La comunidad política primitiva (III): Tribu y ciudad
TRIBU Y CIUDAD
La tribu y la formación de la Polis
Seguimos en el tiempo a nuestra comunidad arquetípica, y en unas cuantas generaciones más el grupo original se ha extendido hasta ocupar todos los lugares habitables y productivos de varias comarcas (o de una grande), constituyendo lo que se conoce como tribu. Según el concepto romano, la tribu, formada por varias gens, es la última comunidad política que reconoce unos antepasados comunes remotos que han pasado al plano de patriarcas-héroes, como encarnación de unos valores representativos de todos sus descendientes (fuerza, valor, astucia, paciencia, etcétera). Se trata de un incipiente patriotismo, más abstracto que la ley de la sangre, a la que, en cierto modo, comienza a sustituir, ante la dificultad de sentir la familiaridad directa con todos los miembros de la tribu por el gran número, la dispersión y la lejanía de linaje.
Su proceso ha sido el inverso al sufrido por las deidades de las fuerzas naturales, que se han ido personalizando hasta tener nombre propio y comenzar a forjar una historia personal en los mitos que se cuentan sobre ellos. Efectivamente, la observación hizo a los antiguos imaginar relaciones entre fenómenos y sus epígonos humanizados: si la llegada de la primavera marcaba el renacimiento de la vida vegetal, entonces un diosecillo del frío y la muerte moría para dar paso a un hermano cálido que daba la vida (y a la inversa en otoño); si las nubes y la lluvia fecundaban la tierra para hacer crecer las cosechas, entonces aquellas eran el varón y esta la mujer, esposo y esposa, que hacían crecer un hijo (deidad de la agricultura) que alimentaba a los hombres; el sol y la luna eran hermanos (siempre varón y mujer, aunque variaba el sexo de cada uno en diferentes tradiciones), etcétera.
En la mitología, esos ídolos patronales que se casaban, tenían hermanos, morían y renacían, eran a su vez engendradores o creadores de los patriarcas-héroes de cada tribu, uniendo ambas concepciones preternaturales, como forma de legitimar el dominio sobre la tierra que moraban y sus recursos. Estos relatos pasan a los descendientes y se integran en la cultura tribal. En la etapa de la civilización habitualmente coincidente con la Edad del Bronce temprana, dicha mitología está ya bien asentada.
Ahora la expansión de las familias se ha extendido a varias comarcas (una región geográfica y humana), o a una comarca natural muy extensa, lo que los franceses llaman pays (del latín pagus), en una red de pueblos con sus kome dependientes, entrelazados unos a otros tanto por el linaje común como por las relaciones personales (matrimonios) y comerciales. La cantidad de bienes de intercambio, las diferencias sociales entre clases y la complejidad de las relaciones entre las distintas familias de la tribu propician la aparición de la ciudad. Es la polis de los griegos clásicos, realidad urbana ya presente en época calcolítica y, de hecho, en algunas regiones, en el neolítico tardío, y que alcanza su madurez en la Edad del Bronce. La ciudad sujeta políticamente a una cantidad de pueblos que tienen subordinados a su vez un número de aldeas, creando así una red humana y económica en cuyo centro se halla la polis.
Su génesis proviene del crecimiento de uno de los pueblos de la tribu hasta lograr un puesto preeminente entre todos los demás. La razón principal suele proceder de su posición estratégica como mercado para el comercio intertribal. Aunque ya se ha documentado el comercio a larga distancia en el neolítico (jade de los Alpes en Bretaña, o marfil africano en la península ibérica), es en este momento cuando llega su culmen el tráfico de bienes a larga distancia. En esa tesitura, la localización en un punto estratégico de paso en las rutas comerciales, o la existencia de un fondeadero natural que favorezca la recalada de la navegación marítima o fluvial, suele ser un buen motivo para que un pueblo se convierta en polis. Otras circunstancias pueden ser la localización central en una comarca con una riqueza particularmente abundante de un bien, o la presencia adyacente a un santuario singularmente popular que atraiga a muchos peregrinos.
Características físicas de la Polis
La polis se caracteriza por tener un urbanismo planeado, a diferencia de kome y pueblos. El aumento de población, con numerosas casas, establece una distinción entre áreas inédita en asentamientos previos. Hay una diferencia clara entre el distrito donde se sitúan edificios singulares (como el almacén comunal y el salón de reuniones de la asamblea), y el resto. Con frecuencia, se coloca este distrito específicamente urbano en una situación elevada (acrópolis) o central, para facilitar su acceso y defensa. Aunque los santuarios naturales o monumentos religiosos antiguos siguen existiendo, la ciudad además incorpora un templo a la deidad patronal de la tribu y la ciudad en la acrópolis, con la explícita intención de que el ídolo adorado se “traslade a vivir” a la polis, legitimando así el poder y ascendencia de la misma sobre el resto de asentamientos de la tribu.
