Facebook y Google: ¿el nuevo totalitarismo de nuestro tiempo?
En las últimas semanas, algunos de los creadores y potenciadores de Facebook han declarado contra el efecto que las redes sociales está realizando en la salud mental y espiritual de la sociedad. Ha sido llamativo como Sean Parker, el primer Presidente de Facebook, haya dicho que “solo Dios sabe lo que esta tecnología le está haciendo al cerebro de nuestros niños”. También es preocupante como uno de los primeros inversores en la compañía, Roger MacNamee, haya asegurado que Facebook “ha combinado conscientemente la tecnología con las técnicas de persuasión desarrolladas por propagandistas y la industria del juego en modos que amenazan la salud pública y la democracia”. Ha trascendido también que Justin Rosestein, el creador del boton Me gusta, ha borrado todas las aplicaciones de redes sociales de su móvil personal porque “ponen en riesgo la autonomía individual y colectiva”.
Por otra parte, el diario El País se ha hecho eco de otras declaraciones preocupantes:
Sandra Matz, investigadora de la Universidad de Columbia: “La orientación psicológica puede usarse para explotar la debilidad en el carácter de las personas y persuadirlas para actuar en contra de su interés. Por ejemplo: pueden dirigirse anuncios de casinos online a individuos que tienen rasgos psicológicos asociados con la ludopatía”
Jeff Hammerbacher, antiguo jefe de datos de Facebook: “Las mejores mentes de mi generación se dedican a pensar cómo hacer que la gente pinche en anuncios. Es un asco”.
Estas declaraciones están dando que pensar aunque la discusión no ha empezado hace algunas semanas o meses. La influencia y el poder que las empresas de redes sociales ejercen sobre la opinión pública se ha convertido en preocupante. La población ha abrazado estos negocios gratuitos como una forma fácil de comunicarse, olvidando que estas empresas han recabado y comerciado con la información que sus clientes les proporcionaban para estudiarlos y aprovecharse de ellos comercialmente. Vendiendo sus datos a empresas o potenciando la publicidad de sus plataformas, Facebook o Google han conseguido un negocio hegemónico en lo que concierne a las redes. Al ser multinacionales, no están sometidos a gobiernos ni a legislaciones justas (no hay muchos hoy por hoy por otra parte) y sus intereses son ocultos y privados.
¿Qué ocurre cuando estoy bombardeado continuamente en una plataforma social con publicidad adaptada a mis intereses o a mis gustos o a mis circunstancias? Que toda una maquinaria de persuasión me obliga a comprar y mi libertad se ve atacada. Las medidas de estas empresas en pro de la libertad humana son inexistentes. La supuesta libertad de expresión será importante, pero la libertad más fundamental es “el autodominio racional de los impulsos”. Si creas seres humanos persuadidos y débiles ante el consumismo, en realidad estás creando esclavos de las empresas que solo se centran en los beneficios a corto plazo y no del bien común.