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19 de diciembre de 2020 0

¿Es el momento de una ruptura? Reflexiones sobre la distanasia

(Por Miguel Ángel Pavón Biedma) –

Como cristianos, y desde hace muchos años, asistimos a la imposición de unos valores prácticos, también teóricos, absolutamente opuestos a la ética que muchos profesamos. Desde luego el aborto masivo, contemplado además con vista gorda y cariño comprensivo, ha sido la base, quizás el inicio, de una imposición que no es ni siquiera laica. El laicismo tiene mucho de neutralidad. Lo que nos imponen es, más bien, una ideología sectaria opuesta a la que muchos profesamos. No se trata aquí de crear un Estado que no es cristiano ni islamista, tampoco budista ni siquiera ateo. No es eso. Se trata de buscar lo opuesto a los valores del cristianismo y hacerlo extensivo a todos los ámbitos sociales. Sería interesante que alguna vez supieran cómo los que profesan el islamismo, que el poder el Estado cree proteger, los desprecian. Los consideran como un conjunto de “seres sin principios”, acaso ni siquiera humanos. Para un islamista un cristiano tiene poco valor pero un materialista despiadado vale, simplemente, “menos infinito”. Algún día lo entenderán.

La causa número uno de muerte, en España y por debajo de los treinta años, es el suicidio. Son datos que usualmente no suelen publicarse y que están ahí. Hace años, la causa número uno era la muerte por accidente de tránsito. Tras mejorar esas cifras, loado sea Dios, gracias a una mejor tecnología viaria, es la “automortalidad” la causa primera, más frecuente. En lugar de discutir, de profundizar, las raíces y orígenes de esta situación, se nos regala una extraña “ley de la eutanasia”. “Eutanasia” significa algo así como “buena muerte”. Todos aspiramos a “morir en paz”, sin dolor, rodeado de nuestros seres queridos, habiendo pasado por la vida “de puntillas” sin hacer daño, cosa que al final es bastante difícil. Los cuidados paliativos, en toda su extensa variedad que va desde lo físico a lo psicológico y lo espiritual, suponen un inmenso alivio. Al final, según la lex artis al uso, es lícito perder la vida como mal menor ante un dolor intolerable. Pero la eutanasia que se nos quiere imponer nada tiene que ver con lo anterior. Se trata, más bien, no de evitar el dolor sino de evitar “el miedo al dolor”, de retirarnos antes de iniciar una lucha que vamos a perder. Es, más bien, algo así como “mire usted sé que tengo una neoplasia grave y sin solución. La quimioterapia y la radioterapia apenas alargarán un poco mis años y aliviarán los síntomas, pero esto me va a matar a dos años vista. En esos años no podré disfrutar de mi cuerpo y mi mente a plena capacidad; por tanto he decidido morir ahora”. Incluso será viable salir del ámbito de la salud y recurrir a la eutanasia ante “desesperaciones existenciales”. “Soy ya muy viejo. No puedo disfrutar de las cosas que me gustan. Para vivir así prefiero no hacerlo.” Al igual que hacen con el aborto siempre podrán encontrar una serie de casos límites que parezcan justificar sus teorías. Comentarán, entonces, que un niño malforme y defectuoso, al que no le espera otra cosa que el sufrimiento y que quizás es fruto de una violación, no es razonable que nazca. Con esas casuísticas es posible rebatir  cualquier argumento. ¿ Si un criminal mata a diez niños delante tuya serías capaz de no hacerle nada? La escatología materialista, llevada a su último extremo, siempre acude a los mismos discursos y disculpas. Lo cierto es que el Estado no puede convertirse en la inmensa bota que aplasta a la hormiguita que es el ser humano no nacido o que sufre una crisis existencial por las cuales, más pronto o más tarde, todos pasaremos.  Tampoco puede seguir siendo, como era en el 2017, el noveno vendedor mundial de armamento.

De la violencia de género ni siquiera se puede hablar pues si cualquier frase fuera mal interpretada eso ya de por sí es un delito penal. Mientras tanto los hombres y las mujeres se seguirán amando y, muchos que son unos psicópatas, seguirán matándose. Esa imposibilidad de diálogo, de buscar las raíces de los problemas, puede que ocasione que lo hagan con mayor frecuencia y saña.

Tampoco es posible hablar de la libertad sexual. Quizás debiéramos empezar por no tener que sentir miedo, o necesidad de disculparnos, por sentirnos hombres o mujeres en el sentido más tradicional de estos términos. Tocar estos temas, aunque sea tangencialmente, supone la posibilidad de que una pléyade de “neoinquisidores” caiga sobre nosotros y se rasguen, literalmente, las vestiduras.

La acción benéfica de la Iglesia Católica es espléndida. Sin embargo cada año debemos oír las críticas constantes por no pagar el IBI u otros impuestos. Mientras tanto una multitud de partidos, sindicatos y asociaciones están exentos de hacerlo. Nadie cuestiona estos detalles.

Somos muchos los partidarios de una pronunciación “dura” de la jerarquía católica, una independencia absoluta respecto al poder estatal. Dejemos para el César sus cosas y que las disfrute. Quizás debiéramos autofinanciarnos y llamar, desde ahora y para siempre, a cada cosa por su nombre. Esa ruptura total entre el catolicismo y el Estado es cada vez más necesaria. Que se quedan con todo el patrimonio artístico…..No será la primera vez. Los tres grandes expolios han sido las desamortizaciones, la invasión napoleónica y la Segunda República. Que la acción benefactora costará diez veces más y será mucho menos eficaz… Pues que sea lo que Dios quiera. “Al final no se puede servir a dos señores” y uno de ellos es inasumible e impresentable.

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