Deshaciendo una tremenda falsedad
De un tiempo a esta parte se pregona insistentemente, por parte sobre todo de los liberales que no saben (o no se atreven) a defender la unidad de España, que los nacionalismos separatistas en España tienen raíces carlistas y que, por tanto, el carlismo es causa de los mismos.
A deshacer esta tremenda falsedad histórica y política voy a poner mi empeño en este artículo, porque es verdaderamente llamativo que a la comunidad política más genuínamente tradicional y patriótica española se le acuse, ¡nada menos!, que de originar y favorecer los separatismos y por tanto la ruptura de España.
Ignoro a qué se debe ese interés tan incesante y constante en mantener y difundir semejante calumnia, pero lo cierto y verdad es que no se sostiene por ningún sitio. Vamos a verlo.
Disertaremos acerca de los separatismos más importantes que, desgraciadamente, existen en España: el vasco y el catalán. Partiendo del vasco (en rigor, antivasco), nos hemos de referir inevitablemente a su fundador, el inefable Sabino Arana. Hijo de un ferviente carlista, pronto Sabino se daría cuenta de que el carlismo que profesó en su juventud debido en gran parte a su padre no era realmente en lo que creía. Sería su propio hermano Luis, ya convertido al nacionalismo “bizkaino”, el que le abriría los ojos. Es la llamada “revelación de Abando” de 1882. El propio Sabino explicaría este hecho en el famoso discurso de Larrazabal:
“Pero el año ochenta y dos (¡bendito el día en que conocí a mi Patria, y eterna gratitud a quien me sacó de las tinieblas extranjeristas!), una mañana en que nos paseábamos en nuestro jardín mi hermano Luis y yo, entablamos una discusión política. Mi hermano era ya bizkaino nacionalista; yo defendía mi carlismo per accidens. Finalmente, después de un largo debate, en el que uno y otro nos atacábamos y nos defendíamos sólo con el objeto de hallar la verdad, tantas pruebas históricas y políticas me presentó él para convencerme de que Bizkaya no era España, y tanto se esforzó en demostrarme que el carlismo, aún como medio para obtener no ya un aislamiento absoluto y toda ruptura de relaciones con España, sino simplemente la tradición señorial, era no sólo innecesario sino inconveniente y perjudicial, que mi mente, comprendiendo que mi hermano conocía más que yo la historia y que no era capaz de engañarme, entró en la fase de la duda y concluí prometiéndole estudiar con ánimo sereno la historia de Bizkaya y adherirme firmemente a la verdad.”
A partir de ahí se convertiría en un furibundo nacionalista y separatista, más aún tras trasladarse a Barcelona a estudiar y conocer de primera mano el catalanismo, entonces en sus primeros pasos. Tras la muerte de su madre, Sabino vuelve a Bilbao y comienza su andadura política. Amante de la polémica, no dudaría en arremeter contra la celebración por parte de la Junta Carlista de Vizcaya del aniversario de la jura de los fueros vizcaínos del reclamante del trono D. Carlos, bajo el árbol de Guernica, negando que cualquier patriota vasco pudiese honrar el gesto de D. Carlos, rechazando asímismo el fuerismo, el carlismo y el tradicionalismo en pos del nacionalismo independentista radical que ya profesaba.
En un artículo de 1893 en Bizkaitarra Sabino Arana se definiría como “anticarlista, anti-integrista, antieuskalerriaco, anticonservador, antifusionista, anti-republicano, en una palabra antiespañol, que es lo que todo vizcaíno debe ser“. Desde entonces Arana cultivaría un odio irracional al carlismo como máximo enemigo de la patria vasca, como aliado natural del españolismo. Este camino antiespañol, independentista y racista que impuso Arana desde el principio en su partido nacionalista vasco es el mismo que vemos hoy día. No sólo no hay rastro de carlismo, es que es la antítesis, la negación más absoluta del carlismo.