Otra característica urbana es la aparición de un barrio específico de artesanos alrededor del mercado de intercambio que, en este caso, es mayor y más variado que los de los pueblos. Habitualmente, monopoliza además la producción y comercio de los bienes más lejanos y escasos, aquellos que sirven, no sólo para obtener mayor comodidad o calidad de vida, sino meramente por aumento de prestigio de la familia que los posee. Estos artesanos de la polis serán más numerosos y más especializados que los de los pueblos. Así, la ciudad tendrá un acceso preferente y más variado a todos los productos especializados, obligando a los habitantes de kome y fundus a trasladarse a ella para realizar los intercambios más específicos. De modo natural, la polis centraliza las actividades especializadas, frenando el crecimiento del resto de pueblos en el pays, de modo que la ciudad se convierta en el centro natural político y administrativo de todo el pagus.
Arquitectónicamente, las ciudades suelen presentar soluciones complejas a las dificultades derivadas de la aglomeración de personas: traídas de aguas, instalaciones comunales (como hornos o leñeras), desagües, vías de tránsito específicas… sin duda la más impresionante (y políticamente importante) es la muralla. Una muralla requiere una gran inversión en mano de obra y recursos. Muchas horas de trabajo y algunos trabajadores especializados. La inversión en este recursos defensivo no sólo se justifica por la protección de los valiosos recursos almacenados y la gran población de la polis, sino también por la salvaguarda del prestigio que toda la tribu deposita en su capital. Es una obra destinada a disuadir e impresionar, no sólo a las tribus extranjeras, sino también a los habitantes del resto de núcleos urbanos del pays, a los que no se les permite levantar murallas de piedra. Se puede decir que la muralla es un símbolo arquitectónico de la soberanía de la ciudad.
Naturalmente, la presencia de murallas a partir del calcolítico, va a modificar el arte de la guerra: los combates rituales entre clanes dan paso a operaciones complejas en las que la conquista de las ciudades amuralladas que albergan en un solo punto las riquezas más apetecibles (bienes valiosos y numerosos cautivos) se convierte en el objetivo más importante. No basta ya el valor o las mejores armas. La planificación y la logística cobran una gran relevancia. Ha nacido la poliorcética. Y asimismo el arte de la defensa de los recintos amurallados. Hasta la aparición de la pólvora, cuarenta siglos más tarde, esta será la base de todo el saber militar.
Para aprovechar al máximo el espacio que permiten las costosas murallas, la mayoría de las polis destierran el huerto y los animales de cría domésticos, que o bien son desplazados extramuros, o sencillamente desaparecen, siendo sus bienes proporcionados por las kome más cercanas (que a su vez modifican sus ciclos productivos para proveer a la polis). Se va creando una cultura exclusivamente urbana que no existía en los asentamientos más pequeños, y que de hecho aleja física y conceptualmente a sus habitantes de la naturaleza con la que sus coetáneos rurales conviven, pero de la que siguen dependiendo. La separación entre asty y chora se hace ahora más taxativa, y las murallas la simbolizan plásticamente: por la noche las puertas de la ciudad se cierran, y queda aislada del mundo exterior. En el nuevo mundo de las polis, pueblos y aldeas se encargan de conseguir los recursos, mientras la ciudad los transforma en bienes “manufacturados” y comercia con ellos. Son dos visiones del mundo diversas y hasta contrapuestas. Urbs y agger tienen intereses y preocupaciones diversas, y aparece una mutua incomprensión– y también una mutua atracción- proveniente del desconocimiento mutuo, que durará hasta nuestros días. La Polis tenderá a centralizar en sí misma la autoridad, la potestad y los recursos de sus pueblos y aldeas dependientes. Ha nacido la civilización urbana, uno de los hitos más importantes de la historia.
Importancia de las magistratura en la civilización de la Polis
Es en la ciudad donde además vemos desarrollarse las primeras magistraturas civiles complejas. Los cuatro primeros funcionarios (almotacén, sacerdote, jefe militar y juez), meros delegados puntuales de la asamblea de cabezas de patriarcas, van a adquirir una relevancia que justifique su existencia por sí mismos, y no como meros ejecutores de la decisión de la asamblea. Para empezar, van a convertirse en cargos permanentes y ya no puntuales. Secundariamente, van a comenzar a exigir de la comunidad política una serie de bienes para desarrollar de su labor. El almotacén, particularmente, tomará de los comerciantes una parte de sus beneficios para proteger y permitir su mercadeo en la ciudad, así como la garantía de custodia de sus bienes, o la exactitud de pesos y medidas. Ha nacido el primer tributo de la historia. Igualmente el sacerdote tomará bienes que aseguren los necesarios rituales para aplacar/honrar al ídolo, el jefe militar para adquirir las armas con las que defenderse en caso de ataque, y el juez para garantizar que los litigantes satisfarán la multa que se les imponga tras la sentencia. Todos ellos tomarán una parte de dichos tributos para su patrimonio personal, y se creará un Fondo de la Polis (tesoro público) alimentado con otra parte de los mismos. Particularmente los tributos comerciales harán a las ciudades ricas. Incluso muy ricas, en función de la vitalidad del mercado.
