A los que abandonan el PP, convertido al fin en máquina asocial y corruptora
Cómo y dónde pueden “sumar” quienes, al fin, abandonan el Partido Popular en medio de la persistente tentación del malminorismo.
Sugerencias de un tradicionalista.
Una nueva ruptura y la nueva situación
LA CIUDADANÍA -minorías políticas de ocasión y masas sociológicas- está tan harta, los males son tan hondos, y el engaño de ese partido amoral, en el que se ha convertido definitivamente el Partido Popular (PP), tiene dimensiones tan colosales, y es tan prolongado, que algo se está fraguando entre nosotros.
No podía ser de otra manera. Se veía venir. Nuestra personal ambición es que tal cambio no sea en vano, que no sea un Bluf más, que sea una vuelta a casa, y que no hipoteque la necesaria restauración por la que merece la pena trabajar. Estas hipotecas han raído nuestras vestiduras no pocas veces, de cuya historia nuestros amigos no querían ni hablar, y ahora no lo sabemos porque parece que su estrategia es mostrarse siempre “nuevos” y sin adherencias temporales que perjudiquen su oculto espiritualismo e intereses manifiestos.
Durante décadas, el PP ha sido apoyado por los católicos españoles ya como un bien relativo, ya por malminorismo, oportunismo o pragmatismo, o por todo junto. Ya les decíamos a dónde conducía esto. Pues bien, ninguno de ellos se libra de responsabilidad ante los horrendos males políticos y pre políticos en los que hemos caído por culpa de ese partido mentiroso y laicista, pagano y abortero de derechas. No advertían que también eran responsables de todo lo bueno que se había dejado de hacer y del injusto maltrato que han sufrido los tradicionalistas que ellos tildaron de “exagerados”, retrógrados y casposos -sólo les faltaba decir pre fascistas-, aunque estos les avisasen de lo que estaba ocurriendo y que es todo lo que hoy sufrimos.
Los tradicionales tenían razón y las minorías políticas de ocasión vuelven ahora -desde su abandono del PP– a la palestra con lágrimas y sin consuelo. Ha vuelto a ocurrir como en muchas ocasiones de nuestra historia. Como se dice que quien tuvo retuvo, lo más ahora que se les puede pedir es su reconocimiento de los tradicionales “teníais razón”, pero no para hacerles al fin caso sino para prescindir de nuevo de ellos y -quién sabe- tomar sus bases sociológicas. Este es el peligro de hoy. Políticos por vocación -aunque sin aprendizaje político- para influir en la res publica, saben presentarse como si no se hubieran equivocado, como si nada hubiera pasado, y con posibilidades políticas y como una “nueva” solución -aunque no sean “puros”- en una sociedad desesperanzada. Por eso, otro peligro sería entregarse a sus manos.
Con estas reflexiones no obstante críticas, quiero “sumar” y hacer un favor a quien las lea, esto es, animarle a que abandone definitivamente la confianza política ofrecida hasta ahora en el PP y partidos similares, y a que ponga finalmente su mirada y su ilusión tanto en los bienes necesarios para nuestros conciudadanos como en otros bienes mayores a beneficio de nuestra sociedad. Queremos evitar que miren su cielo frecuentemente desnortado.
Repetimos que nos alegra que haya unas minorías políticas de ocasión vinculadas al sistema político actual y hasta ahora al mismo PP, que al fin se han propuesto hacer “otra cosa” a lo que ellos y la llamada derecha sociológica, católica y conservadora que les ha seguido, han realizado desde hace cuarenta años.
Observemos sin embargo que ese modo de hacer “conservador” no era nuevo ni sorprendente para los tradicionalistas, pues perpetuaba la costumbre política del moderantismo conservador y liberal de los siglos XIX y XX. Claro es que eso ocurría mientras ellos protestaban carecer de inspiradores políticos e historia, pare presentarse como incontaminados de adherencias en perjuicio de la pureza de su mensaje.
Ayer fueron los de Vox y hoy son otros los tránsfugas del PP.
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Cómo quien abandona al PP puede colaborar en la verdadera restauración sociopolítica.
PRECISEMOS algo más.
