Republicanos no, ¡ROJOS!
Mi personal memoria histórica
Siempre me he indignado cuando veo u oigo que denominan “republicano” al bando perdedor en la Cruzada de 1936. Instintivamente me sale del alma: “Republicanos, no ¡rojos!”
Y es que en mi familia paterna eran todos republicanos. Pero ninguno compartía la conducta que caracterizó a la mayoría del bando vencido.
Se repite que, cuando los incendios de iglesias y conventos, de mayo de 1931, Azaña se opuso a la actuación de la Guardia Civil con la frase: “todas las iglesias de España no valen la vida de un republicano”. En mi familia republicana, ni a mi padre ni a ninguno de mis tíos los oí nunca que había que quemar iglesias y conventos. Los que lo hacían eran otra cosa, además de republicanos, y mucho más importante que el ser partidarios de esa forma de gobierno.
Pero es que hay un hecho que me afectaba personal y profundamente:
En junio de 1937, mi familia fue obligada a abandonar la casa de Las Arenas (Vizcaya) donde nos alojábamos como consecuencia de otra evacuación impuesta, y pasar al otro lado de la Ría, a Portugalete. Así los milicianos, que se retiraban, nos empleaban como escudos humanos. Se combatía en las calles de Las Arenas. Milicianos del batallón Leandro Carro (los que nos obligaban a acompañarlos en la retirada) se enteraron de la presencia de nuestra familia. Decidieron que era el momento de fusilar a mis padres, por el delito de que mi hermano mayor se había pasado al campo nacional. Dos milicianos iban tras de mi padre, que, ignorante de que le perseguían, había subido a una lancha para pasar la Ría. Llegaron los perseguidores cuando la embarcación se había internado unos metros en la Ría. Y gritaron. “¡a ese de la boina detenerlo que es fascista!”. Cuando llegaron a la orilla de Portugalete, uno de los milicianos que habían desembarcado de dijo:
– Quedas detenido.
– ¿Yo, por qué?
– Ya lo ha dicho el camarada; porque eres fascista.
– ¡Yo qué voy a ser fascista; soy republicano de toda mi vida!
Y para acreditarlo, ni padre exhibió los recibos de los últimos meses, de la Agrupación Republicana. El miliciano los examinó y dijo:
– Eso no sirve para nada.
La oportuna aparición de otro miliciano, sargento, paisano del pueblo que hizo uso de su jerarquía, salvó a mi padre del fusilamiento.
Por eso, si el acreditar ser republicano, no le sirvió a mi padre para demostrar su adhesión a aquel bando, era que el bando más que republicano era otra cosa.
Años después, en mi adolescencia, mi padre justificaba sus opiniones republicanas. Para él era mejor el sistema electivo que el hereditario. En sus ideas pesaban mucho las opiniones de la prensa republicana, que había formado su mentalidad, a lo largo de su vida, de que el rey no servía para nada y la familia real eran una partida de parásitos. Defendía las libertades propias de una república civilizada y, naturalmente, la libertad para la Iglesia católica.
Salvo la forma de gobierno, ninguna de las cualidades que mi padre atribuía a una república se dieron en el transcurso de la guerra. Incluso antes de la misma, sicarios del gobierno ya habían asesinado al jefe de la oposición parlamentaria. Aquello no era una república. Era otra cosa y sus defensores no lo eran a título de republicanos. A aquel bando no le pertenecía el calificativo de republicano, sino el más usado, de rojo.
Era el que utilizaban ellos mismos. Hoy se quiere olvidar. Pero una de las canciones que cantaban, y que se me ha quedado en la memoria, decía:
…Y han de pasar / para engrosar / las filas rojas / que están luchando por la igualdad/
Y lo malo es que hoy, cuando polemizamos con continuadores, les concedemos el calificativo de “republicanos”. Cuando debíamos llamarles “rojos”. Queremos ser tan corteses con el adversario que faltamos a la verdad. Pero también pienso que más que cortesía es complejo lo que nos mueve a hacerlo.
Ellos no se recatan en calificarnos de fascistas a todos.