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8 de septiembre de 2018 0

El viajero

El viajero que sale de España inicia un viaje interior. No se marcha. Huye de un ambiente con olor putrefacto. Entonces el viajero monta en un avión y vuela hacia un país africano que, en tiempos, formó parte de España. Y el viajero sabe, conoce, siente que hay algo de él que se lo han arrancado, lo hacen todos los días, en su propia patria, ante sus ojos asustados. Sabe, conoce, que en otoño crecerán las moras y que no podrá probarlas, arrancadas del árbol y por una mano que ama a cada árbol, a cada rincón de España. El viajero ha leído algo en su vida de adulto y recuerda cómo hay que seguir las huellas de lo que fue. Entonces comprende, conoce, sabe, ve, que su viaje es a un sitio, a un lugar, externo pero que es también un viaje interior. Mira el mapa de África y siente que su viaje no es sólo allí. Es también hacia adentro, hacia lo más oculto en la memoria. Entonces conoce, siente, ve, comprende que las semillas del odio que allí impera están ya esparcidas por el mundo. Que los mismos que allí manipulan, engendran monstruos, mantienen odios e inquinas, esos ya han llegado a todas partes. Que han esparcido su negra simiente más allá de los mares del sur, del norte, del orto, del ocaso. Ellos ha llegado ya primero y encuentra sus señales en cada lugar. En nombre de una Catalonia hipotética hay gente que desprecia, segrega, se siente perteneciente a una casta siempre superior a otras. Encuentra a un individuo que le pregunta si es de Barcelona. El viajero contesta que es de Madrid y el otro, despectivo le da la espalda. Y es entonces cuando el viajero le cuenta, le dice, le hace saber, lo que aquella gente haría con él cuando no tenga utilidad alguna, le dice, le cuenta cómo cómo es la ciudad de la antaño  burguesa, hoy neocapitalista, donde en los barrios altos se acumulan las riquezas y se habla el “catalá”. En el barrio chino, el Paralelo y su larga periferia, español a secas.  Entonces el viajero le pone una mano sobre el hombro y le dice: “mira hermano, porque todos lo somos a la luz de Cristo (al que le importa un carajo que tu y yo seamos negros o blancos) ese gente te va a decir que eres catalán y de color mientras seas útil para llevar pancartas y presentar informativos. Después de eso sólo te espera el olvido, la marginación, porque son racistas hasta los mismos minganillos”. Y entonces el viajero ve, conoce, siente, compadece, a todos esos que llevan una camiseta de un club de futbol que dicen que es “más que un club”. Y es entonces cuando el viajero se da cuenta diciendo sin metáforas lo que piensa y lo que siente. Ve, entonces, que lo bueno es malo y lo malo es perverso porque no lo es sólo para España sino para todos. El odio se extiende rápido como una pérfida simiente. Cuando llega al apartamento le dicen, las canallas sexuales que sus compatriotas actuales han dejado por estas tierras. Nada me extraña ni sorprende. Un exiliado cubano le cuenta las arbitrariedades de su régimen y el viajero le contesta: “mira, los tiranos adoptan distintos aspectos y morfologías; quede claro que en nada justifico lo que me cuentas pero en España campan por su respeto con diversas formas y caretas”. De hecho yo también soy un exiliado. Incluso aquí nos llaman expatriados. Sólo hay un detalle que desconocen: que en realidad lo éramos antes de salir de España y aunque no nos haya expulsado ninguna fuerza moral o física. Es sólo una cierta fuerza moral, desde luego sin mérito alguno, que nos impide tolerar más lo que es intolerable.

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