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21 de noviembre de 2018 0 /

Periodismo y desinformación, una siniestra simbiosis

 

 

 

Atrás quedaron los tiempos en los que la masa indiferenciada del público vernáculo recibía las noticias emitidas por la prensa periódica como material fiable. En su obra clásica El criterio (1843), el P. Jaime Balmes ya alertaba al lector de los peligros generados por estos “hacedores” de noticias; esta obra también invitaba al lector a discriminar debidamente entre los conceptos de verdad veracidad, potencialmente antitéticos; en palabras de Balmes:

La verdad y la veracidad son cosas muy diferentes: la verdad es la conformidad del juicio con la cosa o palabra; la veracidad es la conformidad de la palabra con el pensamiento. Está lloviendo, y Pedro dice que llueve: en su proposición hay verdad, porque hay conformidad con la cosa. Pedro lo dice y lo piensa así: hay acto de veracidad. Llueve; Pedro no lo ha visto, cree que no llueve, y sin embargo dice que llueve: en su palabra hay verdad, mas no veracidad. No llueve; pero Pedro cree que llueve y así lo afirma: entonces hay veracidad sin verdad. La verdad es a la veracidad lo que el error a la mentira. Son cosas enteramente distintas, la una puede estar sin la otra”.

Conviene traer a colación estos conceptos de verdad veracidad, pues de lo contrario no entenderemos nada de lo que está pasando a nuestro alrededor. Noticias inexistentes, inventadas, de sucesos que nunca tuvieron lugar o fueron sobredimensionados hasta lo insospechado, irrumpen aparatosamente en los medios; otras, muy reales (como la terrible persecución de los cristianos en el mundo a manos del islamismo), son ninguneadas o simplemente silenciadas: no son noticia, salvo de tarde en tarde, y en unas dosis homeopáticas.

Por su propia naturaleza instrumental y envilecida, el periodismo siempre ha apuntado muy bajo, y esta tendencia no podía pasar inadvertida a los espíritus más despiertos (el P. Balmes, también él periodista, sólo fue uno de los primeros espíritus alerta en denunciarlo). Mas en nuestros días, inmersos en el siglo XXI, todos los vicios y defectos del periodismo se han acentuado sobremanera (exceptuando, eso sí, a los pocos medios periodísticos de tendencia honrada y objetiva que van quedando, y que en una muestra de valentía y legalidad meritoria, no han sucumbido a la dictadura masónico-globalista que dirige desde arriba el Cuarto Poder).

En una de sus jugosas conferencias apologéticas (publicada en Los Peligros de la Fe en los actuales tiempos, 1905), el P. Ramón Ruiz Amado imputó al periodismo tres caracteres que lo hacían bien distinguible de cualquier otro género literario, a saber: 1) la condición de los escritores; 2) la disposición de los lectores; y 3) los designios de ciertas empresas periodísticas. Estos caracteres se mantienen estables. Pero vayamos por partes:

1) La condición del periodista-escritor: el trato diario con las más graves cuestiones supondría, para su digno abordaje y comprensiva explicación, profundos conocimientos de las más variadas parcelas del saber, tales como el derecho, la política, la economía, la jurisprudencia, la historia o la religión. Pero, ¿qué periodista devenido lacayo del sistema goza de tal preparación en nuestros días? La reflexión serena, el recto juicio crítico fruto del frecuente contraste de fuentes, la sabia hondura de pensamiento, por ende, rara vez acompañan a los periodistas de oficio, habitualmente plumíferos inconsistentes o cacógrafos sin aspiraciones reales por conocer la verdad, tal y como minuto a minuto nos confirma la prosaica realidad: medios de desinformación masiva, manipuladores con oscuros propósitos, testaferros avezados de las más modernas técnicas de lavado de cerebro, profesionales del doble discurso, de la ambigüedad, del discurso de la demonización del adversario, en fin, del monopolio de la mentira oficial al precio que sea. La carrera del periodista y su porvenir en la profesión se presentan de este modo bajo dos banderas antagónicas: o la sumisión al sistema o, por el contrario, el ostracismo y la marginación. En esta tesitura, bien se puede afirmar que el genuino y legítimo periodismo sólo puede hacerse desde la disidencia.

