El final del terrorismo
Los dos últimos ataques terroristas tuvieron lugar en Berlín y Londres, y los dos con camiones atropellando viandantes, y los europeos estaban ya perdiendo la paciencia y cada vez tenían más miedo, empezaron las protestas más o menos numerosas en toda la Unión Europea y fuera también, Inglaterra era un ejemplo. Por ello, hubo una cumbre de ministros del interior en Bruselas de toda Europa. Se habló mucho, se propuso prohibir la inmigración, se propuso restaurar las fronteras y otras muchas medidas, pero no se llegó a ningún acuerdo. Así que se volvieron cada uno a su casa sin haber arreglado nada. Las manifestaciones empezaron a ser violentas y empezó a atacarse a inmigrantes de forma sorpresiva.
Estando así las cosas, don Manuel, el párroco de Santa Brígida, en la ciudad de Serva, en Conmiedostán, empezó a pensar por su cuenta, cosa peligrosa casi siempre, pero en este caso providencial. Estudió el fenómeno de este terrorismo, las víctimas, los victimarios, las declaraciones oficiales de los políticos varios, las reacciones de los familiares, ect.
Después de esto, hubo dos atentados más uno en una ciudad italiana, que fue provocado por una mochila-bomba en unos grandes almacenes y otro en una ciudad de Conmiedostán que no produjo víctimas, ya que el terrorista perpetró su atentado en el cementerio a las tres de la madrugada y solo pudo “matar” a los que ya estaban muertos, y porque además lo hizo con un cetme descargado gritando: “ra-ta-ta-ta-ta-ta…”. Se trataba de un adolescente de dieciséis años al que le acababan de dar su título de la ESO, de los que dan en Conmiedostán, a pesar de haber suspendido tres asignaturas.
Pero el párroco tuvo ocasión de examinar bien de cerca los efectos de un atentado cuando en su propia ciudad, un enorme camión de mudanzas, embistió contra una bulla de esas que tanto gustan en Serva, aunque todos lo nieguen. Estuvo allí, vio a uno de los terroristas que lo llevaban detenido, vio a las víctimas, a las que ayudó a bien morir en algunos casos, otros, fueron testigos afortunados, porque salieron ilesos, pero con el corazón en un puño y lágrimas en los ojos. Lo vio y lo observó todo y vio sorprendido lo que esa misma noche y las siguientes se organizó: Era todo un espectáculo, toda la plaza en que ocurrieron los hechos se llenaron de velas, velitas, velones, hachones, cirios, etc, todo entreverado con algún que otro ramillete de flores. Todo se llenó de innumerables velas, aunque no vio a nadie rezar, todos callaban o lloraban en silencio, resignadamente. Algunos los que se presentaban con pancartas de protesta, eran desalojados inmediatamente por la policía y aquellos que estallaban en gritos de ira o desesperación, eran conducidos inmediatamente a psicólogos que intentaban, sin éxito calmarlos.
El cura se introdujo entre la multitud extrañado por aquel espectáculo y fue preguntando el porqué de aquellas velas, y siempre le respondían que era para no olvidar a las pobres víctimas, y si preguntaba que por qué no rezaban, le respondían que no era políticamente correcto. Estas reacciones tan absurdas le extrañaron mucho a don Manuel. El buen cura indagó entre neurólogos y psiquiatras si la luz, más concretamente la de las velas, estaba de alguna manera relacionada con la memoria y todos lo negaron con rotundidad.
Todo lo indagado, le sirvió al párroco de Santa Brígida para elaborar una tesis sobre los atentados terroristas y su origen y decidió contársela a su obispo, para pedirle permiso para terminar de comprobar algunos puntos dudosos que quedaban pendientes. El obispo, no era nada amigo de que sus pastores se dediquen a cosas extravagantes, pero ante la posibilidad de acabar con la epidemia que estaba costando tantas vidas, le dio la venia para abandonar sus deberes pastorales durante un mes.
Pasado el mes, el cura ya tenía resuelto el caso y decidió ponerlo en conocimiento del ministro del interior de Conmiedostán, pero luego recapacitó, y pensó que el albondiguilla, no estaba a la altura de las circunstancias, así que se puso en contacto directamente con la Europol. Enseguida se presentaron en casa del don Manuel, y les explicó todo lo descubierto: No se trataba de ninguna organización internacional, ni de ninguna potencia mundial. No se trataba de ninguna conspiración antieuropea. Era mucho más simple. El cerebro de todos los atentados se encontraba en la misma ciudad de Serva, se trataba de Abelardo Santillana, antiguo periodista de profesión, con contactos e influencias en todos los medios de comunicación de toda Europa. Había abandonado la profesión al heredar de su tío Ramón, su negocio, sito en la plaza de Santa Eulalia en pleno centro de Serva. Era muy conocido, se trataba de la “Antigua Cerería de Santa Eulalia”, databa de 1.811, y era una tienda de diversos artículos religiosos, entre ellos velas. Era la única que quedaba en la ciudad. Y como el negocio heredado estaba prácticamente en la quiebra porque la fe se iba perdiendo en beneficio de creencias vagas en el “no sé qué”, se le ocurrió la idea de organizar atentados terroristas por toda Europa sabiendo que, si se acercaba al lugar del atentado vendiendo velitas, serían muy codiciadas por los familiares, amigos y demás. Don Manuel, empezó a sospechar desde el principio que algo de eso era lo que estaba detrás de los atentados pero, lo que se lo confirmó fue que en cada ciudad donde se perpetraba un atentado, un mes antes se abría un negocio de venta de velas, cirios y demás. Curiosamente, todos eran del mismo propietario: Abelardo Santillana. La tesis, convenció a la Europol que, enseguida se presentaron en el domicilio del sospechoso, el cual no tardó en confesar de plano, pues en el fondo era un cobarde y estaba muerto de miedo. Además de él fueron detenidos una gran cantidad de cómplices y se abortaron varios atentados que ya estaban en marcha. Todo un éxito gracias a aquel párroco de Santa Brígida, don Manuel. La prensa lo presentó como “El Padre Brown conmiedostañol”.