Consecuencias políticas de la propiedad privada de bienes productivos y del auge del comercio
En esta fase está confirmada ya documentalmente (aunque con total probabilidad son anteriores) la propiedad privada de tierras y ganados. Todos los cultivos que producen bienes excedentarios (es decir, para el intercambio con otros bienes) serán parcelados y repartidos según diversos sistemas a aquellos que los trabajan, heredándolos posteriormente sus descendientes dentro de la oikos. Lo mismo sucederá con los ganados. Únicamente permanecerán comunales lugares de recolección de recursos de difícil parcelación: pastos para las reses, bosques para madera, lagos y ríos para la pesca, etcétera. Las comunidades establecerán turnos temporales o sorteos para el reparto de los bienes de uso comunal (así como de las aguas del regadío artificial). No se conoce con exactitud cuál sería el régimen de propiedad de las zonas extractivas de piedra, metales o mineral. En los albores de estas industrias, los métodos rudimentarios sugieren un empleo parecido al de los bosques (propiedad comunal y explotación privada). Conforme canteras y minas se hacen complejas, sin duda se convertirían en propiedad comunal de explotación comunal y reparto. En las fases más tardías ya constatamos la propiedad privada, con frecuencia de la Potestad suprema de la comunidad política, que la suele arrendar.
En esta fase, la tierra (principal productora de bienes excedentarios) entregada a la ley del mercado, comienza a ver el reparto desigual de los bienes productivos. Los períodos de malas cosechas y enfermedades del ganado son propicios para que las familias que han atesorado más bienes muebles los intercambien por la propiedad agrícola y ganadera de las familias menos pudientes que los necesitan. Pronto se establece un patrimonio raíz que supone la base de la riqueza e influencia de las familias nobles: ya no se trata únicamente de los banquetes de prestigio, que perdurarán pero irán perdiendo importancia, sino de la cantidad de familias que se convertirán en clientes de las familias nobles (patronazgo indirecto), arrendándoles la tierra o animales que aquellos poseen, a cambio de darles una parte de los productos obtenidos con su trabajo: grano, lana, carne, etcétera.
Otras familias, por diversas circunstancias, servirán directamente como labradores o pastores de los bienes propiedad de las familias nobles, que a cambio proveerán a su sustento básico. Estas se convertirán en familias dependientes, y el patriarca de la familia noble a la que sirven ejercerá un patronazgo directo, como si fuese el cabeza efectivo de la familia. El acúmulo de familias clientes y dependientes servirá al prestigio de las familias nobles no menos que el acúmulo de bienes (raíces o muebles), o la ostentación de magistraturas.
Inicialmente, este sistema de patronazgo se rige principalmente por la ley de la sangre: es una forma de que las ramas más afortunadas del clann socorran establemente a las mas desvalidas, reforzando los lazos entre ellas, pero la prelación ya no se establece por primogenitura, sino por khrema, riqueza. En la época de aparición de las polis, sin embargo, este sistema se extendía ya a otras familias fuera del linaje directo (en ocasiones por medio de una suerte de “adopción” de la familia patrona hacia la familia cliente/dependiente).
Complementariamente, las personas especializadas en el comercio, al proporcionar acceso a bienes raros y distintivos (que obtienen gracias a arriesgados viajes, cada vez más lejanos), se convierten en los primeros capitalistas que logran márgenes de ganancia sustanciosos. La arqueología confirma la importancia de los bienes de lujo, particularmente los dedicados al adorno personal, en la aparición de los primeros emporios comerciales y el enriquecimiento de sus creadores que las fuentes testifican. Oro, plata, ámbar, marfil, jade, tintes exóticos, aromas (como el incienso), etcétera, se trafican en largas y peligrosas rutas terrestres y marítimas durante la Edad del Bronce, implicando a muchas personas, y proporcionando grandes ganancias a los que las recorren.
