El calentamiento global.
Dicen que el hombre es un animal de costumbres, y no dejan de tener razón los que lo afirman, pues es una costumbre muy arraigada que cuando llega la temporada de calor todo el mundo se queje del calor, y cuando llega el frío, todos se quejan del frío. Esto demuestra que no somos tan diferentes unos de otros. Del calor veraniego va precisamente lo que a continuacion se cuenta.
Aquella primavera, el movimiento ecologista había tomado un gran impulso gracias, en parte a subvenciones de distintios organismos internacionales y en parte gracias a unas fotos de la Antartida, en la que se veía cómo los glaciales había retrocedido sensiblemente. Incluso se pudieron ver fotos de bañistas al pie de una sombrilla, abanicándose apaciblemente.
Todo esto hizo que la población mundial se preocupara seriamente por lo del calentamiento global, ese del que hablan. Además se les habían unido los animalistas, que en su afan de defender a todos los animales, habían caído en la cuenta, que para defender a aquellos, hacía falta defender también a los vegetales, ya que son estos los que los alimentan. Por lo tanto llegaron a una especie de federación con los ecologistas y se prepararon a hacer una contundente campaña durante todo el verano que es la época de más calor y cuando más sensible está el público hacia estos temas.
En Caldostán, de momento, el movimiento, decidió adoptar una bandera y quedó claro que ésta sería verde y nada más que verde. También eligieron una consigna que gritaban en las manifestaciones y que pintaban por todas partes: “Verde que te quiero verde”. Además decidieron tener un himno con el que identificarse ya que es sabido que la música eleva el espíritu y estimula el ánimo. Después de pensar en varios compositores actuales sin llegar a un acuerdo, se pasó a pensar en alguna música ya existente, a la que se le pondría una letra. Pero alguien llegó con la solución, y fue aceptada por unanimidad por todos, pues traía la letra incorporada y era de lo más expresiva hacia la injusticia que los hombres estaban haciendo con la naturaleza. Se trataba del famoso fandando que dice:
“Qué culpa tiene el tomate
que está tranquilo en su mata
si viene un tio “malage”
y lo mete en una lata”
Para la presentación del recien adoptado himno, se eligió como intérprete al Niño de la berengena. Que era simpatizante y tenía un nombre muy apropiado.
En esto, se les fue pasando el tiempo y el benigno clima primaveral tornó brúscamente en el calor estival de Caldostán que tan mala fama le da.
Llegó el Corpus Cristi, y los termómetros callejeros empezaron a subir alarmantemente, pero no fue una subida fugaz y repentina, sino tenaz, pertinaz y contumaz. Y no sólo permaneció aquel calor, sino que arreció más y más. Para la Virgen del Carmen, ya había muchos que llevaban varias noches sin poder dormir y la temporada alta no había hecho más que empezar. A partir de entonces los termómetros llegaron a marcar los 56ºC, y esto trajo como consecuencia el ingreso en urgencias hospitalarias a más de uno, algunos eran guiris, pero también había bastantes nativos, alguno de los cuales no salieron de allí más que con los pies por delante. Los pobres no lo habían resistido. Francisco Ferrer, el cocinero del restaurante “La Magdalena”, tenía que echar a los niños de la olla del puchero, porque decían que allí se pasaba menos calor que en la calle. En fin que aquello se puso serio. Claro que no todo eran desventajas, pue se ahorraba mucha energía al no tener que enchufar la plancha a la hora de planchar. Y también era muy cómodo para concinar no tener que encender la vitrocerámica, pues con sólo añadir agua del grifo a los ingredientes, el guiso estaba hecho en diez minutos. Y es que, muchas veces, la gente se queja de vicio. Pero también había casos de verdadera crueldad, como la de Anselmo López, que aprovechando que su suegra estaba en silla de ruedas, la sacó a pasear a pleno sol a las cuatro de la tarde. A las dos horas tuvo que ser ingresada en urgencias. Pero, como la penitencia va en el pecado, a Anselmo también hubo que ingresarlo, porque tampoco fue capaz de aguantar aquel calor.
Por otro lado, los viandantes fueran nativos o foráneos, en cuanto veían una fuente, se tiraba a ella de cabeza. Esto provocó grandes disturbios ya que había peleas para poder caber en las fuentes, pues estaban todas llenas, y tenía que intervenir la policía municipal. De nada sirvió que el alcalde distribuyera por toda la ciudad mangueras manejadas por empleados municipales ya que, todo era poco y las fuentes empezaron a deteriorarse gravemente.
Para solucionar el problema, el alcalde tuvo que recurrir a una solución drástica. Se trajeron un buen número de carpas de varios ríos y se distribuyeron por todas las fuentes de la ciudad, y en cada fuente, se puso un letrero en varios idiomas que decía: “Cuidado con las PIRAÑAS. Peligro de muerte”. Fue mano de santo. Todo el mundo prefirió pasar calor que ser devorado por aquellas “pirañas” tan peligrosas.
Los verdes hallaron una ocasión inmejorable para hacer una campaña contundente contra los abusos de la humanidad contra la naturaleza y se organizó una gran manifestación en Serva, una de las ciudades donde se registraban la mayor parte de muertes por golpe de calor. Eso sí, en bañador y a las cinco de la mañana que es cuando menos calor hace. El problema que tuvo es que no paralizó ningún tráfico y fueron pocos los que se enteraron.
