San Pedro Crisólogo y el poder exorcizante del sermón
El más célebre de los oradores con el título de Doctor de la Iglesia, San Pedro Crisólogo (Palabra de oro / el que habla muy bien), es además uno de los más asequibles y elocuentes expositores de la doctrina cristiana; acusa el redoblado interés de su inteligibilidad, idónea para el lector no iniciado, tanto de otrora como de los tiempos actuales.
Lo mejor de la obra de este Padre de la Iglesia reside en sus sobrecogedores sermones, de los cuales al menos 176 están reconocidos. Si a este fondo mínimo sumamos las atribuciones, el número se dispararía, rebasando los siete centenares de piezas.
No fue un autor prolijo, pero sí muy concienzudo, y la dedicación de su vida (la recta guía del rebaño) fue el propósito central de sus escritos, sintéticos y contundentes en la forma, siempre claros e inteligibles en el fondo. Por eso sus asuntos recurrentes son los relativos a cuestiones más prácticas e inmediatas, de orden moral y apologético sobre todo, siempre en un contexto de sana ortodoxia, sin concesiones a las desviaciones doctrinales entonces en pleno auge.
Nacido en Imola (Italia) hacia el año 380 (aunque algunas fuentes retrasan el nacimiento hasta veinticinco años), Pedro era hijo del obispo de su ciudad, mas no fue bautizado sino tras la muerte de su padre por el sucesor de éste, Cornelio. Fue ordenado diácono en torno al año 430.
Los hitos de la vida del Crisólogo aparecen confundidos con los vapores de la leyenda; la controversia entre los estudiosos está servida. Según Andreas Agnellus (historiador del siglo IX), a la muerte del arzobispo de Rávena, tanto el pueblo como el clero reclamaron al obispo Cornelio de Imola que preparara una delegación ante el Papa Sixto III con el propósito de que éste ratificara al candidato escogido. Parece ser que la noche previa a la llegada de Cornelio a Roma (acompañado por Crisólogo), el Santo Padre había tenido un sueño en el que los santos Pedro y Apolinar –quienes fueron los primeros obispos de Roma y Rávena, respectivamente–, le pidieron que no confirmara al obispo electo. Por designio de la Providencia, Sixto III nombraría al acompañante del obispo Cornelio, el todavía joven Pedro, como nuevo arzobispo, procediendo así a su ordenación y consagración).
EL ARTE DE CRISÓLOGO, UN BOTÓN DE MUESTRA: “SERMÓN Nº 148, SOBRE EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN”
Recuperamos, para regocijo del lector y en una muy competente traducción, uno de los más intensos y bellos sermones del Crisólogo, el número 148: “El Misterio de la Encarnación”:
El hecho de que una virgen conciba y continúe siendo virgen
en el parto y después del parto es algo totalmente insólito y milagroso;
es algo que la razón no se explica
sin una intervención especial del poder de Dios;
es obra del Creador, no de la naturaleza;
se trata de un caso único, que se sale de lo corriente;
es cosa divina, no humana.
El nacimiento de Cristo no fue un efecto necesario de la naturaleza,
sino obra del poder de Dios;
fue la prueba visible del amor divino,
la restauración de la humanidad caída.
El mismo que, sin nacer, había hecho al hombre del barro intacto
tomó, al nacer, la naturaleza humana de un cuerpo también intacto;
la mano que se dignó coger barro para plasmarnos
también se dignó tomar carne humana para salvarnos.
Por tanto, el hecho de que el Creador esté en su criatura,
de que Dios esté en la carne, es un honor para la criatura,
sin que ello signifique afrenta alguna para el Creador.
Hombre, ¿por qué te consideras tan vil, tú que tanto vales a los ojos de Dios?
¿Por qué te deshonras de tal modo, tú que has sido tan honrado por Dios?
¿Por qué te preguntas tanto de dónde has sido hecho,
y no te preocupas de para qué has sido hecho?
¿Por ventura todo este mundo que ves con tus ojos
no ha sido hecho precisamente para que sea tu morada?
Para ti ha sido creada esta luz que aparta las tinieblas que te rodean;
para ti ha sido establecida la ordenada sucesión de días y noches;
para ti el cielo ha sido iluminado con este variado fulgor
del sol, de la luna, de las estrellas;
para ti la tierra ha sido adornada con flores, árboles y frutos;
para ti ha sido creada la admirable multitud de seres vivos
que pueblan el aire, la tierra y el agua,
para que una triste soledad
no ensombreciera el gozo del mundo que empezaba.
Y el Creador encuentra el modo de acrecentar aún más tu dignidad:
pone en ti su imagen,
para que de este modo hubiera en la tierra
una imagen visible de su Hacedor invisible
y para que hicieras en el mundo sus veces,
a fin de que un dominio tan vasto
no quedara privado de alguien que representara a su Señor.
Más aún, Dios, por su clemencia,
tomó en sí lo que en ti había hecho por sí
y quiso ser visto realmente en el hombre,
en el que antes sólo había podido ser contemplado en imagen;
y concedió al hombre ser
en verdad
lo que antes había sido solamente
en semejanza.
Nace, pues, Cristo para restaurar con su nacimiento la naturaleza corrompida;
se hace niño y consiente ser alimentado,
recorre las diversas edades para instaurar la única edad perfecta,
permanente,
la que él mismo había hecho;
carga sobre sí al hombre para que no vuelva a caer;
lo había hecho terreno, y ahora lo hace celeste;
le había dado un principio de vida humana,
ahora le comunica una vida espiritual y divina.
De este modo lo traslada a la esfera de lo divino,
para que desaparezca todo lo que había en él
de pecado, de muerte, de fatiga, de sufrimiento, de meramente terreno;
todo ello por el don y la gracia de nuestro Señor Jesucristo,
que vive y reina con el Padre en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, ahora y siempre y por los siglos inmortales. Amén.
En efecto, los Sermones de San Pedro Crisólogo constituyen el corazón de su obra, ejemplo de doctrina ortodoxa sin fisuras; fueron producidos en tiempos de fuertes controversias, dominados por la pujanza de las herejías imperantes entonces, como el arrianismo, el nestorianismo o el monofisismo. Contra lo que podía esperarse, no abundan tanto los sermones dogmáticos como los de contenido moral y apologético. Se han llegado a contabilizar hasta 725 opúsculos, aunque la mayor parte son de atribución dudosa.