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13 de noviembre de 2017 0

Revolución en Cataluña

 

Este blog es un galeón lleno de libros que navega, con sus velas cristianas desplegadas, contra el postmodernismo pseudocientífico que gangrena nuestro tiempo. Mas el astuto, planificado y poderoso intento de secesión que asuela España, tristemente escrito ya en la historia, impone el deber de interrumpir el estudio y escribir de política.

A día de hoy, un millón de ciudadanos catalanes inunda las calles bajo la doctrina delirante del yugo español opresor y la liberación fantasiosa por una diosa república. No hay que llamar revolución catalana a la revolución que vive Cataluña. Un número suficiente de catalanes ha demostrado ya, valientemente, su oposición contra este movimiento de ruptura de la patria verdadera.

Las causas socio-políticas que han conducido a este nuevo desastre español son evidentes. La corrupción moral generalizada de los dirigentes “demócratas”, con pactos aberrantes para abordar el poder en las instituciones, ha alimentado a una serpiente separatista cuyos colmillos ansían la yugular de España. Ello empero, confrontados a esta situación crítica, no puede haber otra respuesta por parte del tradicionalismo español que el de la unidad frente al enemigo común. Debe advertirse que una legión de traidores aguarda agazapada para dar el tiro de gracia a la Hispanidad. El tiempo de exigir responsabilidades corresponde al futuro.

Las conjeturas y las utopías no pertenecen a ningún análisis serio. La realidad concreta es que Mariano Rajoy es el presidente de España en este momento histórico y deben reconocerse los puntos fuertes de su estrategia: una quietud táctica que hastía y confunde al enemigo, unida a la minimización de errores de actuación y de comunicación. Por el lado negativo, poco puede ilustrarse ante su manifiesta incapacidad para defender a la nación de un ataque de tal magnitud. La cobarde inacción del gobierno, vacía de liderazgo, ha conducido al desbordamiento de la coyuntura y a una nueva proclamación de la república catalana. No debe banalizarse el alumbramiento de este espectral engendro, por más que la Historia pruebe su falacia, puesto que sus consecuencias son imprevisibles.

No existe incertidumbre sobre el resultado final de esta revolución. Va a ganar España. Y va a ganar Cataluña, porque Cataluña es España. Escaso mérito cabrá atribuir al gobierno y mucho a la reacción heroica del pueblo español y a la figura del Rey de España quienes, sin perjuicio de las legítimas reivindicaciones carlistas, han protagonizado y protagonizarán las cargas victoriosas. El espíritu del tradicionalismo debe sustentarse en la inferioridad moral del enemigo. La Verdad y los Mártires de la Santa Causa frente a la falsa idolatría de la clase dirigente independentista. Los arrogantes políticos separatistas se han desdibujado en la cobardía y deambulan ahora por patios de prisiones o arrabales de Bélgica. La masa alimentada por la quimera de la estelada y las subvenciones del “procés” se marchitará, como toda obra humana.

El gran temor es la salud de la paz venidera. Como ya está escrito, la victoria es el tiempo de la generosidad y ella será la mejor venda para aliviar una fractura que va a pagar el pueblo catalán durante muchos años. La herida social tiene naturaleza mortal y sólo sanará dentro de varias generaciones. El odio inyectado durante tanto tiempo por el separatismo no ofrece posibilidad alguna de reconciliación a corto plazo. Roguemos a Dios que la cizaña sembrada por el independentismo no haga brotar la violencia en las calles catalanas.

Así también, la herida en el sistema político “democrático” es tan profunda que su sutura puede supurar la catástrofe. ¿Qué precio va a pagar la “partitocracia” para restablecer el orden institucional? Las previsibles cesiones de los políticos hacia el separatismo, con el fin de conservar su hábitat en el actual orden social, dibujan un futuro escalofriante. Una reforma constitucional debería restar competencias a las Comunidades Autónomas y no otorgarles mayores poderes. Hoy en día, una transferencia económica plena a la nueva Generalitat que nazca de las elecciones del 21 de diciembre, se escribiría con letra suicida.

La mayoría de analistas políticos de los grandes medios coinciden en marcar la ruta de la salida del túnel con la recuperación de una educación común nacional. La intervención estatal en este sector se va a encontrar con toda la rabia de los secesionistas y su éxito sólo puede provenir de políticos decididos, valientes y auténticamente patriotas.

Mientras tanto, como en otras ocasiones trágicas de la Historia y frente a la ausencia de auténticos líderes, la vieja nación paladín del Catolicismo está en manos de la Providencia.

Y ya escrito está que Dios no puede olvidarse de España.

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