Con dieciséis mal, con dieciocho bien
El gobierno socialista-woke de Pedro Sánchez (con apoyo del charlamento) ha promulgado una modificación de la ley del aborto por la cual las muchachas entre dieciséis y dieciocho años ya pueden matar a su hijo sin conocimiento/autorización de sus padres. Un tributo al feminismo radical-hoy-normativo-mañana. Hay que ver el revuelo que se ha montado en los opinólogos del liberalismo católico y la democracia cristiana de nuestros medios de comunicación. Resulta que las chicas de dieciséis no pueden comprar tabaco o alcohol, votar, conducir un automóvil, hacerse un tatuaje o quitarse una verruga en absoluto o sin conocimiento/autorización paterna. Todo eso es verdad, pero los aspavientos son pura hipocresía.
El gobierno González (PSOE) modificó la ley en 1986, convirtiendo al aborto provocado en un delito despenalizado; es decir, un acto malo que no merecía ser castigado por diversas circunstancias, o supuestos, dejando la trampilla del daño psicológico a la madre, que a la postre supuso el 98% de los casos de un aborto que era en la práctica libre. Llegó el gobierno Aznar del PP, y en dos legislaturas, una de ellas con mayoría absoluta (la de 2000-2004) para que no hubiese excusas, no entendió que hubiese que modificar nada. El gobierno Rodríguez (PSOE) transformó sustancialmente el tratamiento legal del aborto en 2005: de delito despenalizado pasó a “derecho a la salud reproductiva” de la mujer. Y se pusieron unos plazos que trasladaban la excusita de la salud psicológica de la madre para acabar con su propio hijo a partir de la semana catorce de gestación, siendo libre antes de esa fecha.
Sólo tienen derecho los actos buenos, eso está en la base de la filosofía legislativa. Los actos malos pueden ser no castigados, como en la ley del 86, pero nunca tener derechos. Desde 2005, matar al propio hijo antes de que nazca es un derecho. O sea, algo bueno. Llegó el gobierno Rajoy (PP), y en dos legislaturas, una de ellas con mayoría absoluta (la 2011-2014) para que no hubiese excusa, no consideró que hubiese que modificar nada. Sorpresa.
En moral natural, matar es ilegítimo, pero admite excepciones, fundamentalmente la defensa propia, la guerra justa y el castigo al culpable de un delito gravísimo. Discutible en grado y circunstancias, pero las admite. Matar al inocente, en cambio, es ilegítimo siempre. El feto en el vientre de su madre es un inocente esférico o perfecto: se mire por donde se mire es inocente. Está expresamente imposibilitado para el acto moral, y por tanto jamás puede ser culpable. Ergo, jamás se puede matar a un ser humano no nacido. Si además ese acto ilegítimo pleno lo comete su propia madre, o se hace por su mandato (es más, si se hace por su consciente consentimiento), entonces se convierte probablemente en el acto único contra un ser humano más criminal que existe. Una aberración de la moral natural, en la cual la protección del hijo es primordial.
En 1986, los impulsores de la legalización del aborto juraron y perjuraron que la ley jamás permitiría usarlo como método anticonceptivo. Eso es exactamente lo que es ahora, gracias a esos mismos impulsores. Bastó con despersonalizar al objeto del asesinato, herramienta empleada a lo largo de la historia para lograr que los hombres hiciesen el mal. Una suerte de psicopatía selectiva: si el objeto de nuestras iras no es propiamente un ser humano, entonces no debemos sentir empatía por él. Los opinólogos liberal-católicos nunca se han preocupado en desmentir semejante despersonalización de los seres humanos nasciturus. Lo importante era la economía.
La ley de “salud reproductiva” se basa en el muy liberal principio de la autonomía de la voluntad de la mujer. Por eso los liberales católicos no pueden atacar ese principio, puesto que ellos lo comparten, aunque difieran en los límites. Pero el feminismo liberacionista es coherente con sus postulados: si algo es bueno, merecedor de derecho, entonces es legítimo procurar su más amplio ejercicio. No sólo las mayores de dieciséis años, cualquier mujer debería disfrutar sin restricción del derecho de asesinar a su propio hijo si su autónoma voluntad así lo decide. A nuestros columnistas “de derechas” les toca ahora escandalizarse por esto, para aceptarlo posteriormente, como han hecho siempre en este asunto.
Por este tipo de corrupciones intelectuales, el liberalismo católico es nefasto para la Iglesia y para la sociedad. E inútil para el apostolado y la santificación. Y por supuesto, enemigo declarado de la búsqueda del Bien Común, que jamás puede hallarse en la realización plena del voluntarismo humano, sino en la práctica social de las virtudes. Como la de defender la vida del inocente sin excusas.
2 comentarios en “Con dieciséis mal, con dieciocho bien”
Ramón de Argonz
Muy buena aportación.
También el decir que este mal es anterior -está incoado- a la ley despenalizadora (Ley Orgánica 9/1985, de 5 de julio, de reforma del artículo 417 bis del Código Penal).
Yo insistiría en que no es legítimo despenalizar algo como el aborto voluntario, Que luego se vaya hablando de derecho, es tan malo o peor, pero es una consecuencia.
Es decir: cuando una sociedad despenaliza barbaridades como el aborto en ciertos supuestos, está herida de muerte, pues la sociedad se fundamenta en el derecho a la vida, ejercido como realidad.
Desde luego, abierta la vía de agua, el hundimiento del barco es seguro por el lógico efecto multiplicador. Y es lógico no sólo porque este efecto multiplicador un hecho repetitivo, sino porque la sociedad se fundamenta en el derecho a la vida del inocente más indefenso, ejercido como realidad. Si se trunca este ejercicio, todo se hunde.
El EJERCICIO de lo fundamental es INSOSLAYABLE. No, no sería legítima la despenalización en caso alguno, como Vd. bien dice.
Muchas gracias.
María
Hablar del aborto de menores y compararlo conque no se puede comprar tabaco o ir de excursión con el cole sin permiso de los padres porque hay que tener 18 años, es una trampa. El aborto con permiso o sin él, es un crimen. Y se mata a un niño, una persona, aunque el Presidente del TC, que Dios haya perdonado, enfriara el clavo ardiendo con su voto áureo y nos dijera que ni era persona -¡ya lo despersonalizó!- ni español.
Otrosí, la dichosa ley de despenalización es del 15 de julio de 1985.
Un saludo, M. Lácar
MaC