Los comerciantes, junto a los terratenientes y ganaderos, engrosan principalmente la nómina de familias nobles de la polis. No obstante su complementariedad, las raíces de ambos grupos se hallarán diferenciadas claramente: los mercaderes tienen el origen de su ganancia en la ciudad, y los terratenientes/ganaderos en komes y pueblos. Eso será un motivo de división dentro de la nobleza. Como veremos más adelante, no será el único.
Cabe señalar que dentro del comercio se comienzan a incluir a las personas. Los esclavos ya no son una suerte de cautivos domésticos que trabajan para redimirse, sino que pasan a convertirse en posesiones. Esa pérdida de su dignidad humana sólo es posible en una sociedad compleja en la que los lazos de sangre se han debilitado. Ahora los esclavos se poseen, se compran y se venden, y la Costumbre incluye ese derecho. La esclavitud propia, o de un hijo, se convierte además en una forma legal de satisfacer deudas o un castigo por un delito. Con todo, en estos tiempos aún primitivos, se procura que el esclavo provenga de una tribu distinta (evitando que pueda ser redimido o incluso rescatado por la fuerza, por sus parientes). La ruptura del esclavo con toda estructura familiar previa es un paso indispensable para asegurar su dominio, y su sumisión al sistema de posesión humana. Ya no bastará con trabajar para alcanzar la cantidad de bienes necesarios para satisfacer la deuda de vida, ahora un esclavo deberá contar con la voluntad de su amo para recuperar la libertad. Ha perdido el dominio que pudiera poseer sobre su propio destino.
Naturalmente, los nobles serán quienes harán mayor acopio de esclavos (por la compra o el botín de guerra), los cuales, al ser liberados, pasarán directamente a convertirse en clientes/dependientes de sus antiguos amos. Poseer esclavos se convertirá en un bien de lujo y un símbolo de prestigio.
En la ciudad se produce además una modificación sustancial del trabajo. Aquellos relacionados con la explotación de recursos naturales (agricultura, ganadería, pesca, silvicultura, etcétera) suponen cada vez un porcentaje menor de familias; conforme la población crece, la mayoría se dedicará a la industria, el comercio y los empleados como auxiliares por los magistrados. Esto tiene un impacto importante en el papel social de la mujer: eliminados los huertos familiares, desterrados de la ciudad la mayoría de la ganadería doméstica (salvo tal vez aves de corral o conejos), la mujer pierde su aportación a los bienes alimentarios del hogar. Asimismo, en la ciudad se instalan talleres artesanales que cada vez producen más bienes manufacturados, y de mayor calidad, que fabricaban las mujeres en casa anteriormente: alfarería, vestidos, adornos, herramientas… incluso la molienda del pan tras la aparición de los molinos. Inicialmente son las familias nobles las que adquieren esos productos y dejan de producirlos en el oikos; posteriormente, cualquier familia del común que pueda permitírselo. La mujer urbana queda apartada así del ciclo productivo económico. Su tarea se limita ahora a la crianza de hijos y mantenimiento del hogar. Es una labor fundamental para el sostenimiento de la sociedad, pero disminuye su valor crematístico a ojos de los varones. Las familias deben ahora aumentar la dote (que ahora deberá incluir otros bienes de prestigio en lugar de las herramientas de trabajo casero cada vez menos necesarias) para casar a sus hijas, y ello hace necesario un mayor acopio de bienes en la cultura de las familias urbanas. La mujer del agger, en cambio, conserva su capacidad como productora de bienes de consumo domésticos, y por ende, un mayor valor social crematístico per se.
Nobleza y pueblo
La nobleza evoluciona con estas modificaciones. La arqueología de los enterramientos de la Edad del Bronce arroja una media de un 10% de tumbas con al menos un objeto suntuario (piezas de metal, tejidos raros, alfarería decorada o específica para uso ritual, etcétera) y al menos dos objetos comunes. Son las tumbas de la nobleza. Aproximadamente un 40% presentan un objeto suntuario o uno o más objetos comunes, las que podríamos llamar de forma anacrónica, la “clase media”, y aproximadamente la mitad de los enterramientos no presentan ajuar alguno, el pueblo llano o común. Con el riesgo de numerosos sesgos que podamos estar cometiendo (ciertas culturas tendrían varios rituales de enterramiento, parece ser que los niños pequeños no se solían enterrar, y es posible que los esclavos tampoco, etcétera), se asume que estas proporciones correspondían a las de las clases sociales en vida.