En efecto, huyendo tales minorías políticas de ocasión a las que nos referimos, hoy “arrepentidas”, de los determinismos y del evolucionismo histórico -en lo que han tenido mucha razón-, exultando a la vez por la libertad recobrada tras los Gobiernos de la Dictadura -venga o no a cuento siempre han protestado que no pertenecían a ella-, y confundiendo clericalmente dicha libertad con la libertad de los hijos de Dios, han sido tan ingenuos que creyeron partir siempre de cero, sin condicionamiento alguno, con la tremenda paradoja de hipotecarse no obstante con partidos políticos “embarrados” de temporalismo como la UCD, el PP, el PNV, y CiU, tan llenos de historia y de estatismo liberal e incluso de una proyección nacional-separatista.
Tales minorías políticas de ocasión, huyendo tales, prefirieron no tener origen histórico y depender sólo del pragmatismo político.
Huyeron de la tradición española para presentarse incontaminados y han caído en semejantes muladares de los que al fin se alejan. Pero el mal ya está hecho.
Se creían originales y necesarios en el actuar y capaces de romper abiertamente con todo lo anterior para no hipotecar la pureza e independencia de sus propios mensajes, como si las realidades no tuviesen similitudes insospechadas tratándose del mismo país, yendo más allá de voluntarismos y desarraigos.
Quisieron filtrar el partido liberal conservador que ha devenido en un puro paganismo.
Han deseado permanecer siempre “nuevos”, trasladando su marco básicamente eclesial a la sociedad civil con un singular reduccionismo, eliminando de la sociedad aquello que -quiéranlo o no- a su vez hipotecan.
En realidad, han sido rupturistas con el resto del PP respecto a la sociedad de la que lograron su apoyo electoral, y en la que han influido para mal desde sus cargos públicos. Lo que no han sido rupturistas es de la realidad de las cosa que les interesaba ad intra (educación) pues mantenían los sanos principios aunque con nulas o escasas aplicaciones en materia de vida humana, matrimonio, familia, adopción….
Más que amoldarse a la masa sociológica a la que debían servir, la amoldaron a sus propios planteamientos influidos de un claro partidismo y liberalismo práctico, en detrimento de aquella.
Han huido, por convicción o complejos, de todo lo que, según ellos o bien sus enemigos, oliese a franquismo, aunque se aprovechasen de este régimen hasta 1975, distanciándose a continuación del mismo. A diferencia de ellos, los carlistas estaban mal vistos y arrinconados por el franquismo, siendo así que alguno de ellos les ha tachado, paradójicamente, de “casposos”. Los tradicionalistas nunca han arremetido contra ellos, pero si han sentido sus arremetidas.
La firmeza de nuestra crítica a lo que dichas minorías culturales y políticas han realizado, a su ayer más o menos inmediato, nos obliga precisamente a darles la enhorabuena por decidirse, al menos a última hora, a separarse del PP. Y ello aunque, durante muchas décadas, extendiesen una cultura contraria al tradicionalismo entre sus amigos, y aunque entre estos últimos hubiese paradójicamente muchos tradicionalistas que influidos por ellos quedan finalmente sin fuerza ni orientación.
Dichas minorías culturales y políticas de ocasión han rechazado a los tradicionalistas -aún sin entenderles- por el “ismo” ideológico que les atribuían, y sobre todo por la confesionalidad católica de estos, por afirmar una libertad y autoridad mutuamente ensambladas, por considerar los tradicionalistas que el Estado no puede ser “neutro” en religión, moral y costumbres, por creer que la libertad a todos, en todo y para todo tiene sus límites, y por recordar de quienes son hijos así como sus propias tradiciones. Así, les suelen criticar con la misma crítica vulgar y periclitada de los liberales de antaño.
El peso de la democracia cristiana italiana les define como sector clerical y les limita apostando así al caballo perdedor. A pesar de declararse en la “zona cero”, caen en el liberalismo práctico -al menos, lo que hipoteca sus principios- o bien en el conservadurismo, en la costumbre fácil y cómoda del moderantismo, y en la naturaleza pragmática y hasta utilitaria de la política reducida a una mera administración pública. Quizás sea su ala izquierda -se exceden al creer que un católico puede estar en todos los partidos políticos incluido EH Bildu- la que les recuerde que el poder civil debe tener valores, aunque por desgracia en clave socialista y nacional-separatista.
