Un requeté en Corea
Un primo segundo mío participó en la guerra de Corea, allá por la mitad del pasado siglo.
Su padre era dueño de un negocio en Puerto Rico. Mi primo y un hermano mayor se criaron en Orduña. En Orduña pertenecieron a la organización juvenil del Círculo Tradicionalista. A los pocos días del Alzamiento, tan pronto se consolidó el dominio rojo, llegó un camión con milicianos. Pararon en la Plaza y reclamaron en voz alta la presencia de diversos socios del Círculo, cuyos nombres llevaban anotados en una lista. Salió el nombre de mi primo, el mayor, que a la sazón contaba catorce años. También el de otros jóvenes menores de edad. Oyeron mi primo y otros dos más que sus nombres figuraban en la lista y, sin tardanza, tomaron en sus domicilios lo indispensable, y pasaron al inmediato campo nacional. Allí se incorporaron al Tercio de Santa Gadea, en el que desempeñaron servicios auxiliares. El que no escapó fue detenido y en la cárcel pasó los once meses que duró la dominación roja en Vizcaya. Tenía quince años. Toma “memoria histórica”.
Al llegar la Guerra Mundial II, la familia de mis primos se trasladó a Puerto Rico. Allí fue movilizado el mayor por el ejército de EE. UU., en las fuerzas aéreas. Bombardeando Austria, fue derribado por la antiaérea, cayendo en Suiza, donde quedó internado hasta el fin de la guerra.
Le llegó el turno al menor, en la guerra de Corea. Fue enrolado en un regimiento portorriqueño que actuó en aquella península. En aquel tiempo los portorriqueños no tenían derecho a participar en las elecciones presidenciales, pero sí estaban obligados al servicio militar.
Los padres y hermanas ya habían regresado a España al fin de la Guerra Mundial II. MI primo, ya licenciado, vino a Orduña en el verano de 1953. Y nos contó lo que reproducimos en este artículo.
El regimiento suyo formaba división con otros dos regimientos yanquis. Tenían establecido un turno para las operaciones. Pero cuando se presentaba una que se preveía difícil, sin respetar el turno se la encomendaban a los portorriqueños.
Los oficiales americanos trataban con desprecio a los soldados isleños. Con mi primo tenían cierta consideración, por tratarse se un “gallego” (español)
Llegó a la división una remesa de guantes. No eran suficientes para toda la división. Se repartieron entre los otros dos regimientos y los portorriqueños se quedaron sin ellos. A los pocos días se vieron precisados a tender alambradas de espino. Los portorriqueños lo hicieron con las manos desnudas. Coincidió que el General de la división, pasó en visita de inspección. Al ver cómo los “spanish” tendían las alambradas sin guantes se deshizo en elogios. En inglés, naturalmente.
Los soldados prorrumpieron en protestas, expresadas en español, que venían a decir: “menos elogios y más guantes”.
Estaban empeñados en una lucha contra el comunismo. Recibían clases teóricas explicándoles las excelencias de la democracia. Ello daba lugar a que siempre surgiera algún soldado demostrando que, en Puerto Rico, las autoridades yanquis no se comportaban, como les estaban diciendo. Terminaron por prohibir que en las clases se mencionaran ejemplos referentes a la Isla.
Hubo algún acto grave de insubordinación que motivó el procesamiento de un importante grupo. El hecho conmocionó a la Isla. Al final se dio una solución política: se sobreseyó la causa alegando que los soldados no entendieron las órdenes que se les habían dado en inglés, por desconocimiento de este idioma.
Mi primo me aseguraba que fue una forma de “echar tierra”. Que los soldados se insubordinaron conscientemente. Que entendían el inglés perfectamente. Porque en el ejército de los EE. UU. no admiten analfabetos y todos ellos habían pasado por la escuela, donde la enseñanza (en aquellos tiempos) se daba exclusivamente en inglés.
Mi primo se enamoró de una orduñesa. Se casaron y vivieron en Puerto Rico. Joven aún, falleció a consecuencia de una afección renal, secuela de un enfriamiento padecido en Corea.
Puerto Rico, socialmente, sigue siendo España. Los yanquis les denominan “spanish”. Y el mismo General que les vio tender alambradas con las manos desnudas les aplicó ese vocablo. Para distinguir a mi primo, nacido en la Península, le decían “gallego”.