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8 de octubre de 2022 0 / / / / / / / / / / / / / / / / / / / / / / / / /

Don Alberto Ruiz de Galarreta y la Unidad Católica de España

(Por José Fermín Garralda) –

(Don Alberto Ruiz de Galarreta en las VI Jornadas de la Unidad Católica, 1995, Salón de conferencias de la Acción Católica, Zaragoza. Foto: JFG).

Tras señalar los motivos por los que don Alberto Ruiz de Galarreta rechazaba las “batallitas” –“batallas” desconectadas de la lucha por la recuperación de la Unidad Católica-, indicaremos algunos temas adyacentes al tema básico de dicha Unidad, una vez examinandos los artículos de don Alberto entre 1955 y 1980 en las XXXIª Jornadas anuales de la Unidad Católica, celebradas en Zaragoza el presente 2022. Sin polarizaremos en éste tema central, sin duda éste marca el  Norte de lo que nuestra sociedad hoy debiera explicar, defender y exigir.

1º Don Alberto diferenciaba la confesionalidad católica y la unidad católica. Aquella exige ésta, salvo que se den las circunstancias sociológicas que hacen conveniente la tolerancia civil o libertad de facto al culto externo y proselitismo de los no católicos. La libertad religiosa debía existir siempre en la esfera privada. Al no aceptar la  llamada ley de Libertad Religiosa de 1967, don Alberto fue fiel a la realidad social de España, y no buscó quedar bien ante la opinión pública internacional por temor escénico o congraciarse con los laicistas. Ya en 1967 se practicó cierta astucia, presiones elitistas,  maniobras y medias verdades, lo habitual tras 1976.

2º. Don Alberto decía que la unidad católica de España iban a criticarla los mismos que criticarán después la confesionalidad católica, sustituyéndola por una confesionalidad democrática. Y así fue. Dar un paso (1967), luego dos (1976) y hasta tres (1978), era iniciar la loca carrera de la descristianización, para proponer luego, paradójicamente y en el mejor de los casos, la nueva evangelización. Identificó a los claudicantes y que resultaron beneficiados al aceptar la ley de 1967.

3º. El texto de la ley de 1967, iba a ser –como fue- empeorado por sus aplicaciones, llegando pronto los lamentos. También iban a ser graves sus consecuencias, más allá del adagio: “tras esto luego por esto”.

4º. La ley de 1967 era uno de esos temas en los que, escuchando antes con docilidad a la Iglesia, su magisterio y potestad indirecta, el Estado tenía  un margen de autonomía temporal en algunas aplicaciones, pues en España, además de un tema religioso, era un tema eminentemente político y consustancial a la Nación.

5º. Pensaba que la libertad religiosa iba a extenderse a todos y todo, incluida la masonería, pues ésta tenía su propia religión, la del gran arquitecto del universo. De ahí su continua insistencia sobre las sectas.

No siguió la “insistente exhortación a no hacer más de lo que la jerarquía y el Vaticano pidieran”. Para ello aportó contundentes razones, y señaló que el contexto de la afirmación de don Carlos VII: No daré un paso adelante ni un paso atrás de lo que diga la Iglesia católica”, era sobre qué hacer con los compradores de los bienes de la Iglesia, en el que sólo el expoliado tenía jurisdicción.

6º. Para don Alberto, las ideas y las prácticas heterodoxas procedían casi siempre del extranjero, a lo que se sumaban los infiltrados y cómplices internos.

7º Algunos obispos habían dado la voz de alarma de que existía “todo un plan concertado para perder a España” (1966), ya de la masonería internacional – encantada con la ley de 1967- ya del comunismo de Moscú y después de Pekín.

8º Cuando Juan hablo II visitó España en 1981,  deseó que la Santa Sede restituyese a España la verdadera doctrina y las premisas con las que sostener la confesionalidad y la unidad católicas.

9º. Mantuvo los saberes prácticos de las luchas de los católicos del XIX y XX en la prensa. Señalamos algunos: diferenciar entre los católicos y los incongruentes católico-liberales, unir a los católicos pero no en el Liberalismo, sabiendo además que en política, el trilema Dios, Patria, Rey, era indivisible, pues la política debe ser plena y no sólo religiosa o integrista. La Iglesia debe “meterse” en política rechazando el liberalismo, y la democracia liberal no podía ser cristiana. Denunció la igualdad de derechos civiles de los hombres a la verdad y al error, y la consolidación del mal como un hecho consumado. Critico extrapolar la diplomacia vaticana a la política nacional, y el principio de no-Intervención entre países. Tuvo muy presente la distinción entre la tesis y la hipótesis, el abuso del planeamiento del mal menor y de ciertos posibilismos, y que la situación de hipótesis social no era la creada a voluntad del legislador liberal. Tampoco el abandono de los eclesiásticos  debía influir negativamente en las obligaciones religiosas del poder civil. Distinguió los grados y matices del magisterio eclesiástico, el ámbito privado y el público, y tradujo el lema de “La Iglesia libre en el Estado libre” como “la Iglesia liebre en el Estado galgo”.

10º. Don Alberto no teorizaba, sino que realizó las aplicaciones prácticas. Dejaba el examen de la “Dignitatis Humanae” a los buenos teólogos, conocedores además del caso español y de España. La crisis que estalló con ocasión del Concilio estaba larvada en la herejía modernista, con sus ramificaciones y gentes interesadas.

11º Fue un adelantado en los temas de las batallas a librar, las tácticas o enfoques, las expresiones y máximas. Se informó sobre la actualidad, sobrevoló lo inmediato, palpó el pulso general y fue lógico. Ello se expresa en los títulos de las Jornadas anuales de Zaragoza.

12º A modo de guerrilla, los católicos debían actuar como un enjambre de abejas que atacan con su aguijón al enemigo, asimilado a un poderoso elefante.

13º En 1972 alertó a no claudicar ante un subrepticio supergobierno mundial, que hoy lo vemos manifestarse.

José Fermín Garralda

 

 

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