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1 de agosto de 2021 0 / /

La hostilidad contra los católicos

(Por Javier Urcelay) –

A lo largo de la historia, los cristianos han sufrido persecución en distintas épocas y en diversos lugares. Los tres primeros siglos de historia del cristianismo se denominan, incluso genéricamente, “la época de las persecuciones”. Pero lo cierto es que un título similar podría aplicarse al siglo XX, e incluso a estas primeras décadas del siglo XXI. Y no sólo por las matanzas de cristianos en el Sahel y otras regiones del mundo. Sino, sobre todo, por la hostilidad con la que los cristianos empiezan a ser tratados en muchos de los países occidentales, paradójicamente los que constituyeron la vieja Cristiandad. Y en España de manera particular, donde la ministra Ione Belarra presiona al PSOE para hacer efectiva la laicicidad, rompiendo los acuerdos con la Santa Sede y suprimiendo completamente la asignatura de Religión.

Ludwig Hertling S.J estudió en su “Historia de la Iglesia[i] la época de la persecución a los cristianos decretada por los emperadores romanos, tratando de encontrar la causa de la misma. Tras analizar miles de documentos y actas de aquellos tiempos, sus conclusiones pueden sorprender a los que se quedaron con una visión simplista de la historia eclesiástica. El Imperio romano observó siempre la más tolerante actitud frente a toda clase de cultos y convicciones religiosas, y en Roma se podía adorar a Júpiter o a la Isis egipcia, ser judío, rendir culto al Sol o hacerse iniciar en los misterios de Eleusis o en el culto de Mitra. ¿Por qué el cristianismo fue una excepción?

La causa, con los testimonios históricos en la mano, no fue la supuesta negativa de los cristianos a rendir culto al Emperador, incurriendo en un delito de lesa majestad. Tampoco el oficiar cultos considerados sacrílegos; ni porque el cristianismo fuera considerado una amenaza contra el Imperio en el orden político.

Además, es curioso que las persecuciones contra los cristianos, especialmente en el siglo II, con frecuencia no partían del gobierno, sino de denuncias de la población, a cuya opinión se plegaban los magistrados, a veces incluso a disgusto suyo.

Hertling concluye que “como único motivo que explica tanto el principio como el desarrollo de las persecuciones queda solo el odio… Los que en todos los tiempos han perseguido a los cristianos, han aducido para justificar su conducta todos los pretextos posibles y más o menos verosímiles, pero en el fondo lo que les movía era el odio a la religión y a la Iglesia. El historiador no ha de cerrar los ojos a estas oscuras facetas del alma humana, empeñándose en buscar siempre una explicación racional”. Y es que “el amor y el odio desempeñan en la historia de la humanidad un papel muy importante, más importante a veces que los motivos racionales”.

Es a ese “halo de odio alrededor de la Iglesia de Dios que hace brillar su rastro por los crepúsculos de la historia” al que Chesterton llamaba “fosforescencia extraterrenal”, como nos recordaba hace poco Juan Manuel de Prada. Pero esa es otra cuestión, que abordaremos quizás en otro momento al recordar un libro clave que convendría rescatar.[ii]

No nos apartemos de nuestro hilo. El jesuita alemán Hertling se pregunta por las causas de ese odio anticristiano suscitado en mucha gente, en el que el proselitismo o el propio culto de los cristianos, rodeado de un cierto misterio, pudieron haber desempeñado algún papel. Sin embargo, la causa principal estribó, a juicio del historiador, en que “la vida austera y retraída de los cristianos era sentida por muchos como un callado reproche”.

Hertling cita en apoyo de esta tesis un caso relatado por Justino: “Una romana distinguida, que hasta entonces había llevado una vida tan disoluta como su marido, se hizo cristiana; exigió entonces a su marido que observase la fidelidad conyugal, amenazándole si no con la separación. El marido, viendo que no podía nada contra su mujer, denunció como cristiano al catequista que la había instruido en el cristianismo. Así fue ejecutado el mártir Tolomeo”.

Una opinión que quedó certificada por el propio Tertuliano -que supo dar forma sugerente a tantas valiosas ideas-, al escribir: “En cuanto la Verdad entró en el mundo, con su sola presencia levantó el odio y la hostilidad” (Apol. 7).

Enlaza todo lo dicho con las apreciaciones de la socióloga americana Mary Eberstadt, en un libro que nadie debería dejar de leer[iii], y que se refieren a todas estas cuestiones en la época actual, caracterizada por sus alarmantes cifras de divorcios y parejas de hecho, abortos y anticonceptivos, familias monoparentales o formadas por parejas homosexuales, vientres de alquiler y fertilizaciones in vitro, amor libre y pornografía, y un largo etc de usos sociales opuestos a la moral cristiana y la enseñanza tradicional de la Iglesia:

“El declive del Cristianismo en Occidente no significa solamente que la gente deje de ir a la Iglesia…Significa también una hostilidad cada vez mayor hacia la mera existencia de las creencias cristianas, en una época en que muchas personas viven desafiando tácita o abiertamente las enseñanzas eclesiásticas. Por expresar el conflicto en román paladino: si tus padres están divorciados, es probable que te parezcan ofensivas las palabras de Jesucristo contra el divorcio. Como mínimo te parecerá un juicio desagradable, y te quitará las ganas de participar en la fe cristiana. De manera parecida, si has sido adoptado por dos lesbianas, por ejemplo, puede que no comprendas la enseñanza tradicional de la Iglesia en cuanto a la homosexualidad… A la gente no le gusta que le digan qué hace mal, ni que hacen mal sus seres queridos”.

