El laicismo radical
Durante los últimos meses se han suscitado debates jurídicos y sociales sobre el uso de símbolos religiosos por parte de menores de edad musulmanes en tres países tradicionalmente católicos de Europa: España, Italia y, más recientemente, Francia. El caso español se suscitó por la negativa de las autoridades de un colegio de Madrid a permitir el uso de una menor marroquí del velo a instancias de la junta de padres de alumnos por considerar que dicha prenda es símbolo visible de sometimiento de la mujer al varón, violando la normativa sobre igualdad de sexos.
El caso se resolvió en los juzgados con la permisividad hacia dicha prenda por parte del tribunal. En Italia el denunciante fue un conocido líder musulmán, tristemente célebre por declararse ofendido públicamente por la exhibición del crucifijo cristiano, al que muy irrespetuosamente tildó de “cadáver clavado”. Semejante intolerante solicitó a un juez que se prohibieran los símbolos cristianos en las aulas públicas. El juez le dio la razón en base a la igualdad de todas las religiones recogida por la laica constitución de la república italiana. La reacción de las instancias públicas y privadas ante el ataque del juez a una costumbre tradicional en Italia ha llevado a un recurso ante el tribunal supremo aún por resolver.
Sin embargo el caso francés ha sido el más significativo. En este caso ha sido el propio gobierno el que ha tratado de tomar alguna medida para prohibir el uso del velo por las muchachas musulmanas que acuden a los centros de enseñanza públicos en un país con un elevado porcentaje de inmigrantes musulmanes provenientes sobre todo del norte de África. La razón argumentada es la misma de España: el velo exterioriza el sometimiento de la mujer al varón, opuesto a las leyes de igualdad de la república francesa. Los musulmanes se defienden afirmando que forma parte de sus creencias, al recogerse dicha costumbre en el Corán. Aprovechando la circunstancia el gobierno francés, por medio de una supuesta comisión multirreligosa (habría que ver a los representantes, vistas las conclusiones de la comisión), que recomienda prohibir las manifestaciones religiosas personales de cualquier índole.
Nótese como lo que inicialmente se trata de una repulsa a un abuso por cuestión de género se convierte por arte de magia en una restricción de la libertad religiosa. Las protestas no se han hecho esperar y el presidente Chirac ha tenido que salir a la palestra para matizar la propuesta de ley con argumentos tan absurdos como que los símbolos que se prohibirán serán los ostentosos, y no los discretos. No han tardado en aparecer los chuscos que han solicitado al señor presidente que indique los centímetros máximos que puede medir un crucifijo para no ser considerado ostentoso en el pecho de un joven (o jóvena, que diría la impagable señora Romero de González) por la nueva policía política del laicismo.
Leo en el diccionario la definición de laicismo: “doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del estado, de toda influencia eclesiástica o religiosa”. Habitualmente se nos vende la concepción de laicismo como la de una neutralidad del estado frente a todas las ideas religiosas, permitiéndolas y respetándolas por igual, negando privilegios a ninguna. Sin embargo esta imagen “tolerante” del relativismo (del que el laicismo sólo es una versión) se ve truncada ante la ley con que el gobierno heredero de la Revolución por excelencia reprime la libertad religiosa. Ya no se trata de una neutralidad. El estado toma ahora partido por una creencia religiosa: el agnosticismo, o mejor dicho, el ateísmo o negación de Dios, por el ataque a la religión que supone esta medida. Pese a que la minoría musulmana en Francia es creciente, la mayoría del país es católica y evidentemente no tiene ninguna tradición que pueda ofender a ningún occidental, ya que la mayoría de la cultura occidental tiene raíces cristianas. Es a esa mayoría a la que va dirigida esta indisimulada bofetada. Creer en la inocencia de esta ley es pecar de una ingenuidad intolerable. El velo ha sido la excusa para que los liberales franceses expulsen a la religión católica de las escuelas públicas, no sólo en las aulas (que ya lo está desde 1791) sino también de la indumentaria personal de los alumnos. Usar el machismo musulmán o el rechazo que genera en occidente el Islam desde el 11-S es una pobre pantalla. Es evidente que ningún escándalo se hubiese generado si las muchachas musulmanas llevaran bordado en el vestido un versículo del Corán en árabe, aunque proclamara la destrucción de los infieles (que los hay), pues nadie lo entendería, salvo los musulmanes, que no lo criticarían.
Dicha costumbre machista del velo podría haber sido prohibida desde el punto puramente de género, pero el gobierno francés ha tomado el derrotero religioso y sabe muy bien porqué. Nuevamente los católicos somos un poco más marginados, un poco más perseguidos. Ahora en Francia los alumnos de las escuelas públicas deben llevar sus signos religiosos ocultos a la vista de los demás. ¿Qué se diría de un estado confesional cristiano si obligara a los seguidores de otras religiones o a los ateos a ocultar sus creencias o sus símbolos religiosos? Sin duda se convertiría en un gran escándalo por parte de los modernos relativistas y “progres” de todo pelaje. Pues eso es exactamente lo que se propone hacer el gobierno francés ante la complacencia, cuando no el aplauso, de los medios de comunicación públicos y privados. Bien saben los hijos de la revolución que, junto a los medios de comunicación, el otro pilar de la destrucción de los valores de la sociedad cristiana es la escuela, donde la expulsión de Dios produce un efecto más tardío pero mucho más duradero. Es por eso que es en la escuela donde el gobierno liberal va a plantear la batalla más dura contra la Iglesia y Dios. Este paso dado en Francia es otro hito más en esa dirección.
No queda otro remedio que aceptar que detrás de leyes y sentencias tan aparentemente casuales que van en la misma dirección en diversos países tradicionalmente católicos hay una voluntad anticristiana. El hecho de que Chirac (como D´Estaign, el padre de la constitución europea anticristiana, y tantos otros políticos franceses) sea masón puede ser considerado accesorio por muchos incautos, pero resulta ya difícil no verle una relación, dado que la masonería no tiene ningún reparo en asumir públicamente que persigue la abolición de la Iglesia de Cristo.
Leo la definición de jacobino: “dícese del individuo perteneciente al partido político revolucionario francés más demagógico, exaltado y sanguinario”. Esta definición me cuadra más.
Artículo publicado originalmente en el Portal Avant! de los carlistas valencianos