Al fin, tales minorías sociopolíticas de ocasión se han desvinculado del Partido Popular para liderar un movimiento social que desea tener la suficiente envergadura, captando para ello a la derecha sociológica que se deja llevar cómodamente por lo fácilmente posible y que no apuesta realmente por nada.
Mientras de nuevo les damos la enhorabuena, les recordamos su responsabilidad en el destrozo realizado por el liberalismo -con el que colaboraron abiertamente e incluso comulgando con él en lo temporal-, desvinculándose del PP por no tener más remedio ante las últimas trampas y deslealtades que dicho partido ha mostrado hacia su electorado de mayoría católica, tradicional en sentido amplio, y gente de orden. Además de todo esto, otro móvil para consumar su acertado cambio ha podido ser la pérdida de los puestos públicos que han ocupado hasta entonces.
Este cambio nos parece saludable y necesario, aunque sólo confiaremos en él si modifican sus costumbres adquiridas -y heredadas- y sus planteamientos contrarios ante la tradición española y los tradicionalistas. Estén tranquilos que estos últimos no quieren asumirles como colectivo, sino que se den cuenta de los valores de nuestros padres y abuelos, de la tradición española. Y esto no es fácil porque tienen que renunciar a parte de sí mismos, y porque sus costumbres y planteamientos políticos han lastrado la sociedad sana y católica en España. Es eso ha tenido mucha responsabilidad el mundo clerical español, concretamente al Conferencia Episcopal Española, con la que han coincidido dichas personas conservadoras y amigas del posibilismo clerical.
El saludable cambio que deseamos en ellos, lo facilita el que buena parte sus amigos sean tradicionalistas en un sentido amplio.
Insistimos en decir que estos españoles -a veces bien preparados y con indudables cualidades humanas- tienen sus propias tendencias, sus orígenes, y se deben a sus propios desarrollos mantenidos en el tiempo, convertidos en costumbres y diría que hasta en “tradiciones” salvo por el espíritu utilitario que les domina. Aunque quisieran, no pueden olvidar la naturaleza y origen de sus posicionamientos. Lo mismo que a ellos les ocurrió a otros sectores y en otros momentos de la historia de España. Unamuno habló de la intrahistoria, pero lo cierto es que la coherencia y lógica de los principios y realidades permite suponer erróneamente que la historia se repite, aunque podamos poner nombres y apellidos del pasado a lo que estamos viendo con atónita mirada.
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Es preciso lograr que los cambios de hecho sean buenos, oportunos y según derecho.
ECHEMOS una miradita a la historia, aunque a nuestros amigos no les guste, quizás huyendo de tan inoportuno epíteto de franquistas al estilo López Rodó y López Bravo.
Algo hay que recordar porque si les solicitamos un cambio es bueno que sepan por qué.
En efecto, los conservadores que han roto con el PP por partido ya inservible y perjudicial para el bien más básico y elemental, se parecen a quienes de la CEDA de Gil Robles, creada en 1933, criticaban a los católicos tradicionalistas -los carlistas-. A su vez, en esto los cedistas actualizaban la postura de los conservadores posteriores a 1876, que distorsionaban y desmerecían a los tradicionalistas apodándoles de “exagerados”, desestabilizadores y atribuyéndoles resonancias guerreras, y ello a pesar de que estos se metieron de lleno en la política (ya antes de 1890) con lealtad, y de que el sistema de la restauración liberal alfonsina y hoy juancarlisna, llevó a España a un callejón sin salida. Ellos han experimentado cómo no basta decir “esto es lo que hay” y “con esos bueyes hemos de arar”, pues es preciso que los cambios de hecho sean buenos, oportunos y según derecho. No en vano, el marqués de Cerralbo y los carlistas acuñaron el lema de que “El Carlismo no es un temor, es una esperanza”. Por otra parte y en plena República terciaban los falangistas con su gesto revolucionario, queriendo aparentar algo “nuevo” y de su tiempo, tal era su estilo fascistoide.
