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26 de mayo de 2007 0

China es el futuro

China es un gigante que dormita. Dejadle dormir, cuando se despierte, el mundo se estremecerá. Así contestó Napoleón al embajador británico McCartney en 1793, cuando le preguntó por los intereses franceses en el país del dragón. Nunca se ha podido confiar en que los revolucionarios de izquierdas hicieran crítica alguna a la tiranía comunista del país más poblado del mundo, pero últimamente me desayuno con comentarios de lo más elogiosos hacia el gigante asiático provenientes de conspicuos liberales españoles como Arístegui o Vara. De repente la derecha conservadora española ha descubierto las bondades del régimen comunista chino.

Uno lee los artículos en cuestión y descubre que los grupos inversores chinos compran grandes participaciones de multinacionales en Occidente, que los productos chinos son más competitivos que los europeos o estadounidenses, que Shangai tiene un skyline que sobrepuja al de la otrora capital del mundo, Nueva York. A ciertas edades, el detector de campañas periodísticas dirigidas anda ya muy afinado, y las mieles que FAES y sus satélites dedican a imperio del terror rojo ponen la mosca detrás de la oreja rápidamente. Otra desventaja de cumplir años es la maldita memoria. Y me vienen a la misma las imágenes de televisión de un día de junio de 1989, cuando miles de estudiantes universitarios se alzaron contra el gobierno chino, pidiendo libertad de prensa, elecciones democráticas, derechos civiles y otros totems vendidos por las democracias liberales. Concitaron la simpatía del mundo entero e hicieron una sentada en la mayor plaza del mundo, la de Tian an men, llenos de esperanza y vientos de libertad. El partido comunista ordenó al “Ejército de liberación del pueblo” acabar con la revuelta, y lo hizo eficazmente, con todos los medios disponibles. Incluso una de las fotos más célebres del siglo XX es la de aquel estudiante chino enfrentándose a cuerpo limpio con la columna de carros que avanzaba en fila contra los suyos, dispuesto a sacrificar su vida. El impacto mediático y la solidaridad extranjera era todo aquello con lo que contaban los encerrados en la plaza mayor de Pekín. Los esbirros comunistas los rodearon, las cámaras se apagaron y nunca más se volvió a saber de ellos. Los gobiernos occidentales se indignaron públicamente, pero obviamente no pasaron de ahí. La opinión pública mundial (o sea, ese 25% de lectores de periódicos de las 5 naciones más ricas del planeta) se horrorizó, pero olvidó rápidamente el asunto.

Han pasado casi 18 años. En realidad deberíamos decir que apenas han pasado 18 años. China sigue siendo una dictadura comunista. Sigue sin haber derechos civiles, sigue sin existir libertad de prensa, sigue sin haber elecciones democráticas. Pero, de pronto, los liberales españoles han decidido que China es un país estupendo, un modelo que no hay que perder de vista para el futuro, un referente del nuevo mapa geopolítico. Y viajan allí con frecuencia, para ser agasajados por los miembros del partido, para establecer relaciones comerciales, para hacer un turismo estupendo: no hay nada como una dictadura para asegurarte unas vacaciones baratas y seguras. Que se lo digan a los cubanos, sino. ¿Qué demonios ha pasado? ¿Acaso el partido comunista chino se ha vuelto democrático, un espejo de virtudes de la revolución liberal? No, sigue siendo tan despótico y criminal como siempre, pero lo que sí ha decidido el partido comunista chino es mandar la economía dirigida y el socialismo real a hacer puñetas, y apuntarse a la economía de mercado. Probaron Hong Kong, y desde entonces el eslogan “un país, dos sistemas” quiere decir que los miembros del partido se enriquecen como capitalistas a costa de la mayoría de los ciudadanos, que sufren como proletarios.