Ahora le quedaba a Europa decidir el castigo que se les debía aplicar a los terroristas. La opinión pública, mayoritariamente optaba por la pena de muerte, pero lo políticos decían que no se debía legislar en caliente, aunque muchos de ellos, pensaban que el castigo debía ser ejemplar. La cadena perpetua no servía, porque después, ya se sabe, entre unas cosas todo se queda en quince añitos y todos a la calle, eso no valía. Pero, hubo un diplomático conmiedostañol que propuso una solución que fue muy bien acogida por todos:
-¡Mandadlos a galeras! Exclamó.
Hubo división de opiniones, sin embargo a doña Serafina, que era la que tenía la última palabra le pareció una excelente idea. El líder de los indignados conmiedostañoles, ese bípedo implume de coleta larga y barba rala, -que más que barba parece un partido de futbol, con once pelos a cada lado de la cara-, protestó por considerarlo un castigo cavernícola e inhumano, pero nadie le prestó la menor atención.
Sin embargo, surgió un problema, y es que ya no había galeras. No importa, se acordó que, ya que la idea había surgido de Conmiedostán, serían los conmiedostañoles los que tendrían el honor de construir las galeras y encargarse del castigo de los terroristas, ahora convertidos en galeotes. A quinientos galeotes por galeras, con seis galeras habría suficiente y en caso necesario ya se construirían más. En Conmiedostán había buenos astilleros para encargarse de ello. Y en cuanto a cómitres y sotacómitres, sabiendo lo brutos que eran los conmiedostañoles, tampoco habría problemas.
En pocos meses las galeras estaban en funcionamiento y navegaban por el Mediterráneo a plena satisfacción, pero claro, ya no había piratas berberíscos y no servían para nada, así que se propuso a Turquía repetir lo de Lepanto, pero lo turcos no estaban por la labor. Tontos, tampoco eran. Al final se terminó organizando regatas entre las seis galeras que se retransmitían por las televisiones de toda Europa primero y después de todo el mundo. Fue todo un éxito económico.
El problema llegó cuando los cómitres empezaron a protestar por el mal olor que tenían que soportar de los galeotes y pidieron que se instalaran duchas en las galeras para que la chusma se duchara. Al principio el ministro del interior se negó en redondo pues, era un anacronismo una galera con ducha, pero los cómitres no cedían y amenazaban con una huelga indefinida, los sotacómitres les apoyaban. El descalabro económico que podía ocasionar era muy grande pues, este espectáculo había desplazado al futbol como primera atracción mundial. Por fin el albondiguilla cedió y se instalaron las duchas, una por galera y se sacó a concurso el gel de ducha que deberían usar los galeotes. Se presentaron dos marcas, una se llamaba “El cómitre feroz” y otra “El galeote pulido”. Eligieron los cómitres y eligieron la primera, porque además usaron un lema publicitario que gustó mucho: “Galeote limpio, cómitre feliz”.
También hubo un cómitre que propuso que en vez de que los galeotes remaran a ritmo de golpe de timbal, que resultaba muy aburrido, se les pusiera un CD con música más animada, en concreto pidió que se les pusiera “Macarena”, que además de divertida, conseguiría un ritmo de remada más rápido. Los galeotes preferían “Despacito”, pero como no podían opinar… Mas por aquí no pasó el ministro y amenazó con despedir a los cómitres, costara lo que costara. El cómitre marchoso fue convencido por sus compañeros y renunció a su animada propuesta.
En fin, que todo iba bien, menos la apicultura, pues la venta de cera cayó en picado. Mas como se había acabado con el terrorismo en Europa y los galeotes iban perdiendo sus fuerzas poco a poco, las regatas empezaron a perder interés y además no había galeotes de repuesto para los que causaban bajas, con lo que poco a poco las regatas dejaron de ser populares, terminando por suspenderse y poco después, las galeras pasaron a dique seco, porque gracias a aquel párroco, ya no había terrorismo. Y el futbol pasó a ser de nuevo ¡el deporte rey!