Reformar la constitución (III). La voluntad popular
La voluntad popular es unos de los mitos presentes. No existe y se invoca constantemente.
La voluntad es una de las potencias del alma. Existe en cada uno de nosotros. Pero el colectivo humano, como tal no tiene voluntad. Por analogía se puede hablar de voluntad popular. Pero en realidad se trata de una suma de voluntades.
Lo que llaman voluntad popular es voluble y maleable. Los defensores de la Constitución se refieren a ella diciendo que”nos la dimos todos los españoles”. No está de más que recordemos cómo fue aquello.
Unas Cortes, que no se habían convocado como constituyentes, encargaros a siete (siete como los de Grecia) sabios la redacción del texto. Como ya hemos dicho más arriba llegaron a un “consenso”. El texto fue aprobado por las Cortes. Cada uno de sus miembros votó lo que le mandaba su partido. ¿Voluntad? No, obediencia ciega.
El texto fue sometido a un referéndum. Desde todos los medios de comunicación se incitó al pueblo a votar afirmativamente. En la poderosa televisión hizo acto de presencia un grupo musical que insistía: “habla pueblo, habla”. Cuando, en el fondo, nos decían: “repite pueblo, repite”.
Así se aprobó la Constitución actual. Algunos ya han llamado la atención sobre el hecho de que el porcentaje de votos afirmativos fue inferior al de la ley de Reforma Política. Como quiera que sea, ganó el “si”.
¿Cuántos españoles leyeron el texto antes de depositar su voto? Nos jugamos el cuello a que no llegaron al cinco por ciento. Y de éstos, ¿cuántos lo entendieron? ¿Se puede llamar expresión de la voluntad a aceptar algo que se desconoce?
Eso lo sabemos todos. Y lo sabían, ¡naturalmente!, los rabadanes que dirigían el rebaño. Y ahora nos salen con que la Constitución nos la dimos todos. ¡Ya está bien de mentiras!
La Constitución vino a abolir todo lo anterior. Estaba por encima de todo lo escrito y lo no escrito (costumbres). Y no podemos olvidar que las costumbres no escritas son el complemento necesario para que las leyes sean eficaces.
Por otra parte, a esa mítica voluntad popular se le atribuyen unos poderes que no puede tener. Aunque existiera. Basan la bondad del texto en que es el resultado de una voluntad. Y eso no es posible.
El bien existe con independencia de nuestra voluntad. La voluntad puede elegir el bien después de haberlo conocido. Pero al elegirlo, la voluntad no crea el bien.
La única voluntad capaz de crear es la de Dios. Pero el actual sistema político ha desterrado a Dios. Y lo ha sustituido por el Hombre; abstracto y con mayúscula. Y nos han hecho creer que basta con que queramos una cosa para que sea realidad y para que sea buena. Y así andamos.
Los que se atribuyen el ser depositarios de la voluntad popular elaboran leyes y más leyes. Todas tienen sus fallos. Y vuelven a hace más leyes para subsanarlos. Pero las nuevas leyes también tienen sus fallos. Así hemos llegado a verdaderos engendros legislativos, como la ley Cifuentes de educación.
Resumiendo:
1º La Constitución actual no nos sirve.
2º Reformarla no será solución.
3º Necesitamos aceptar unos principios de convivencia, que no pueden ser otros que los de DIOS, PATRIA Y REY.
4º De acuerdo con dichos principios surgirán nuevas leyes y costumbres, como las hubo en el pasado, que harán menos onerosa la convivencia entre todos los españoles.
Somos conscientes de la inferioridad numérica de los españoles que pensamos así. Pero esa es la verdad y no otra. Posiblemente se reformará la Constitución. Y, con toda seguridad, dentro de otros cuarenta años se volverá a pedir otra reforma, descalificando la reforma de hoy. Y se nos dará, cuando ya no haya remedio, la razón. Como hoy se está dando la razón a los pocos carlistas que, hace cuarenta años anunciamos el fracaso del texto que se promulgaba y todos exaltaban.