Pasaron algunos años y a todos les tocó sufrir la guerra civil, siendo así que las JAP de la CEDA ingresaron en Falange y el Requeté. Digamos que no estuvo bien que los conservadores cedistas aplaudiesen a los tradicionalistas en el esfuerzo supremo de 1936, tratándolos como a cipayos al terminar la contienda.
Posteriormente, y por lo mismo que antes apoyaron a Primo de Rivera como salvador, los conservadores apretaron filas en torno al general Franco, aunque éste persiguiese a los tradicionalistas o carlistas que precisamente le acusaban de una falsa restauración, como al Fernando VII de 1814 y 1823, y a don Alfonso en 1874. Por cierto y dicho coyunturalmente, hoy algunos de carlistas se muestran hartos de que se critique a su antiguo adversario político, el general Franco, que ha sido inicuamente convertido en el chivo expiatorio de la actual crisis de España, la crisis mayor de su historia, crisis traída por algunos liberales capaces, traída por ciertos antifranquistas amoldados ocasionalmente a los nuevos tiempos y que critican el actual estatismo sin saber que es fruto del liberalismo, y traída finalmente por muchos inútiles y también por no pocos ladrones de hoy.
Más tarde y en la transición -mejor ruptura- todos fueron con Suárez y su UCD, nacida desde el poder político del Estado para dirigir la sociedad que desde los carlistas pulsaron como engañada -la democracia de leche y miel- y desorientada, desmovilizada -la política para los políticos, se decía con Franco y después- y hasta huérfana de verdaderos líderes. Mientras tanto, los españoles llamados “exagerados” y “desestabilizadores” -los carlistas hemos dicho- seguían “en contra” de lo existente y a favor de lo que España y los españoles eran y seguían siendo. Lo que estos últimos eran y siguen siendo ha quedado cada vez más oculto bajo capas de manipulación, posibilismo, malminorismo, vagancia y, en los inquietos que desean porciones de poder, espíritu “trepa”. Pero que esté oculto refleja que existe y por ello reclama sus derechos, lo que sin duda da posibilidades sociológicas para el bien.
Luego todos fueron con el PP. Aprendida la lección, creemos que ahora quienes se escinden del PP, reconocerán que esos católicos a secas, que también son tradicionalistas –carlistas y jaimistas se llamaban sus padres-, no son “exagerados”, ni unos “desestabilizadores”, que tenían mucha razón en lo que criticaron y en muchas de sus propuestas, y que ofrecen mensajes creíbles y nada estridentes. Sólo con este cambio de actitud los escindidos podrán pedirles apoyo en los nuevos rumbos que deseamos saludables y fructíferos.
En resumen, llevamos décadas, dos siglos, con revoluciones, crisis por intentos de armonizar dichas revoluciones con lo existente no revolucionario, y de falsas restauraciones -no sin tragedia- de cuyas fisuras y contradicciones surgen a su vez nuevas revoluciones. De falsía en falsía. De ensayo en ensayo.
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4. Nunca es tarde si la dicha es buena.
PUES AHORA empiezan a darse de baja del PP, y, aunque nos parezca muy tarde, aplaudimos su decisión.
Ya saben que ellos mismos son corresponsables de lo mal que estamos. No creo que los escindidos resuciten el partido del católico Pidal de 1880 -la Unión Católica apoyada por los obispos-, pues Pidal abandonó su partido de relativa oposición para desembocar en el partido liberal conservador, mientras que nuestros amigos huyen de éste. Salen, ¿a dónde? Además Pidal barajaba el tema de la Unidad Católica, mientras que nuestros amigos escindidos del PP tienen entre manos la tragedia del aborto, importante cambio a peor durante un siglo de liberalismo en el poder. Lo que no quisiéramos es que, saliendo enhorabuena del PP, ofrezcan una falsa restauración, ni un sálvese quien pueda luchando por retazos de programa, influencia y poder.