A partir de la constitución de una tribu, y de la aparición de la polis, la nobleza va a convertirse en la porción social más motivada políticamente, y la más identificada con el concepto de etnia o nación (en sentido clásico). Aunque la escritura, hoy lo sabemos, es creada inicialmente por comerciantes y magistrados para llevar asiento de contabilidad en el tránsito de bienes comerciados o tributados, no tardará mucho en desarrollarse y plasmar para la posteridad la cultura oral en forma de leyendas y mitos que narran hechos antiguos, interpretados de un modo que constituyen origen o refuerzo de normas y costumbres. Dado que la escritura precisa de una formación especializada, los escribas se pondrán al servicio de aquellos que pueden pagar su cualificación. Es decir, que la escritura en tiempos de la Edad de Bronce, y prácticamente hasta la aparición de la imprenta, va a representar sustancialmente el punto de vista de la nobleza.
Así, la literatura arcaica refleja el modo en que la nobleza ve el mundo, la comunidad humana y su propio papel dentro de ella. Con las reservas debidas, podemos afirmar que en este punto del desarrollo político, las familias de la nobleza se ven a sí mismas como un grupo aparte, destinado a ocupar por derecho propio las magistraturas de la Polis. En su relato, se emparentan directamente con los antepasados legendarios, como primogénitos de su linaje. El deber de proveer y proteger a los miembros de la tribu a cambio del prestigio recibido queda reservado en forma práctica a sus familias clientes/dependientes, y de un modo mucho más vago, a la tribu como realidad política independiente de las familias concretas de los clannes que la componen. En conjunto, las familias de la nobleza tienden al egoísmo de un modo más marcado que los patriarcas de los linajes o los cabezas de familia de las comunidades previas e inferiores. Se consideran los “mejores” (precisamente ese es el significado de la palabra latina nobiles, de la que proviene la castellana) por derecho de sangre, al descender de primogénitos o héroes.
De este modo, la codicia y el orgullo provocan la primera fractura sistémica en la sociedad. Hasta ese momento, los clanes y las familias son comunidades solidarias, unidas por lazos de sangre, que únicamente pueden presentar conflictos sostenidos con otras comunidades humanas consideradas ajenas. A partir de la aparición de la nobleza, sus esfuerzos por conservar e incrementar su influencia, posición y patrimonio, identificando su propio bien con el de la comunidad (o incluso, sobreponiéndolo conscientemente) provocará tensiones y enfrentamientos dentro de la misma sociedad política, cuando su función de ejemplo y guía social sea contestado por el resto de familias.
Las familias nobles mantienen su estatus procurando incrementar su patrimonio e intercambiándolo por prestigio. La ostensión de las magistraturas es una forma de adquirirlo. Otra son las alianzas matrimoniales entre familias de la nobleza, que se convierten en la norma, considerándose tabú el enlace de un miembro de la nobleza con uno del común. Asimismo, las familias de la nobleza construyen relatos en los que sus oikos son las primogénitas de la respectiva gens, o bien descendientes de antepasados ilustres señalados en la memoria colectiva por hechos relevantes, justificando así su preeminencia.
La nobleza procura hacer acopio de bienes de lujo, que identifican rápida y sencillamente su posición destacada. Pueden ser aquellos bienes de uso común pero de materiales de mayor calidad o rareza (así llamados “más nobles”), como por ejemplo herramientas de metal (frente a la piedra todavía empleada en el calcolítico por la mayoría de la población), vajilla pulida y decorada (frente al almagre doméstico), vestidos de lino (frente a la lana, pieles o el esparto del común), adornos raros (de marfil, cristal de roca, ámbar, oro o plata frente a los de conchas, huesos o madera del pueblo), o viviendas de piedra (frente a la madera o adobe del resto). O pueden ser bienes sin utilidad real en la vida diaria, meramente símbolos de prestigio por su coste en bienes: pensemos en la panoplia militar (exclusiva para el combate), como alabardas o espadas y, cuando posteriormente aparecieron, los distintos tipos de armadura (yelmo, coraza, espinilleras, hombreras, etcétera) bien de cuero tratado, o incluso de bronce en los más pudientes. Todos ellos precisan de materiales costosos y artesanos especializados en su tratamiento. En otras palabras, de una gran inversión en bienes. Parecido caso es el del caballo, animal de los más tardíos en ser domesticados (siglo XXX antes de Cristo en las estepas, pero mucho después en las civilizaciones sedentarias). Aunque tiene utilidad como tractor de arrastre (carros, arados, etcétera), su crianza y mantenimiento es más costoso, y no resulta rentable frente a asnos y bueyes en esa tarea. En la Edad del Bronce el mantenimiento de una cuadra equina es fundamentalmente un aspecto de prestigio, pero con una vertiente práctica. La nobleza poseerá caballos como símbolo de su estatus, y los empleará en el combate (primero en carros de guerra y posteriormente montados a horcajadas), donde una vez entrenados supondrán un salto cualitativo en las posibilidades de victoria pocas veces superado hasta la aparición de las armas de fuego y los ejércitos de infantería profesional. El varón montado a caballo es, simbólicamente, un varón guerrero, y por ende, un varón noble.
