Hasta ahora la ideología feminista, vanguardia y compendio de las ideologías liberal y marxista en la destrucción de la familia, era culpable de la mentalidad divorcista, del resquebrajamiento de la moral y las buenas costumbres, de la introducción de teorías extravagantes con las que fomentar el odio a la maternidad, y a la paternidad… En el momento de cerrar este artículo editorial, metidos de lleno en el “estado de alarma” que ha arrestado a millones de Españoles y no ha sabido evitar la muerte de decenas de miles de enfermos por coronavirus, se suma una acusación más. Y es que el último y fatídico 8 de marzo, ha evidenciado que el feminismo es malo para la salud. Ha demostrado cómo el empeño ideológico de un gobierno, así como la presión fanática de las organizaciones feministas que deseaban mostrar en la calle la fuerza de sus estructuras subvencionadas, han podido más que cualquier medida realista de precaución, que cualquier consideración prudente de la realidad. Así es como son las ideologías. Llegado el momento no conciben otro programa ni otro impulso que no sea la culminación de sus locuras. Aunque ese empeño tenga que llevarse por delante las vidas y la economía de miles o de millones de personas.

El pasado 8 de marzo será para siempre una acusación contra el feminismo. Por culpa de sus cientos de celebraciones festivas el contagio no solamente fue ideológico en las mentes de los jóvenes, sino también vírico en la sangre y los pulmones de decenas de miles de españoles. Habrá que recordárselo para que, cuando pase todo esto, no caiga en saco roto la experiencia real, directa, de cómo es una ideología destructora, y de cómo los males que puede causar no son solo aquellos que busca intencionadamente.

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