A la muerte de don Miguel Garisoain Fernández
Por su amigo Santiago Arellano Hernández
Soy testigo de un hombre, amigo y mi alma.
Hijo de nuestra tierra alta y bravía
Oriundo de Lumbier y de Castilla
Que aunaba en su persona fuego y calma.
“Al servicio de Dios” puso su vida,
Haciendas y desvelos por su Patria.
No le arredró tormenta embravecida.
Ni insidias ni acechanzas ni mancilla
Porque Amó la verdad donde se hallara.
Supo de libertad por ser navarro.
Tuvo a España por patria indivisible
Sirvió con lealtad a rey y fueros.
Carlista fue, sin altivez, bizarro.
Lo demostró en su hogar, con sus amigos
y en la ejemplar entrega a su trabajo.
No busquéis otra prueba que su casa:
hogar acogedor con Marigena esposa,
madre ejemplar de señorío y gracia,
piedad profunda y caridad sin miras
Sus frutos son sus hijos, y su empeño.
Eslabón en la herencia recibida
en servicio de Dios, patria con fueros
Y un Rey que reine como lo hace un Padre.
Y en reducto final: familia y patria,
Al amparo de un Padre compasivo
Que al final de la calle nos aguarda.
Lo demás…”Los trabajos y los días”
En corriente fugaz que nos arrastra.
Por eso al despedirte hoy te digo
Lo que siempre dijimos, Miguel
Hasta más ver, amigo verdadero
Compañero del alma, allá en el cielo.