España: Apuntes para una nueva grandeza
Después de Spengler y Toynbee, de sus émulos Preston y Thomas, y de algún otro nórdico despistado o malévolo, o las dos cosas a la vez, hay que volver en esto de la Historia a Prudencio, a Orosio y a San Agustín. A las mentes romanas y católicas, que son las que saben de Historia, por haberla hecho y seguido haciendo.
Historia creadora y no destructora. Puesto que los nórdicos, los protestantes y los existencialistas franceses solo han sabido llegar a una única conclusión:
la catástrofe.
Digamos que a la desintegración del átomo ha seguido la desintegración del hombre y ahora, como en tiempos del obispo de Hipona, nos echan a los bárbaros encima.
Esta vuelta a San Agustín y a su visión providencialista tiene su razón en la alarma que produce la metamorfosis de la estrella roja en arco iris y de la hoz en media luna. Sin embargo, como español y como católico -sinónimos hoy puestos cínicamente en duda- ni creo en las catástrofes de los nórdicos protestantes, ni en el azar caprichoso de Monod y Sartre.
Otra cosa es que la Providencia tenga que arreglar de siglo en siglo los asuntos humanos con acontecimientos que no nos gustan: “Dios es paciente pero no gilipollas”, como dijo un cura amigo, misionero en las Américas.
Así, no creo como los catastrofistas que la “caída del mundo antiguo” fue el derrumbe de una gran civilización bajo el empuje de un poder salvaje.
Aquello fue un renacer sobre algo que estaba podrido. Como tampoco creo en una catástrofe fatal -al modo de Spengler, de Ortega, de los milenaristas o de los discípulos más apocalípticos de Fukuyama- que vaya a terminar de mala manera con la Historia porque Dios o el Absurdo manden un nuevo castigo a quienes han olvidado su condición de criaturas, azarosas o no.
El comunismo antes, y el islam ahora otra vez, son herejías cristianas: endebles teológicamente; económicamente, falsas e ineficaces; bélicamente, horribles; políticamente, intolerables. Pero solo tienen una justificación: la Providencial. Como fuego purificador contra inicuos pecados cometidos individual y socialmente. Pecados de soberbia, de sensualidad y de sodomía, de crueldad, de hipocresía, de robo, saqueo, expolio y asesinato de los débiles de este mundo.
Se llama hoy “yihad” o terrorismo a lo que en otros tiempos se llamó “castigo de Dios”. A lo que en Babilonia se denominó “épocas de execración” frente a las de “bendición”. Crisis en vez de plagas. Ruina moral y ruina económica. El lobby gay y Siria. “No podéis servir a Dios y al dinero”.
Como católico y como español, recuerdo las palabras de San Agustín: “No es propio del alma cristiana detenerse maravillada y sorprendida ante el desplomarse de los edificios, ante el caer de las vigas y ante la muerte de sus seres mortales”. Por eso ha llegado el momento de salir al paso de todo catastrofismo enervante, escéptico y cobarde. Ni la Historia es un fatal proceso dialéctico y materialista -como creen los neomarxistas- ni tampoco una serie de ensayos o “casos” como creen los liberales y los ecologistas. La Historia es un morir y un resucitar. No creemos en la muerte de nada: ni de nuestro propio ser, ni de España, ni de Europa ni, por supuesto, de nuestra Santa Madre Iglesia: las puertas del infierno no prevalecerán; es decir: no prevalecerán las puertas de la mentira, del caos y de la finitud.
Creemos en el Bien, en la Belleza y en la Justicia porque creemos en la verdad del Amor. Y por horrendo que se nos muestren el mundo y los hombres, siempre tenemos al fondo el destello de una Cruz que nos ilumina y nos hace ver que todo es una prueba a que la Providencia somete nuestra libertad de hombres y nuestra capacidad de amar. Éste, que es el sentido más profundo de la Verdad Católica, es el sentido más auténtico de lo español.
Y este sentido Providencial de la Historia, en la que hay un Dios que provee y un ánima que ejecuta libremente es el que resuelve la antítesis de fatalismo y libertad. De lo Oriental -incluidos comunismo e islam– y lo Occidental -incluido, naturalmente, el imperfecto sistema democrático-.
Este sentido católico de la Historia llenó el medievo cristiano. E inspiró a San Isidoro, Carlomagno, San Anselmo, San Buenaventura, Alfonso X, Santo Tomás, Dante y perduró en formas renacientes hasta Petrarca. Planeó sobre las desviaciones de Lutero, Calvino y Jansenio. Triunfó en Trento, en el padre Mariana, en Pascal, Fray Luis, San Ignacio, Bossuet y Vico. Y, tras la crisis del racionalismo, apuntó con un Balmes, un Newman, un Soloviev, un Menéndez Pelayo, un Belloc, un Peguy o un Chesterton. Por no citar más ejemplos del Sentido Católico universal -valga la redundancia- que es, para los españoles, el constitutivo genuino de su genio, tantas veces desviado y utilizado por iluminados de buena o mala fe para perpetrar horrores sin cuento y ruinas de toda índole.