Alguien está haciendo negocio con el Coronavirus
(Por Miguel Ángel Pavón Biedma) –
Vivo en un país africano que no quiero nombrar. En definitiva es uno más, igual que otros en muchos aspectos. Similar a otros en los diversos continentes. Vivimos casi atrapados desde que comenzó la crisis del coronavirus. Somos muchos los que sufrimos esta situación: nos atrevemos a decir que, incluso, la mayoría de las personas que pueblan este planeta. Si usted quiere viajar necesita una prueba de PCR (las malditas siglas) reciente, realizada en las anteriores 48 horas. Para obtenerla deberá colocarse en una larga fila que, por mucho que nos empeñemos, no deja de tener una “distancia social” (otro par de vocablos de moda) similar al de los famosos “botellones”. Si usted no padecía de “coronavirus” es muy posible que durante la espera tenga contacto con el virus, que anide en su cuerpo como el diablo en el corazón del hombre o la estupidez en la mente de muchos. Desde luego tendrá que pagar por la prueba y una cantidad que no es pequeña. Digamos que, para los españoles, la sexta parte de ese mínimo vital que no reciben la mayoría. Si con una sola prueba fuera suficiente aún sería aceptable el estipendio. Necesitará más. Quizás entre cuatro o cinco en un viaje internacional. Más o menos, y en conjunto, el precio de un billete de avión en un vuelo intercontinental. ¿Cúal es el precio real, de costo? Nadie lo sabe. Nadie lo dice. Los Gobiernos tampoco establecen baremos ni especificaciones. Lo impuesto, lo obligatorio, debiera ser gratuito. Eso de que el perro pague el precio de su propio collar y de su cadena se ve feo y hasta ridículo. Al llegar a la frontera le esperará una nueva sorpresa: los viajeros agolpados como una muchedumbre camino de un campo de exterminio son despojados de sus pasaportes y enviados a diferentes hoteles. ¿Qué hoteles? Los más caros de la ciudad. Aquellos que estaban en crisis antes de la crisis y que ahora, con esa inyección contundente de viajeros presos ven saneadas sus cuentas y economías. Allí habrá que vivir durante cuatro a seis días y, por supuesto, con un menú básico que precisará de nuevas añadiduras pecuniarias. Con un poco de suerte la estancia en esos establecimientos supondrá unos quinientos euros. Superadas estas fases son necesarios varios viajes, peregrinaciones burocráticas, entre los edificios oficiales de la ciudad para recuperar el pasaporte. Conseguida esa filigrana administrativa es necesario procurar un vuelo interior. Están anulados por el coronavirus pero salen todos los días. Lo único es que no se trata de vuelos regulares sino de “vuelos extraordinarios” lo que supone pagar el doble por el mismo trayecto y el horario de siempre. Por fin ha llegado a su destino. Quizás crea que puede pasear libremente y olvidar la pasada pesadilla. Se equivoca. Si, aun caminando solitario, deja caer su mascarilla hasta la barbilla o la introduce en un bolsillo, si perciben que usted es extranjero, caerán encima varios policías y será conducido a la comisaría para una multa entre cincuenta y doscientos cincuenta euros. Desde luego si, otro día, pasea por los mercados centrales verá túneles donde se hacinan vendedores sin ningún tipo de mascarilla o protección ante la mirada indiferente de los agentes. Los restaurantes y cafeterías permanecen cerrados pero determinados centros, tales como discotecas que funcionan hasta la madrugada, funcionan normalmente a puerta cerrada. Mejor no recordar esa pléyade de mascarillas ineficaces y caducadas que llevan a diario con el beneplácito de las autoridades cuando sabemos que sólo hay dos tipo que, si es que sirven, son las eficaces: FFP2 y FFP3. Son caras y tienen sus caducidades y prescripciones. Por supuesto con el “mínimo vital” tampoco podrá adquirirlas. Mientras tanto los pacientes llegan a los hospitales en una situación grave. Algunos con clínicas sugerentes de coronavirus presentan PCR negativas (paradojas del destino) y hasta acaban falleciendo. Las pruebas más baratas como las de antígenos y anticuerpos son relegadas a un segundo plano. No interesan tanto….Hasta la vacuna de la Fiebre Amarilla, no necesaria en el país donde vivo, es exigida por añadidura y ofrecida su certificación por unos miles de francos. Nadie quiere renunciar a su bocado y a su sobresueldo de felicidad. Las noticias muestran un mundo diferente de eficacia y de preocupación estatal por nuestra salud. Nunca existió mayor diferencia entre lo real y lo inventado. De hecho pocos recordarán que en España y en estas fechas del año pasado la situación epidemiológica era muy similar. No busquen datos comparativos entre Junio del 2020 y Junio del 2021 no será fácil. Eso sí, ha cambiado el perfil de los enfermos. Ya no hay tantos ancianos. Hay más jóvenes. Pero no se preocupen dicen las noticias que “el virus no muta” o que las mutaciones son poco peligrosas y, desde luego, con la vacunación estaremos protegidos contra las mismas. Será interesante saber qué ocurre en Septiembre y en Octubre y qué no dirán entonces.