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17 de septiembre de 2019 0 / /

Nominalismo ockhamiano: primeras grietas en el edificio de la Cristiandad

 

 

Producto del crepuscular siglo XIV, la doctrina nominalista de Guillermo de Ockham afirma que las ideas generales son palabras que no se corresponden con ninguna realidad; al postular esto, se asestaba un sutil pero certero golpe al realismo moderado de Santo Tomás sobre los universales. La concepción hasta entonces sólida y estable del mundo comenzaba a resquebrajarse.

 

Filósofo de resonante –y para más de uno infausto– nombre, el agustino Guillermo de Ockham (ca. 1290-1347), conocido como el Venerabilis inceptor [“venerable principiante”] (ya que comenzó los trámites del doctorado y no lo concluyó), inició una época nueva en la historia de las ideas del Occidente.

Este autor cardinal enseñó en Oxford y escribió en torno a algunas ideas que fueron llevadas con justificada queja al Papa, en Avignon; allí se presentó Ockham, pero al llegar a la Corte papal chocó con que estaban viviendo allí mismo los franciscanos –Orden basada en la pobreza absoluta, pero que poco a poco fue acumulando riquezas, por lo que tras un período de autocrítica quisieron volver a la pobreza pretérita: “Jesucristo no era dueño ni de su túnica”–, quienes se habían aclimatado al entorno del Papa, mas por cuyo inmenso poder le exigían que no tuviera riquezas, renunciando a éstas; otro importante personaje, Luis de Baviera, aceptó con gran entusiasmo esta propuesta. Al chocar con el Santo Padre, a los franciscanos también se les unió Ockham. En consecuencia, tuvieron que abandonar Avignon para refugiarse en la corte de Luis de Baviera. Allí Ockham continuó trabajando en sus ideas, tras los pasos de Marsilio de Padua. Morirá en Múnich, un 10 de abril de 1347.

La filosofía de Ockham hereda de la de Duns Escoto el sentido crítico: cuestiona críticamente las grandes síntesis metafísicas anteriores –“criticar” para él significa “simplificar”–; Ockham se pregunta si tales formalismos racionales ¿responden a la realidad? Su respuesta es NO: “no hay que multiplicar los entes sin necesidad”, puesto que así no explicamos la realidad.

Su filosofía presenta una lógica y una teoría del conocimiento, que comentaremos brevemente.

Lógica: del “concepto universal” al “término”

Desde Aristóteles, la lógica se fundaba en la creencia de los conceptos universales, relacionándose conceptos. Pero, cuando se dejó de creer en estos conceptos, la lógica cambió radicalmente: comienza a llamarse lógica terminista. Lo que llamamos un concepto universal es ahora un término, por ejemplo: “hombre” (bien que designando a un conjunto de individuos, no existe el Hombre como tal; aquí se halla el fundamento de la lógica moderna).

Teoría del conocimiento: golpe fatal a la metafísica

Ockham es realista-intuicionista: nuestro entendimiento conoce directamente las cosas singulares. Frente a Aristóteles, lo singular lo entendemos a través de lo universal. Como consecuencia de esto, si conocemos directamente lo singular, ¿de qué sirve la metafísica? El conocimiento se basa en la experiencia y acaba en ella, por tanto NO hay metafísica (postulado resultante de la narrativa sobre “la Navaja de Ockham”: no hay que multiplicar los entes sin necesidad –Principio de Economía–; este empirismo, si es bueno para la ciencia, va a resultar fatal para la filosofía).

Consecuencias

Las consecuencias del pensamiento de Ockham son las siguientes:

1.- En la Fe, establece la separación radical entre Razón y Revelación.

2.- En la Ética, perpetúa la estela de Escoto: al despreciar la razón, supervalora la voluntad.

3.- En la Política, sigue a Marsilio de Padua al pie de la letra: la ruptura Fe-Razón la extiende a Iglesia-Estado. En su Breviloquio (Tratado breve sobre el gobierno tiránico del Papa) argumenta las siguientes tres tesis:

a) defiende la libertad de crítica y discusión sobre el poder del Papa;

b) defiende que la plenitud de potestad del Papa es falsa; y

c) el poder viene de Dios (al pueblo), por tanto quien ostenta el poder es el pueblo, lo que anticipa el concepto de soberanía popular.

Guillermo de Ockham marca el pórtico del inicio de la decadencia del Occidente / la Cristiandad / Europa. El embrión de su doctrina entraña una letal filosofía de disolución que no dejará de expansionarse por el continente. Nuestro impotente presente tiene en su manera de pensar uno de sus inequívocos precedentes.

 

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