En tiempos en que abundan los llamados “nuevos modelos de familia” -no crean que son cosas minoritarias, las estadísticas, por ejemplo, van camino de convertir en testimonial al matrimonio religioso y la familia tradicional-, cada vez hay más personas que se ofenden ante las enseñanzas de la Iglesia, aportando el material emocional para una inquina anticristiana:

“Si pasas los fines de semana alternos felizmente con tu padre y su nueva esposa, puede que te parezca intolerable la idea cristiana tradicional de que, mientras viva tu madre, tu padre es un adúltero y se arriesga a ir al infierno. De manera similar, la idea del castigo eterno por fornicar puede parecerte bastante extraña en cualquier circunstancia, sobre todo si eres sexualmente activa y utilizas la píldora desde que cumpliste quince años. De cien maneras como estas, las enseñanzas tradicionales que ocupan el centro del Cristianismo no solamente resultan difíciles, desde el punto de vista de muchas personas hoy; para algunos son enigmáticas, y para otros, motivo de ofensa”.

Es la colisión frontal entre las enseñanzas tradicionales de la Iglesia y la forma de vida de muchas personas en este Occidente poscristiano lo que explica la hostilidad latente contra el catolicismo.

Como señala el periodista norteamericano Rod Dreher en otro libro de obligada lectura[iv], “Esto significa que, no solo se opondrán a los cristianos cuando defendamos nuestros principios, en particular en defensa de la familia tradicional, de los roles de género masculino y femenino y de la santidad de la vida humana, sino que ni siquiera entenderán por qué deben tolerar la disensión fundada en creencias religiosas”.

La ideología progresista actual, construida sobre la victimización sucesiva de una serie de grupos sociales, exige lealtad al nuevo conjunto de creencias y “derechos” sociales. El cumplimiento es forzado por las élites que generan la opinión publica y por las corporaciones multinacionales tecnológicas que controlan nuestras vidas estableciendo la nueva corrección política. A todo ello viene después a atender el Estado de vocación totalitaria y terapéutica, cuya misión consistirá en eliminar todo aquello que impide la felicidad y el progreso, evitando todo “dogmatismo”, “racismo”, “sexismo”, “homofobia” y cosas por el estilo.

El odio contra el cristianismo no llevará a los creyentes consecuentes con su fe al circo romano a enfrentarse con las fieras, pero verán cómo se destruye su reputación, se les estigmatiza, se arruina su ejercicio profesional, se les “cancela” de la vida social y se les demoniza con toda clase de epítetos, todo ello en nombre del progreso y de una sociedad más justa, que reivindica a los grupos que han sido víctimas históricas de la opresión. El culto contemporáneo al progreso y a los nuevos derechos sociales identificará a los cristianos como agresores, como chivos expiatorios, aplaudiendo que el poder actúe, en una inquisición permanente, para impedir su funesta influencia, por una cuestión de justicia.

Ludwig Hertling señala también que, en contra de lo que se dice en ciertas versiones piadosas, si es verdad que hubo cerca de un millón de mártires de las persecuciones en los tres primeros siglos, también lo es que hubo una cantidad muy considerable de cristianos que dieron muestras de flaqueza.  “No hay que creer en modo alguno, que los cristianos de entonces corrieran siempre al martirio con sentimientos de júbilo y entusiasmo. Las persecuciones, entonces como más tarde, fueron siempre un trance muy amargo y totalmente exento de romanticismo”.

Para el nuevo “totalitarismo blando” que se avecina -ejercido simultáneamente por el Poder político y por las élites tecnológicas que controlan la opinión pública y generan la “corrección política”-, los cristianos constituyen los obstáculos más importantes, porque son sus inaceptables viejas creencias las que impiden que la gente sea libre y feliz. “Donde quiera que nos escondamos -advierte Drehe-, nos rastrearán, darán con nosotros y nos castigarán si es preciso para hacer que este mundo sea más perfecto”.

La cuestión es cuántos cristianos están preparados para permanecer fieles a su fe, y cómo serán acompañados por sus pastores en la nueva época de persecución difusa que se avecina. La tentación será pretender mimetizarse con el mundo -protestantizar inútilmente el Catolicismo-, y rehuir la persecución, en una suerte de apostasía light. Porque el espíritu de la ideología progresista, en forma de relativismo, también ha contagiado a muchos cristianos que no están preparados para sufrir por su fe; primero porque se les ha hecho creer que el sufrimiento no tiene sentido, y después que la idea de soportar el dolor por “la verdad” es absurda.

Los libros de Mary Eberstadt y Rod Dreher apuntan valiosas ideas sobre causas y soluciones.

Ante el nuevo clima de hostilidad, a los católicos sólo nos queda hacer frente a lo que se nos venga, contar con que Dios nunca abandona a los que permanecen fieles, y quizás adoptar como patrón al mártir Tolomeo, para que el Espíritu Santo nos infunda fortaleza en esta época de prueba que se avecina, sin abjurar de la Fe que profesamos.

 

 

 

 

 

[i] Hertling, Ludwig: Historia de la Iglesia. Barcelona: Editorial Herder, 1975.

[ii] De la Bigne de Villenueve, Marcel: Satanás en la Ciudad. Sevilla: Editorial Católica Española, 1952.

[iii] Eberstadt, Mary: Cómo el mundo occidental perdió realmente a Dios. Madrid: Ediciones Rialp, 2014.

[iv] Dreher, Rod: Vivir sin mentiras. Madrid: Ediciones Encuentro, 2020.

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