Por fin Flora Peral se decidió a dar un mitin delante de la plaza de toros a las cinco en punto de la tarde. Flora era muy valiente, toda una heroina, de todas formas se le formó una tribuna con parasoles y marquesinas así como con aspersores que refrigeraran un poco el ambiente, se repartieron abanicos verdes y se instalaron enormes ventiladores capaces de llevarse volando a una manada de elefantes.
Ella, por su parte, decidió pasarse una semana debajo de un chorro de aíre acondicionado para contrarrestar el calor que iba a pasar. Su madre, que era más pesada que un bigote de plomo, le advertía una y otra vez de las consecuencias de esa exageración, pero Flora, se lo tomó muy a pecho sin importarle las consecuencias. La consecuencia fue inmediata, una neumonía doble de caballo. Y su madre, tan cansina como siempre no paraba de decirle: -No, si ya te lo decía yo.
Cuando sus seguidores se enteraron que la neumonía de Flora era de caballo, se sintieron muy orgullosos de ella, pues hasta en eso se notaba su ecologismo.
El problema era que no iba a poder dar el mitin, así que desesperados, los organizadores del mismo le buscaron al mejor especialista de la ciudad y este en tres días, consiguió que Flora volviera a estar en plena forma. Cuando le preguntaron a Flora cómo se había curado tan rápido, ella, muy ufana contó que el médico le recetó un nuevo antibiótico de sólo tres días que acabó con todos los microbios que la afligían. Cuando Jacinto Pineda lo oyó, puso el grito en el cielo y acusó a Laura de haber usado un antibiótico para matar a multitud de microbios que a fin de cuentas, eran seres vivos como los demás y había atentado contra el orden de la “Madre Gaia”. En el fondo Jacinto, le tenía envidia a Flora y aspiraba a ocupar su puesto, cosa que consiguió inmediatamente, porque Flora fue expulsada ipso facto del movimiento.
El Gobierno de Caldostán, estaba cada vez más preocupado con todo lo que estaba pasando y puestos en contacto con el alcalde de Serva, le pidieron que tomara medidas para cortar de raiz aquel movimiento.
El alcade, que conocía muy bien su tierra se puso en seguida manos a la obra y con dos o tres médicos unos cuantos físicos, biólogos, psicólogos y químicos se puesieron a trabajar. Y en poco tiempo creyeron haber dado con la solución.
Las pruebas de las autopsias de los supuestos muertos por golpe de calor, dieron como resultado que en realidad habían muerto de un ataque al corazón, y además daba la casualidad que a todos les había pasado cerca de un termómetro callejero, cuando marcaban aquellas burradas de 50ºC ó 56ºC. Así que llegaron a la conclusión que la culpa no era del calor, que tampoco era para tanto, sino de los termómetros que alarmaban al pobre viandante que al ver aquellas cifras, sufría un síncope y ya no se recuperaba.
El alcalde como decisión final, decidió cambiar el sistema métrico de temperaturas para no asustar a nadie. Así, cuando la primavera empieza a despedirse, los termómetros tendrían que decir: “EMPIEZA A HACER CALORCILLO”, cuando las temperaturas ya son un poco más altas deberían decir: “LLEGÓ EL CALOR”, cuando el calor es ya rotundo y manifiesto deberían marcar: “LA CALOR”, ya en pleno verano, cuando se suda la gota gorda deberían decir: “TELA DE CALOR”, cuando llega la auténtica ola de calor deberían marcar: “HACE UNA JARTÁ DE CALOR”. (Una jartá de calor equivale a diez telas de calor). Pero si la temperatura sigue subiendo y ya no se puede dormir, ni respirar, ni nada, lo que deberían marcar los termómetros sería “UN JARTÓN DE CALOR” (Un jartón de calor equivale a diez jartás de calor). A partir de ahí y en el supuesto improbable de que las temperaturas sigan subiendo los termómetros deberían decir escuetamente: “OJÚ”. De todos modos en cada uno de los termómetros había en la parte baja de la izquierda un mensaje que decía: “¿De qué te quejas? ¿Ya no te acuerdas del frio que pasaste en enero?”
Se emprendió de inmediato la reforma de los termómetros públicos y de los servicios meteorológicos locales y en una semana estaban todos listos y funcionando para desconcierto de guiris, pero a los nativos no les cogió de sorpresa y entendían los mensajes perfectamente, es más, cuando veían un termómetro y veían “TELA DE CALOR”, pensaban “eso ya lo sabía yo. Y nadie se ponía malo.
A pesar de eso, el mitin se celebró, pero casualmente ese día los termómetros marcaban “EMPIEZA A HACER CALORCILLO” y el resultado fue que el mitin fue poco convincente. Se le echó la culpa a Jacinto y Flora se desquitó poniéndolo verde en las redes, mas a ella de nada le sirvió porque ya había caído en desgracia, pero salió ganando, porque desde entonces se había pasado al jamón ibérico y la la morcilla de Burgos y se ponía tibia. Pero su madre le advertía del peligro del colesterol y del sobrepeso que iba a coger y lo repetía una y otra vez, como si de un mantra budista se tratase.
La campaña del alcalde había sido todo un éxito que le valió un puesto en el próximo consejo de ministros, si es que ganaba su partido, claro.
Y en la Unión Europea, se empezó a hacer cambios similares en todos los termómetros. De esta forma se consiguió superar los límites de emisión de CO2 y no hubo nadie que les chistara y los verdes se pusieron amarillos de rabia.
Eso sí, Flora engordó quince kilos, y su madre le repetía incansable: “¿Lo ves?”, te lo dije”. Y es que era más pesada que un submarino de granito.