Nobleza y guerra
Naturalmente, el monopolio de las armas específicas y el caballo, convertirá a la nobleza en una casta guerrera. Ello llevará lógicamente a que los varones nobles, liberados de otras tareas manuales que llevarán a cabo sus familias dependientes y clientes y sus esclavos, dediquen una parte sustancial de su educación al entrenamiento marcial. Aunque en las guerras todo varón útil será llamado a las armas, la nobleza monopolizará el dominio del arte de combatir y la dirección de los guerreros del común, mucho peor armados y entrenados, en la batalla.
Se generará además un cierta ética guerrera que podemos rastrear en los cantares y crónicas que han perdurado en el tiempo: los nobles deben encabezar a los guerreros del pueblo, deben dirigirlos y combatir en primera línea; el honor del noble le obliga a realizar actos de valor y sacrificio por su linaje y su tribu (hasta el punto de morir antes que mostrar cobardía), enfrentarse a enemigos igual o más prestigiosos que él, con los que establece una suerte de relación íntima: entre nobles al vencido se le respeta la vida a cambio de la captura de sus armas y caballo, y un rescate (en ese sentido los ejemplos relatados en la Ilíada, aunque escrita ya en la Edad del Hierro, son muy elocuentes, y se repiten con escasas variantes en los textos sumerios, asirios, hititas, etcétera). Más aún, las relaciones tanto hostiles como amistosas entre nobles de tribus diversas van a ser uno de los factores más tempranos de creación de entidades políticas superiores, así como de los conflictos y alianzas entre ellas.
Esa dedicación militar tiene diversas consecuencias: en primer lugar, aumenta el dominio político de la nobleza frente al común. Al poseer los instrumentos de fuerza más perfeccionados, y el entrenamiento necesario para usarlos, la potestad crematística inherente a la nobleza se ve reforzada por la marcial (en muchas entidades políticas inferiores a la tribu, los hombres del común procuran dedicar una parte de su tiempo de ocio al entrenamiento para la guerra y el acopio de un arma- normalmente la lanza- precisamente para evitar la aparición de una casta militar que se sobreponga a los demás hombres libres). Por otra parte, dado que el órgano genera la función, poco a poco la guerra se convertirá en un instrumento más de mejora de la situación económica y de prestigio de la familia. En otras palabras, en una forma de hacer política. Ese mecanismo político pervive, de hecho, hasta nuestros días (aunque naturalmente ha evolucionado mucho).
Casas para los vivos y muertos en la Polis
Otras costumbres sociales se modificarán en la Edad del Bronce. Los enterramientos comunitarios de la familia extendida, y aún la gens, quedan relegados a uso rural. En las Polis comienza a practicarse un enterramiento más pequeño y restringido a la familia estricta (en ocasiones dentro de la propia oikos, como en la cultura de El Argar). Los miembros de la nobleza, además, comenzarán a construir tumbas más suntuosas. En ellas se enterrarán con sus bienes de prestigio, sus armas distintivas y sus caballos, como forma de marcar su diferencia social, y confiando en que les garantizaran similar lugar en el orden social ultraterreno.
Lo mismo que sucede en las moradas de los muertos, acaece en la de los vivos: las familias nobles se construyen oikos más grandes, de mejores materiales (piedra frente a adobe o madera), para poder albergar todos sus bienes y las familias dependientes que les sirven como criados domésticos. La vivienda grande en la ciudad es otro símbolo de prestigio social. Y además se situará dentro de la acropolis o al menos cerca de ella. Nacerá así una “ciudad alta”, relacionada con edificios comunales, templos y viviendas nobles, y una “ciudad baja”, donde vivirá el común.
Diferencias interclases e intraclase
En este momento de la civilización humana, la nobleza se caracteriza por acaparar bienes productivos, bienes de lujo, panoplia guerrera y caballo (los varones), familias clientes o dependientes, esclavos, casas y tumbas más grandes y mejores, y ocupación de las magistraturas civiles. Todas estas cualidades diferencian a las familias nobles de las del pueblo, y contribuyen a su mayor prestigio (valoración por el resto de miembros de la tribu), honor (fidelidad al mos maiorum) y como consecuencia, influencia política, dotándoles de una suerte de versión familiar de la dignitas romana.
