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10 de febrero de 2020 0

¿Es la democracia buena para las almas? Y otras preguntas incómodas

Artículo publicado en Religión en Libertad

Un lector, que prefiere mantener el anonimato, me escribe un correo electrónico que no me resisto a reproducir literalmente.

Apreciado Sr. Segarra:

Como usted sabe, le sigo y leo casi todos sus artículos. No sé si calificar su estilo como valiente, ingenuo o inconsciente, pero en cualquier caso me gusta. Nos conocimos en (permitan que obvie detalles personales) y usted hizo un buen trabajo creativo, a pesar de que era un encargo de poca envergadura y corta dotación presupuestaria. Se lo agradezco. Y, ahora, también le agradecería que tuviese usted a bien considerar la publicación de este correo. Aunque conozco a algún que otro periodista y algunos editores, me temo que sus compromisos impedirían siquiera que dedicasen tiempo a leerlo: yo soy un empresario y, como ellos, tengo mucho que perder si digo ciertas cosas. Les entiendo.

Sin más preámbulos, paso a exponerle mis inquietudes. Lo haré en forma de preguntas porque no quiero sentar cátedra: no soy un intelectual, ni persona muy leída, ni politólogo –usted ya me entiende–, ni doctor en historia. Y mucho menos teólogo. Podríamos decir, sin miedo a errar, que soy un ignorante. Pero, si me permite usted la inmodestia, citaré a San Pablo: “Dios ha escogido lo necio del mundo para confundir a los sabios; lo débil del mundo para confundir lo fuerte; lo plebeyo y lo despreciable y lo que no es, para reducir a la nada lo que es” (1 Cor 1,27). Lo digo porque habrá quien descalifique mi escrito por “carecer de currículum” y esos mismos hablarán de usted, si lo publica, como de un tonto útil o un bocazas –y perdone la confianza, no hay en mis palabras la más mínima intención de ofenderle–. Veamos:

Si, volviendo a citar las Escrituras, “por sus frutos los conoceréis”:

-¿Qué ha traído la Transición y la democracia a España para bien de las almas? Yo solo veo divorcio, aborto, pornografía, drogadicción creciente en la juventud, corrupción política y mediática, injusticia social, paro, venta de la nación a intereses foráneos, baja natalidad, desprecio a los ancianos, a los maestros y a toda autoridad. Es decir, nada bueno. Los seminarios se han vaciado, las vocaciones han caído y desde los púlpitos se ha malinterpretado el Concilio Vaticano II hasta la náusea, tomando siempre como ley aquello que los padres conciliares consideraban excepción.

-¿Qué han hecho los católicos con responsabilidad social y política para evitarlo? Nada. Empezando por muchos obispos y pastores de almas. Al contrario: han fomentado el caos y preparado la condenación eterna de millones. Con la excusa de que “hay que hablar con todo el mundo” y “en lo opinable, libertad”, se ha hablado con los enemigos más acérrimos del Cristianismo –un banquero católico con Carrillo, por ejemplo– y, de admitir la libertad en lo opinable, se ha pasado al coladero de gravísimos pecados y hechos legales inicuos en clara oposición a la Doctrina de la Iglesia. ¿Qué se ha hecho de la recomendación paulina de no mezclarse con paganos y no creyentes?

-¿Un Parlamento puede decidir sobre el bien y el mal, la verdad y la mentira, la vida y la muerte? Que lo crean los ateos es lógico, que lo crea un cristiano es simplemente absurdo.

-¿Quién o quiénes dinamitan toda alternativa política que permita unir a los católicos? ¿Los enemigos del Catolicismo? ¿O tenemos al enemigo dentro y no lo sabemos? ¿O lo sabemos y no queremos identificarlo? ¿O lo sabemos y estamos amenazados? ¿O lo sabemos y preferimos seguir el juego que se promueve para dividirnos y crear luchas internas? ¿O algunos cobran por sembrar cizañas de todo tipo?

-¿Qué perversión de la conciencia hace que tantos católicos voten siempre un “mal menor” que incluye el asesinato de niños no nacidos, una sangre que clama al Cielo y de la que se nos pedirán cuentas en el Juicio?

-¿Qué perversión de la conciencia hace que muchos católicos sitúen a la nación, cualquier nación o territorio, en el altar que solo Dios puede ocupar?

-¿Qué perversión de la conciencia hace que muchos católicos no paguen a los obreros lo que es justo y digno, y vayan a Misa todos los días tan tranquilos?

-¿Qué perversión de la conciencia hace que muchos católicos e instituciones católicas pongan por delante el beneficio económico y releguen el esfuerzo, sí, el esfuerzo y el sacrificio, por la salvación de las almas?

-¿Qué perversión de la conciencia hace que muchos católicos se sumen a “la tolerancia y al buenismo políticamente correctos” pasando por encima de verdades elementales de su fe recogidas en el Catecismo? Solo hay un Dios verdadero; fuera de la Iglesia no hay salvación; Jesucristo es el Hijo de Dios; “no temáis a los que matan el cuerpo, temed a aquel que puede matar el alma”.

-¿Qué parte de “allí será el llanto y el rechinar de dientes” no entienden los católicos? ¿Qué parte de “el fuego que no se apaga” no entienden los políticos que se hacen llamar católicos, los curas progres, los obispos melifluos, los católicos que ponen su cartera en el lugar que debiera ocupar la Cruz?

-¿Qué parte de las vidas de grandes reformadores de la Iglesia, como San Francisco de Asís, Santa Teresa de Jesús, Santa Catalina de Siena o San Ignacio de Loyola, no han leído los católicos oficiales, los que sufren de “papolatría” –perdone la expresión– y “obispolatría”?

-¿Qué parte del camino de la Cruz, de la entrega de la vida, del martirio –cruento o incruento– rechazan asustados la mayoría de los católicos españoles?

-¿Qué parte de “yo no soy importante, yo soy la nada y Cristo es Todo” no entienden los eruditos, los doctores, los licenciados, los maestros y los fariseos católicos de hoy?

Podría seguir, señor Segarra. Usted podría seguir también, estoy seguro. Yo, como dice un buen amigo, no entiendo nada. Usted tiende a ver conspiraciones por todas partes y atribuye horas extras a la CIA y al CNI: puede ser. Yo tiendo a ver al diablo en todas partes. Y me limito a creer lo que de él se dice en la Escritura: es el príncipe de este mundo, mentiroso y padre de la mentira.

También podría poner nombres y apellidos en muchos casos de los que he citado. Estoy convencido de que usted también podría hacerlo. Para sorpresa de algunos, ya nos entendemos.

Vamos a dejarlo aquí. Si lo publica usted, se lo agradeceré: es mi humilde contribución, mi pequeña campanada, mi modesto aviso a navegantes. Si no lo publica, lo entenderé.

En cualquier caso, gracias. Y llámeme cuando viaje a Madrid.

Con mi consideración y mi afecto,

Firma y fecha.

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