Los antiguos informes de violaciones de derechos humanos en China del Wall Street Journal, the Economist y resto de altavoces del liberalismo mundial se han trocado en mucho más prosaicos balances, y sus terminales españolas repiten las instrucciones venidas de la/el capital. Ya no les oiremos nunca más protestar por los atropellos humanitarios en China, han descubierto el beneficio. Es la dictadura china la más bestial del planeta, con permiso de sus vecinos norcoreanos. Allí se sigue prohibiendo la libertad de asociación, se sigue condenando a purga o incluso muerte a los disidentes, se sigue forzando a abortar a las madres con más de un hijo, se sigue traficando con los órganos de los ejecutados (tenemos permiso para pensar que elevado número de ejecuciones tiene su origen en las necesidades de ese vil negocio), y sobre todo, se sigue persiguiendo a la Iglesia católica que se resiste a seguir los dictados oficiales: feligreses muertos o enviados a campos de internamiento, sacerdotes y obispos detenidos y torturados, una Iglesia verdaderamente mártir y fiel, ejemplo para tantas otras comunidades católicas (como la nuestra) aburguesadas, cobardes y timoratas ante el poder. Eso sigue pasando todos los días en nuestro nuevo aliado preferencial. Los liberales, como es habitual en ellos, sólo ven el mundo a través de los ojos de la macroeconomía, y se hechizan ante el aumento espectacular del PIB de China, el incremento exponencial de consumo de carburantes, la mayor productividad del mundo, el crecimiento que dobla al de los países occidentales. Sólo cifras, nada de personas. ¿Cual es el secreto de China? se preguntan los alborozados gestores empresarios, envidiosos.

El secreto es bien simple: la firme cultura del trabajo inherente a la sociedad china (véanse nuestros chinos caseros, que no están bajo la bota de ninguna dictadura, y son los más trabajadores de todos), los buenos niveles educacionales para trabajos técnicos que no precisen una gran cualificación, y sobre todo, unas leyes y un gobierno que pagan una miseria a los trabajadores, que no tienen seguridad en el trabajo, ni prestaciones sanitarias, ni días de vacaciones, ni posibilidad de sindicación o defensa, ni derecho algunos. Si alguno protesta o se sale de la norma, se le elimina y se pone a otro. Total, con más de 1300 millones, el gobierno se puede permitir muchas matanzas como la de Tian an men. El secreto es, sencillamente, la explotación más repugnante. Un trabajador chino produce casi igual que un occidental, por una vigésima parte de coste. Las multinacionales occidentales, cuya patria no es la democracia, sino el beneficio, se han apresurado a llevarse sus fábricas allí (ahora se le llama eso tan fino de deslocalización, que me recuerda a la variante del robo llamada desamortización, que queda mucho mejor, casi como una cuestión de balance de cuentas). La deslocalización quiere decir, lisa y llanamente, explotación en China, y paro y pobreza en Occidente. Y nuestros gobiernos y nuestros intelectuales apesebrados, que tanto defienden los derechos humanos en Vascongadas, en Irak, en Argentina o en Cuba, callados como tumbas. Nuestros sindicatos de pancarta y puño cerrado, en silencio. La izquierda social no atacará al gobierno chino por la inmoral razón de que es “uno de los suyos”, la derecha economicista se apunta a la adoración a Mamnón y alienta este estado de cosas con tal de obtener beneficios. Los trabajadores chinos, convertidos en los nuevos esclavos; los trabajadores de Occidente, despertando poco a poco (o bruscamente) del sueño del estado del bienestar.

Gobierno dictatorial, economía de capitalismo salvaje. Ese es, en efecto, el futuro que nos tienen reservado. Y para ello es fundamental que las sociedades más cultas vayamos poco a poco haciéndonos incultas e idiotizas, más manejables; vayamos perdiendo el entramado social y familiar que nos permite defendernos de los abusos de poder. El individuo solo frente al estado. Llegado este estado de cosas (y en ese camino andamos) el poder nos dará la alternativa de morirnos de hambre o convertirnos en nuevos chinos. Porque China es el futuro.

Artículo publicado originalmente en el Portal Avant! de los carlistas valencianos

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