Mas esta división no deja de ser simplista. En primer lugar, porque la nobleza no constituye un cuerpo homogéneo ni habitualmente solidario. Hay diferencia de intereses entre las familias nobles cuya khrema proviene de tierras y ganados, ligadas al agro (kome y pueblos)- aunque hayan construido una gran oikos en la ciudad- y aquellas cuya riqueza proviene del comercio, que tienen sus intereses en la propia Polis. Estos son urbanos por naturaleza, y tenderán desde sus posiciones de potestad a anteponer las necesidades de la asty sobre las de la chora. Pueden además existir divergencias territoriales, según el origen de la familia noble se halle en un fundus u otro; y todavía puede perdurar cierta ley de sangre, por la cual las familias nobles procedentes de un clann, se solidarizan frente a las provenientes de otros linajes. Asimismo, las familias nobles establecen alianzas (generalmente por matrimonio) con otras familias nobles, para fortalecer su posición, y por el mismo motivo, enemistades personales entre dos familias se extenderán por solidaridad a las otras familias aliadas.
Por último, y quizá más importante, el sistema de propiedad es piramidal: en la cúspide habrá unas pocas familias que poseerán inmensos bienes, clientes/dependientes y prestigio, mientras que el resto de familias nobles los tendrán en menor cantidad. La rivalidad latente y constante entre las familias de la alta y la baja nobleza, unos por mantener su ventaja, y otros por reducirla, o más bien por sustituirles, es uno de los motores de cambios políticos más importantes en la historia antigua.
El sistema admite movimientos, pero estos son excepcionales. Una vez establecido el sistema nobiliario, es poco frecuente que una familia del común logre acopiar bienes y familias clientes suficientes para acceder a la nobleza, o que una familia noble se vea privada de ellos pasando a formar parte del común. Infrecuente, pero no imposible. Más adelante veremos que precisamente la monarquía actuará como mecanismo de compensación social en ese sentido, encumbrando a familias de la baja nobleza o el común y degradando a algunas de la alta nobleza, para mantener la influencia de su dinastía.
Tampoco hay una solidaridad ni igualdad plena en el común. Por ejemplo, los artesanos, al llevar a cabo un trabajo especializado, suelen poseer más bienes que los meros productores de la chorá (agricultores, pastores, pescadores, leñadores o mineros). La transformación de los bienes primarios en otros de consumo, es decir, la manufactura y la industria, crearán una clase intermedia, plenamente urbana, con mayor acceso a bienes muebles, que procura imitar a la nobleza en su consumo, y que, con el tiempo, constituirá la posteriormente conocida como burguesía.
Igualmente, mientras la mayor parte del común posee al menos su oikos y trabaja por cuenta propia sus bienes productivos (en ocasiones como cliente o arrendatario de una familia noble), las familias dependientes, como su nombre indica, deben su manutención a la voluntad de su patrón, mientras los esclavos directamente no poseen nada, y ni siquiera tienen condición de personas plenas. El pueblo como un todo, por tanto, no es tampoco una realidad social. Cuantos pueden, por el trabajo, la astucia o el matrimonio, procuran ascender en la escala de la riqueza y el prestigio.
Gobierno de la Polis
Como dijimos, la tribu es la estructura familiar última. Los antepasados comunes son tan remotos, que la ley de la sangre es ya muy tenue, y únicamente reivindicada cuando hay una amenaza externa global a toda la tribu. Para mantener y hacer cumplir el mos maiorum, cuya importancia es ahora mayor para la estabilidad de la comunidad política, la asamblea de patriarcas sigue siendo la autoridad suprema. Se trata de la asamblea de los cabezas de familia de todos los pueblos y aldeas, mas los de las oikos de la propia polis. En las civilizaciones más antiguas, esta institución política está ya superada en el momento de la aparición de las fuentes escritas, pero esta se conservó hasta tiempos históricos en las sociedades europeas menos evolucionadas. Gracias a esta circunstancia, tenemos testimonios directos de esta asamblea general de la tribu, llamada Ekklesia en Atenas, Apella en Esparta o comicios curiados en la primitiva Roma monárquica.
No obstante, la reunión de toda la asamblea presenta dificultades prácticas. Sólo en las Polis puede haber cientos de oikos, incluso miles en las más populosas. Sin contar los cabezas de familia de todos los demás asentamientos de la tribu. Por motivos prácticos, se reservará la convocatoria de asamblea general cuando se trate de desafíos de importancia capital para la comunidad (amenazas de guerra, desastres naturales que hay que afrontar, establecimiento o modificación de rituales religiosos específicos al ídolo patrón, etcétera). Para los asuntos más cotidianos, la asamblea tenderá a delegar en un consejo (del latín consilium, que significa debate o consulta) de patriarcas escogidos, normalmente llamado consejo de ancianos (por ejemplo la gerousía espartana o el senado- de senex, anciano- de la Roma republicana), formado por los cabezas de familia particularmente prestigiosos en representación de los demás.
