Guernika y Zelenski
(Por Carlos Ibáñez) –
Nos pareció recibir u bofetón cuando oímos a la traductora que Zelenski comparaba la situación de Ucrania con el bombardeo de Guernica, en 1937.
En un principio nos sentimos tentados de renunciar nuestra simpatía por Ucrania. Fue un corto periodo, porque pronto comprendimos que la metedura de pata del presidente ucraniano se debía al desconocimiento que tiene de España y a la influencia de la versión falsa de los hechos que ha impuesto el sistema democrático que nos oprime. La culpa no es de Zelenski sino de los propios españoles.
Hoy impera una versión falsa del bombardeo de Guernica. No vamos a entretenernos en refutarla. Ya lo han hecho otros más competen tes que nosotros. Citaremos de ellos a nuestro amigo y paisano el General Jesús Salas y también al escritor valenciano Vicente T alón, con quien tuvimos el honor de informarle de hechos que nos había tocado vivir.
Un elemento que ha contribuido poderosamente a la difusión de la falsedad a que nos estamos refiriendo, ha sido el famoso cuadro de Picasso. Dicha obra pictórica es un mamarracho que hoy ocupa un lugar preferente en un importante museo de Madrid.
Fue pintado antes del bombardeo, con otro fin. Luego decidieron que representaba, no sabemos qué, y lo vincularon con el bombardeo. Y como para los demócratas, la voluntad tiene más valor que la realidad, titularon Guernica a un cuadro que nada tiene que ver con la Villa Foral.
Al decir que se trata de un mamarracho, no negamos el genio pictórico de su autor. Nos viene a la mente una pieza de artillería de gran potencia y alcance. De nada sirve si no es apuntada correctamente. Pues lo mismo pasó con Picasso. Utilizó su genio pictórico para sacar los dólares a los millonarios americanos. Y como éstos gustaban de sus mamarrachadas, pues pintó geniales mamarrachadas. Que no dejan de serlo por ser geniales. Y una más es nuestro cuadro en cuestión.
Durante el franquismo, el cuadro se exhibió en Nueva York. Una de las primeras hazañas de los políticos de la democracia, demostrativa de que la cacareada Transición era una traición, fue traerlo a Madrid. Con toda clase de honores y precauciones. Pagando un carísimo seguro. Todo ello a costa del pueblo soberano.
Gobernaban entonces los herederos del Movimiento Nacional. Los mismos que habían ensombrecido la figura del Caudillo envolviéndolo en espesas nubes de incienso. Y desde entonces tenemos en Madrid, instalado con todos los honores, a un icono del separatismo que quiere destruir a España. No nos quejemos porque los presos de ETA salen de las cárceles, sin haber completado la condena, y son recibidos con clamorosos “ongi etorri”.
Eran los primeros tiempos de la democracia. Comentábamos con un amigo, ya fallecido, este y otros sucesos que estaban al orden del día. Se nos grabó una frase de nuestro amigo: “es impresionante la capacidad de mimetismo que tiene este País”.
Y tenía razón. Nuestro amor por España y sus glorias, no puede hacernos olvidar actos colectivos de chaqueterismo, como el que nos ocupa. Se han dado bastantes en nuestra historia. Nuestra gloriosa Reconquista, estuvo precedida por una claudicación semejante a la que estamos mencionando.
Es incomprensible que unos pocos millares de árabes y berberiscos, dominasen España en los pocos años que van de 711 al 719. Tuvo que haber una traición colectiva. Efectivamente, la historia nos muestra a magnates visigodos que no tuvieron inconveniente en someterse a los invasores. Incluso aceptaron el islamismo y alcanzaron puestos predominantes en la política como los Banu Qasi del Ebro.
Nuestra admiración va para los españoles, indígenas, hispanorromanos o godos, que resistieron en las montañas del norte. Y nuestra postura es copia fiel de la de aquellos. Pase lo que pase, enarbolamos la Bandera de Dios Patria y Rey. Con la seguridad que, al igual que un día nuestros antepasados la izaron en la Alhambra, podamos, nosotros o nuestros hijos, izarla en Madrid.