En cuanto al nacionalismo catalán se podría decir tres cuartos de lo mismo. De origen meramente cultural, el incipiente regionalismo catalán fue tornándose con el paso del tiempo en nacionalismo sin que el carlismo tuviese arte ni parte. Más bien habría que achacarlo a intereses económicos pues, como dice Vicens Vives: “surge de la burguesía textil, encarnada en el Fomento del Trabajo Nacional, contra el librecambismo de la Restauración”. En 1881 aparecería la revista L´Avenç que, según el profesor Pabón, fue siempre “muy catalanista, liberal y democrática”. En 1882 Valentín Almirall (republicano) fundaría el partido Centre Catalá, del que algunos intelectuales de la llamada Reinaixença se escindirían para formar la Lliga de Catalunya, de corte más conservador, en el que pronto sobresaldría Enrique Prat de la Riba, considerado uno de los “padres” del nacionalismo catalán, que expondría ese paso del regionalismo al nacionalismo en las llamadas Bases de Manresa. En 1885 una asamblea de entidades catalanistas reunida en Barcelona eleva a Alfonso (XIII) el célebre memorial de greuges (agravios), primera manifestación de aspiraciones nacionalistas. En 1889 Pere Pagés y Rueda escribiría en la revista Reinanxença que los catalanistas, si eran en verdad catalanistas, no podían ser carlistas: “Crec que els catalanistes, si són verdadres catalanistes, no són, ni seran, ni ara ni mai, carlins. De cap manera. No seran carlins de la mateixa manera que no seran fusionistes, conservadors ni federals. Som catalanistes perqué creiem que cap dels partits politics que avui funcionen, pot de cap manera portar a Catalunya al lloc d´enaltiment que nosaltres, els catalanistes, li desitgem“. En 1903 aparece el primer partido catalanista de izquierdas, el Centre Nacionalista Republicá. Dando un pequeño salto, ya en 1922 Francesc Maciá fundaría el Estat catalá y Rovira y Virgili junto a otros Acció Catalana que, en coalición con los nacionalistas vascos y y gallegos formarían el organismo interregional Galeusca (Galicia-Euskadi-Cataluña) para luchar contra España. Pronto se fundarían otros partidos nacionalistas como la democristiana Unió Democrática de Cataluña o la izquierdista Esquerra Republicana de Cataluña.
Pues bien, en ninguno de esos movimientos políticos tuvo el carlismo nada que ver. No intervino salvo para denunciarlos precisamente por su carácter antiespañol y por tanto anticarlista. No hay nada que pruebe o que demuestre esas “raíces carlistas” inexistentes del nacionalismo separatista en España. Ni del nacionalismo liberal con su carácter profundamente egoísta, ni del separatismo izquierdista, cuyo fin no es la independencia en sí misma, sino que es un instrumento para construir un estado Socialista, como ocurre con la CUP o ETA en el caso vasco.
No hay por tanto una continuidad histórica entre las zonas antaño carlistas y hoy nacionalistas sino una profunda ruptura, moral e ideológica, producto de la educación y la propaganda en manos nacionalistas durante lustros.
Que algunas personas concretas que fueron en su día carlistas, o hijos de carlistas, se pasaran al nacionalismo ya sea vasco o catalán, no quiere decir de ninguna manera que esa evolución fuera natural ni lógica ni necesaria, no es un proceso inexorable ni mucho menos una línea recta. ¿Diríamos lo mismo de los que se pasaron al liberalismo, al socialismo o al comunismo? Porque ejemplos hay, y muchos.
En cuanto al tema de la defensa de los fueros por el carlismo, para algunos es sinónimo de nacionalismo o de protonacionalismo. Nada más lejos de la realidad. La defensa de los fueros, del regionalismo le llamaríamos hoy, no es sino la lógica defensa de la Tradición española, encarnada en sus usos y costumbres enraizados a lo largos de la historia que, convirtiéndose en ley, son los fueros. España no es, no fue nunca, un estado centralista jacobino como quiso imponer el liberalismo nacionalista decimonónico copiándolo allende nuestras fronteras. Antes al contrario, España fue una federación de reinos, principados, señoríos y regiones dotadas de sus propias leyes, usos y costumbres con fidelidad absoluta a la única nación que es España. Y el carlismo, como heredero de esa Tradición, defiende las distintas tradiciones jurídico-políticas y religiosas de los diferentes pueblos que forman España, dentro del lema “Unidad en la variedad”. Por contra, el nacionalismo retuerce, cuando no inventa, la historia y la tradición para fundar naciones inexistentes y así romper la única nación que es España. Para llegar a esa falsaria conclusión los nacionalistas que alguna vez fueron carlistas tuvieron que renegar del carlismo, como hizo Sabino Arana, para abrazar una idea absoluta y totalmente contraria y antitética.
Es por tanto intelectual y políticamente absurdo, tergiversado e inexacto por imposible el mantener esa aseveración torticera e interesada de que los nacionalismos separatistas tienen raíces carlistas. El carlismo no ha evolucionado ni tiene herederos, se hereda a sí mismo porque aquí sigue, en pie, en defensa de España y contra todo separatismo.