Naturalmente, serán los cabezas de las familias nobles los que ocupen ese Consejo. Empezando porque representarán de forma natural a sus familias clientes/dependientes (recordemos que los esclavos son objetos, y que no poseen derecho político alguno), con lo que por sí mismos ya tienen mayor peso social. Añadamos el prestigio ganado generación tras generación (por medio de potchaltch y la ocupación de magistraturas civiles sucesivamente) y tendremos los consejos de ancianos como instrumentos políticos de influencia nobiliaria. Si la delegación semi-permanente de la asamblea de cabezas de familia, y las magistraturas civiles en las que esta reposa parte de su autoridad y potestad, se hallan ocupadas por la clase social con mayor posesión de bienes y prestigio (así como monopolizadora del arte de la guerra), vemos como de forma natural se instaura la aristocracia (gobierno de los “mejores” o nobles).
Asimismo, las magistraturas civiles cobran cada vez mayor peso, conforme la Polis aumenta de población, tamaño y riqueza. Una parte importante en este proceso es la aparición de un tesoro público nutrido, que va a representar la potestad económica de la comunidad, y que va a suponer una poderosa arma para quienes ocupan los cargos de responsabilidad y pueden tomar legítimamente decisiones sobre su uso. Este tesoro proviene principalmente del tributo al intercambio de bienes en el mercado (una de las formas más primitivas es emplear para la recaudación el paso obligado por las puertas de la ciudad). También se llevan a cabo recaudaciones extraordinarias (impuestos) por parte del sacerdote para festividades religiosas, del capitán para atender a las necesidades de una guerra, o del juez para garantizar el pago de una multa.
Las Polis primigenias son pues aristocráticas y centralistas: la ciudad impone su visión e intereses a los fundus de la tribu, desunidos y más débiles.
La complejidad que conlleva el aumento de población, y de relaciones humanas y económicas, aumenta la importancia y autoridad de las magistraturas civiles. Los cuatro magistrados primigenios que vimos, hipertrofian su función: reciben mayores bienes y honores, y crean puestos de magistrados auxiliares (normalmente otorgados a miembros de su familia o de familias aliadas o dependientes/clientes) para ayudarles, inaugurando así la clase del funcionariado: el almotacén da lugar a los inspectores de policía, el sacerdote a los acólitos, el jefe militar a los capitanes, el juez a los alguaciles. En aras a una mayor eficiencia, toman decisiones importantes en aplicación del mos maiorum, cobran tributos y adquieren ascendiente sobre los miembros de la tribu.
Refutación del concepto de contrato social
Naturalmente, en este punto el lector puede argüir que esto recuerda a la teoría del contrato social que criticábamos acerbamente al inicio del artículo. Efectivamente, los filósofos liberales intuyeron una parte de la realidad con sus elucubraciones. Pero erraron la otra parte, y aún la verdadera la presentaron falsamente.
En primer lugar, no nos hallamos frente a ningún “contrato”, sino ante una delegación de autoridad del cuerpo político en ciertos magistrados y las instituciones que les sirven, así como de la potestad necesaria para llevar a cabo su función. Dicha delegación no es ni mucho menos irreversible, y en circunstancias adecuadas, el cuerpo político puede recuperar dicha autoridad y ejercerla directamente.
En segundo lugar, no se ceden “derechos” a ese ente superior a cambio de protección, sino que se otorga autoridad reglamentada y acotada a una figura personal, el magistrado civil, para lograr ciertos fines de forma más perfecta. Los derechos no son innatos a las personas, sino que surgen de la relación de las personas unas con otras de acuerdo a la ley natural, se codifican primariamente por medio del derecho consuetudinario (Costumbre), y sólo tardíamente son especificados por la ley positiva. Y por supuesto no se “ceden” a cambio de seguridad u otras contrapartidas. Tal cosa no es posible en justicia.
Por último, no es un pacto entre el “individuo” y el “estado”. Son las asociaciones naturales de la persona (principalmente la familia y el linaje, y las realidades que de ellas emanan, como las poblaciones o los sustratos económicos) las que se dotan de magistrados para progresar y perfeccionarse. El conjunto de magistrados y sus instituciones no es “el estado” en el sentido que hoy en día le otorgamos. El pacto entre monarca y pueblo es posterior, y más posterior aún la aparición del estado moderno. Y hasta la aparición de este último, jamás se soñó en que una entidad abstracta como esa pudiese llegar a arrebatar toda la potestad y casi toda la autoridad a los órganos sociales naturales de los que en último extremo emana y sobre los que se sustenta, bien sea en su modalidad anglosajona libertaria, o la aún más totalitaria del estado-nación continental.
Como vemos, en este punto de la historia convergen diversos factores que van a provocar un cambio trascendental en la comunidad política, que por primera vez se hará consciente de su propia entidad y poder.