Hartos de la amoralidad del PP, parece que algunos aún “puros” y a veces puristas con los amigos de la Tradición, quieren fundar algo a partir de la nueva escisión -tras la de Vox- en este gran partido liberal. Apareció Vox con vocación de derecho natural y sobre todo de afirmación de España, y ahora quizás aparezcan otros con vocación sólo de lo primero, un tanto apátridas -ojo, es un decir- pues no harían cuestión de una España que queda paradójicamente en la conciencia individual. Una conciencia individual ésta que es tan grande como la actual falta de conciencia de la res publica. Como el que tuvo retuvo, el que estuvo de lleno en un partido liberal no puede ser muy fiable salvo una conversión abierta al tradicionalismo (para los puristas mejor sin el -ismo) político español.
Bien está rechazar finalmente al PP -de lo que insisto nos alegramos-, pero sin ofrecer tronos a las premisas y cadalsos a las consecuencias.
Ojalá se den cuenta que el PP ha utilizado a los católicos y a la Iglesia, aunque también es cierto que Ésta se ha dejado utilizar, que ha hecho política aunque afirme hipócritamente que no, y que ha empujado a ello a los católicos. Ojalá los que rechazan al actual PP no queden entrampados como cuando Suárez dijo que el divorcio era una manera de proteger la familia, y cuando Aznar y Rajoy dijeron que la ley del aborto era para proteger la vida… Por cierto, ¿quién redactó la ley abortera de Ruiz Gallardón?
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5. Una nueva estrategia
ENUNCIEMOS tres aspectos.
Primero. El intento de salvar bienes concretos en batallitas sin una estrategia definida y más amplia, ha conducido a un rotundo fracaso. Así ha ocurrido en las falsas restauraciones alfonsina y luego juancarlina. Nosotros estaremos apoyando la jugada de las batallitas pero sin relegar el verdadero planteamiento de la cuestión.
Por una parte, es un hecho que, hoy, algunos escindidos del PP, dan muestras saludables de querer la recuperación de algo de lo que no obstante la sociedad ya vive -a Dios gracias- con fuerza.
En efecto, el mal en España suele ser impuesto de arriba, por lo que muchas veces resulta artificial y permite una sana reacción de la sociedad. Véase, por ejemplo, la reacción ante las imposiciones del lobby homosexual, las imposiciones en la educación… En estos casos no sería recuperar sino librarse de la opresión del Gobierno que actúa contra la sociedad.
El trabajo de recuperar en las leyes lo que la sociedad vive en su seno, resulta necesario y -a Dios gracias- no es del todo incómodo, porque se lucha a favor de unos bienes existentes de hecho y vividos todavía con intensidad social, y se lucha también contra la artificiosidad del mal que desde el poder esconde y tergiversa la realidad de muchos españoles y paraliza a los buenos.
Que ese trabajo no sea del todo incómodo no significa que sea fácil, porque tiene que luchar contra la paralización general producida por el liberalismo, y los medios de comunicación en manos indeseables.
Por otra parte y sin embargo, esto no basta cuando se quiebra algo más poderoso que el sentir sociológico de respuesta. En tal caso, es preciso rechazar las fisuras que parecen más arraigadas por venir de lejos como el divorcio vincular (Fernández Ordoñez) etc. y que son origen de los males. ¿Dejaremos de reclamar los nuevos “conversos” del PP contra el tremendo dislate divorcista?
En resumen: una cosa tiene que saber quien claudique en la visión general del problema, y se polarice en las batallitas que todavía se pueden librar a nuestro favor por el hecho de que en esos temas concretos el mal aún no ha cuajado en la sociedad. Tiene que saber que esto ocurrió ayer lo mismo que ocurre hoy, cuando lo que la sociedad creía y vivía se mezclaba con las raíces del mal. Fue la aceptación de estas últimas lo que, siguiendo la lógica de los hechos, desembocó en la situación actual, perdiendo una y otra vez lo que se tenía sin mérito propio y sí el de nuestros padres y abuelos. Fijémonos en Hungría, en Polonia, en la consagración del presidente del Perú aunque en la práctica la haya contradicho, ciertas declaraciones de Ángela Merckel etc.
La cuestión -repitamos- no es sólo la de rechazar finalmente el malminorismo que tan malos frutos ha dado, y recuperar la voluntad política de los católicos y defensores del derecho natural. Salvar sólo lo fácil porque la sociedad aún vive el bien, pero admitiendo las raíces del mal, ha conllevado -sobre todo en España, pueblo coherente, lógico y pasional- perder una y otra vez lo que se tenía, y además soslaya la recuperación dificultosa de otras cuestiones fundamentales.