2) La disposición de los lectores, que a fin de cuentas no será otra que la que el sistema inocule en el cuerpo social a través de sus maniobras de desinformación, con un incremento progresivo de la debilitación del juicio; de este gran problema ya advirtió en su día el filósofo e historiador holandés Johan Huizinga en el más crepuscular y amargo de sus libros (Entre las sombras del mañana, 1935), donde podemos leer un fragmento como el siguiente:

En nuestra vida colectiva actual abundan síntomas inquietantes, que podríamos englobar bajo el nombre de “debilitación del juicio”. ¡Gran desengaño éste! Jamás en toda la historia ha estado el mundo mejor informado de sí mismo, de su índole y de sus posibilidades. Nuestros conocimientos son mucho más objetivos y sustanciosos […] El ser humano se conoce a sí mismo y su mundo mejor que nunca. Positivamente el hombre se ha vuelto más juicioso. Más intensamente juicioso, por cuanto el espíritu ahonda más en la coherencia y en el estado de las cosas; más extensamente juicioso, por cuanto sus conocimientos se extienden uniformemente sobre un territorio mucho mayor. Pero, ante todo, es ya muy grande el número de personas que poseen cierto grado considerable de conocimientos. La sociedad, tomada como ejemplo abstracto, se conoce a sí misma. El “conócete a ti mismo” ha valido siempre como la quintaesencia de la sabiduría. Así, pues, parecería irrefutable la conclusión de que el mundo ha ganado en cordura. […] Estamos mejor informados. Y, sin embargo, nunca como hoy la necedad ha celebrado tales orgías en todo el mundo, la necedad en todas sus formas, la baladí y la ridícula, la malvada y la perniciosa. Ahora la necedad no sería ya tema de discusión graciosa y sonriente para un humanista de nobles pensamientos y graves preocupaciones, como Erasmo. La infinita locura de nuestro tiempo debe ser observada como una enfermedad; hay que descubrir sus síntomas desapasionada y objetivamente; hay que buscar la índole del mal y, al fin, encontrar medios para su curación”.

Esta debilitación del juicio referida por Huizinga nos sume en una preocupante coyuntura: ¿cómo reaccionar ante esta agresión planificada? ¿Cómo parar el golpe? En un deseable supuesto, el lector más competente sería pues aquel que más serios esfuerzos hiciese por informarse bien (léase contrastando las más diversas fuentes, con un cierto afán de encontrar la verdad allí donde en apariencia sólo hay veracidad). Ni que decir tiene que este tipo de lector es el más anómalo, y que el grueso del público acostumbra conformarse con el primer enfoque periodístico que le sale al encuentro (preferiblemente vía televisión o Internet).

3) Los designios de ciertas empresas periodísticas: dichos designios, insertos en las redes del tráfico de influencias del Nuevo Orden Mundial, no son sino los mismos planes del discurso globalista imperante, planes a los que los grandes medios se adhieren con sumisa complacencia. En palabras de la periodista disidente Cristina Martín Jiménez, autora del libro Perdidos (2013):

La libertad de prensa es a la democracia lo que el agua es al árbol. Este no puede vivir ni crecer correctamente sin ella. […] Más bien, el cuarto poder se ha rendido al llamado quinto poder, al fáctico, al invisible. Este usa los medios de comunicación social, la publicidad, el cine, el arte y a los famosos o celebrities, sean estos conscientes o no, como eficaces herramientas propagandísticas para persuadir sutilmente a la opinión pública según sus intereses. Paradójicamente, en la llamada sociedad de la información es más difícil que nunca estar informados y eso provoca el punto de ruptura con lo real, la causa por la que las personas están perdidas”.

Vemos pues cómo periodismo y desinformación van de la mano en tan tenebroso proyecto de dominación global; en manos del lector está protegerse de tamaña amenaza, pues los peligros que acechan en este sentido al español y a España son, no ya enormes, sino indescriptibles.

 

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