramente se ceñirá sobre las sienes del monarca, durante el absolutismo, para ser traspasado a una asamblea soberana durante el liberalismo, devenida finalmente en partitocracia. Desde finales del siglo XIX y sobre todo durante el siglo XX, los teóricos del socialismo alumbrarán diversos ensayos de totalitarismo (sea comunista o nacionalista) que acabará por destruir la autonomía política de cualquier otra institución que no sea el estado.

En el posmodernismo, la propia familia, núcleo social, es la atacada para desarticularla y atomizarla en varios individuos escasamente solidarios unos con otros, completando así la eliminación de cualquier otra institución social política. Con esta acción se pretende lograr una sumisión completa de todos los miembros de la sociedad al estado controlado por los grupos de poder. Lo que esta iniciativa olvida es que los seres humanos no somos abejas, y que destruyendo la familia se destruye la sociedad. El amor y cooperación entre los miembros de una familia y un clan son la base y modelo para todo el resto de interacciones sociales (aunque al aumentar el grupo este modelo sea más difícil de aplicar, y lo haga más tenuamente).

Por ello, toda sociedad política que no cuide, refuerce y esté basada en familias o instituciones inspiradas en los principios de cooperación de la familia (más aún, que no pretenda construirse, en último término, como una gran familia), está abocada a su propia disolución. Ese será el fin de toda la sociedad postmoderna.

Dios no permita que eso suceda, ni que nosotros consintamos en ello pasivamente. La historia es maestra de la vida y nos enseña el camino que debemos retomar para seguir adelante hasta llegar al Buen Fin.

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