Más todavía, el quid del liberalismo (el abandonar a Dios, el todo vale previo a las leyes, el relativismo, y la posición negativa del Estado ante el bien) conlleva la paralización social, que las manifestaciones multitudinarias han querido evitar, pero que no se han podido al entregar los resortes de dicha protesta a la partitocracia de derechas, que ahora huyen del PP.
Segundo. Dentro de esa Constitución liberal-socialista no hay detención eficaz de sucesivos males concretos aunque algo se intente y hasta se logre detener algunos de ellos. Algo esencial -un quid referente al Syllabus de Pío IX- hay que rectificar en dicha Constitución, asunto éste que los liberales conservadores no suelen precisamente plantear, perdiendo así la ocasión de trabajar por plantar el arbolito en tierra buena. El quid es que la libertad indiscriminada concedida a todos y a todo para opinar, expresarse y decidir, lo que conlleva fácilmente y en líneas generales hacia el indiferentismo generalizado en la sociedad. El quid es la pretendida ausencia de límites, el desplazar a Dios creyendo que éste perjudica nuestra humanidad y la misma libertad.
Tercero. Digamos que dentro del liberalismo menos todavía es posible la restauración del bien porque las batallitas no son la guerra.
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6. Conclusión.
ES EVIDENTE que tenemos mucho que hacer, y que no podemos mantener leyes y realidades deleznables en España, que deshacen de un plumazo lo que con tanto esfuerzo y tiempo se construye.
Más que conformarse en no retroceder, o en recuperar una o dos posiciones -quizás sociológicamente interesadas más que por Bien Común-, es preciso buscar profundidad y una proyección media y larga, avanzar, y restaurar la sociedad y la patria que ésta configura. Para ello convendrá sobremanera ofrecer altas metas por las que trabajar, y proyectar los cuerpos sociales sobre la política, exigiendo así primeramente que estos sean interlocutores políticos, y luego su representación parlamentaria.
No hay persona sin sociedad, ni ésta sin formar patria, por lo que hay que trabajar de verdad desde España para salvar la España de verdad.
Esperamos que las minorías políticas desligadas del PP eliminen los condicionamientos de sus antiguas estructuras partitocráticas y procedimientos políticos, que superen su intrahistoria de moderantismo o conservadurismo del que hacen gala sin saber ni quererlo, que no ansíen ocupar buenos cargos a toda costa, y que controlen su pragmatismo e inmediatez ciñéndolo a un paso medio dentro de un claro proceso de restauración sociopolítica, que por otro lado facilitará y estimulará la restauración moral y religiosa.
Que dicha minoría política de ocasión se separe del PP debiera permitirle un acercamiento a sus bases tradicionales y obedientes en sentido general, no querer modificarlas, pensar en el bien común de todos los españoles, y aproximarse y hasta reconocer con naturalidad y sin complejos a los tradicionalistas -tradicionales de veras, sabiendo que donde no hay tradición hay plagio- pues una vez más los hechos les han dado la razón. Lo que no puede ser es poner tronos a las premisas y cadalsos a las consecuencias.
José Fermín Garralda
Pamplona, 17-VI-2017
P.D. Imágenes tomas de la Red. Recogen el silencio impuesto por el PP ante sus desaciertos contra la vida del concebido y aún no nacido, el matrimonio, la familia, la educación…, recoge también la reacción multitudinaria del pueblo español en manifestaciones que no se prolongaron en ninguna acción política, la importancia sociológica de la Iglesia católica para quien allá donde Dios muere en la conciencia del hombre se sigue la muerte del hombre imagen de Dios (Juan Pablo II), la quietud y sosiego de la naturaleza y el esfuerzo del aprendizaje en general, o bien el programa político de la Comunión Tradicionalista Carlista. Los tradicionalistas no son una ideología y solicitan desde hace mucho tiempo, ante Dios y los hombres, lo que la sociedad ahora reclama con urgencia para sobrevivir. JFG