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28 de abril de 2022 0

Normas en la defensa de la verdad católica frente al confusionismo actual

(por Javier Urcelay)

 

Relativismo moral, desacralización de la vida, ideología de género, rechazo del matrimonio, pluralismo democrático y diversidad cultural, nuevos derechos sociales, cultura Woke y revisionismo histórico…

Vivimos tiempos de revolución en el mundo de las ideas. Una revolución que confronta la visión tradicional que muchos cristianos teníamos o tenemos de las cosas. Y que no es un fenómeno local, sino que afecta a todos los paises occidentales.

Muchas de estas cuestiones suscitan confusión entre los católicos y en el seno de la propia Iglesia: ¿Ha cambiado la Iglesia Católica su posición respecto a la homosexualidad o el matrimonio indisoluble?; ¿Acepta la Iglesia la teoría de la soberanía popular como fuente última de toda autoridad?; ¿Debe ser el estado neutro en materia religiosa?; ¿Son todas las religiones igualmente legítimas con tal de que su práctica sea sincera?… Y así otras tantas cuestiones, antaño claras y hoy sujetas a controversia, cuando no sometidas a los dictados de la corrección política y al veredicto mudable de la opinión pública.

Ante ese tipo de situaciones, fue Pablo VI -canonizado en 2018 por el papa Francisco-, quien, en circunstancias especialmente difíciles para la Iglesia, recomendó lo que llamó la autodefensa. Una autodefensa que es derecho -y deber- de todos los católicos, en cuanto custodia de lo que la Iglesia proclama como verdades de nuestra fe.

En ese combate de autodefensa de la verdad, tan necesario en nuestros días, no todo vale, sin embargo, sino que hay que seguir una serie de “normas”, que el sabio y santo obispo D. José Guerra Campos (1920 – 1997) -uno de los grandes obispos españoles de la segunda mitad del siglo XX- condensó en una especie de decálogo[i] .

Viene bien recordar hoy esos criterios, que todos los empeñados en la defensa de la fe deberíamos siempre tener muy presentes para evitar que nuestro celo derive en soberbia intelectual, o en confusión de la verdad con nuestras propias preferencias personales.

He aquí ese decálogo propuesto:

Primero– Cuando el magisterio de la Iglesia universal -el Papa o el cuerpo de los obispos en comunión con él- propone de forma definitiva la doctrina de la fe y la moral, sus afirmaciones son inmutables. Es el caso de la definición del Concilio Vaticano I sobre la infalibilidad del Papa, o del contenido del Catecismo de la Iglesia Católica, por ejemplo. Las nuevas manifestaciones del magisterio deben estar subordinadas y en concordancia con las ya formuladas.

Segundo– Todos debemos conocer las verdades de nuestra fe formuladas como tales, sabiéndolas separar de las materias opinables.

Tercero– Ni el Concilio Vaticano II, ni el magisterio de ninguno de los pontífices reinantes desde entonces, han suprimido ni sustituido una sola verdad de fe ni un solo principio moral de los catecismos anteriores.

Cuarto– Sin duda puede haber novedad en el modo de expresar o de aplicar las verdades, con fidelidad al contenido de las mismas. Los nuevos desarrollos tienen que tomar como punto de referencia las verdades ya conocidas. El que oye cosas nuevas tiene derecho a ver su armonía con las verdades conocidas con anterioridad.

Quinto– Si la conformidad no aparece clara, suspender el juicio. Si hay disconformidad, resistir en nombre de Dios. Las nuevas fórmulas o maneras de expresar la verdad, se justifican solamente en cuanto sirven para hacerla más inteligible. Si no es así, no solamente es lícito, sino obligatorio, suspender el juicio.

Sexto: Todos los fieles, según su capacidad y asistencia de Dios, pueden contribuir a hallar un entendimiento más rico o profundo de la palabra de Dios. Pero lo que garantiza a todos que no se trata solo de consideraciones humanas sino del auténtico significado de la Palabra, es el Magisterio cuando propone la verdad que todos hemos de acoger por obediencia a la autoridad de Dios.

Séptimo– Las normas de disciplina pueden variar, pero solo por decisión de la autoridad de la Iglesia. La obediencia a las normas que la Iglesia considera vigentes es voluntad de Dios y preserva la libertad contra las arbitrariedades.

Octavo– Es legítimo renovar los medios prácticos de acción pastoral, siempre que se haga al servicio de los fines permanentes de la Iglesia y sin excluir los medios tradicionales que continúen siendo provechosos.

Noveno– Cuando se está a la búsqueda de nuevas expresiones, aplicaciones o desarrollos de la verdad, mientras que alguna no sea propuesta a toda la Iglesia por el magisterio, hay una zona de opiniones libres, que es necesario respetar. Ni desafíos a los dogmas, ni imposición de una dictadura en materias opinables, donde son libres las apreciaciones de los creyentes.

Décimo– Rechazar a toda costa las ambigüedades. Si son fruto de impericia, no tenemos por qué padecerlas; si son fruto de malicia, no podemos implicarnos en una traición contra Cristo y su Iglesia. Será inevitable en ocasiones atravesar la niebla de nuestras propias dudas, pero es forzoso repeler como agresores a los que tienden alrededor de nosotros cortinas de humo.

Y, aunque esto sea ya un añadido nuestro, que en todo prevalezca y brille la caridad, que nos urge a buscar la salvación de las almas y no su condenación, a no romper la caña quebrada y a no apagar la brasa que aún humea.

Que condena el error y el pecado, pero abraza al errado y al pecador para atraerlos al amor redentor de Cristo.

 

 

[i] Intervención televisiva de 17 de julio de 1972, dentro del programa El Octavo día, cuyos contenidos se recogieron posteriormente en un libro publicado con el mismo título por la Editora Nacional: Madrid, 1972 

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